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Mientras iba sentada en el autobús, observaba el paisaje a través de la ventana y recordaba el porque estaba aquí sentada dirigiéndome a un lugar casi desconocido para mí.

Todo empezó hace un par de semanas. Era un día normal en mi monótono trabajo en Joja Company cuando recibí una llamada de mi madre: mi abuelo estaba en sus últimos momentos de vida.

Tuve que salir corriendo del trabajo, pues mi abuelo era más importante que unos cuantos papeles y correos electrónicos.

Llegué a casa de mi abuelo en cuestión de minutos. Al entrar, mi madre me dijo que estaba en su habitación, esperando para hablar conmigo.

Asomé mi cabeza por la puerta y di unos leves toques en esta. Mi abuelo me miró y sonrió. Yo me acerqué hasta quedar a su lado, y me senté en el borde de la cama.

Realmente estaba luchando por retener las lágrimas. Mi abuelo, en cambio, estaba sonriente. Estuvimos callados por unos minutos, hasta que él decidió romper el silencio.

— Mi pequeña ______... No sabes cuanto me alegro de que hayas venido... — dijo mi abuelo con una voz suave.

— Por supuesto que he venido, abuelo. Nada me importa más que tu ahora mismo.

Ante esta respuesta mi abuelo sonrió y yo le devolví la sonrisa. Después, prosiguió con su charla.

— Te noto distinta...

— ¿Distinta? — su afirmación me dejó desconcertada.

— Sí... ¿Realmente eres feliz aquí? Con tu vida, tu trabajo...

Di un leve suspiro. Mi abuelo notaba que yo estaba bastante descontenta con todo lo que suponía vivir en la ciudad.

— Yo... Realmente no lo sé abuelo. — respondí sincera. — Siento demasiada presión, una pesadez que no desaparece.

— Mi pequeña nieta, te entiendo... Yo también pasé por eso a tu edad. Y por eso te quiero regalar esto. — dijo entregándome un sobre sellado.

— ¿Qué es esto abuelo? — dije intentando abrirlo.

— No, no... aún no... — dijo mi abuelo con un hilo de voz. — Ábrelo solo cuando no aguantes más la vida en la ciudad.

Yo asentí lentamente y abracé a mi abuelo con todas mis fuerzas. Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos y mi abuelo me miró fijamente.

— Mi pequeña _____, cuídate mucho...

Tras esto cerró los ojos, y supe que ya no estaba con nosotros físicamente. Mi llanto incrementó, y mi madre entró a la habitación para consolarme.

~ Unas semanas más tarde ~

No podía más. Estaba siendo una semana insoportable a nivel laboral. Sobreexplotación es la palabra que describe mejor esta semana. Mi mente estaba saturada con tantas llamadas, correos y papeles.

Fue en ese momento cuando recordé la carta de mi abuelo. Apenas habían pasado semanas desde su fallecimiento, pero el estrés de la vida moderna me había superado.

Abrí el cajón de la mesa de mi despacho y cogí la carta.

❛Querida _____,
si estás leyendo esto, es que necesitas desesperadamente un cambio.
Lo mismo me ocurrió a mí hace mucho. Había perdido la vista de lo que más importaba en la vida... Conexiones reales con otras personas y con la naturaleza. Así que lo dejé todo y me fui al lugar al que pertenecía.
Te adjunto las escrituras de mi orgullo y felicidad... la granja ______. Está en Stardew Valley, en la costa sur. Es el lugar perfecto para empezar tu nueva vida. Esto era mi tesoro más preciado, y ahora te pertenece. Sé que harás honor al apellido familiar. Mucha suerte.

Con cariño,
El abuelo

P.D.: Si Lewis sigue vivo, dale recuerdos de mi parte, ¿vale?❜

Me quedé perpleja ante esa carta. ¿Yo viviendo en el campo? Es cierto que de pequeña había visitado la granja del abuelo, pero no sabía tanto como para llevarla por mi cuenta.

Aunque, pensándolo bien, un cambio en mi vida no vendría nada mal.

Salí del trabajo, cogí mis cosas más importantes y subí en el primer bus en dirección a Stardew Valley, en la costa sur.

Y aquí estoy, con la cabeza apoyada en la ventana del bus esperando a llegar a mi destino, que era la próxima parada.

El autobús se detuvo en Pueblo Pelícano, lugar que ahora se convertiría en mi nuevo hogar. Al bajar del vehículo, vi a una mujer pelirroja esperando.

— ¡Hola! Tu debes de ser _____. — me dijo sonriente. Yo simplemente asentí. — Bienvenida a Pueblo Pelícano, yo soy Robin, la carpintera local.

— Es un placer Robin.

— El placer es mío. Lewis me avisó de que vendrías.

— Oh, mi abuelo me dijo que le diera recuerdos a Lewis de su parte.

— Él está arreglando los últimos detalles para que tu estancia sea lo más agradable posible. Ven, tu nuevo hogar está por aquí.

Dicho esto, empezamos a caminar. Al salir de la parada de autobús, giramos hacia la izquierda y pude ver esa casa de campo que visité por última vez hace años. Algo dentro de mí se conmovió al volver a verla, al pensar que sería mi nuevo hogar. Mientras yo estaba inmersa en mis pensamientos, un hombre mayor salió de dentro de la casa.

— Oh, Lewis, esta es _____. — dijo Robin.

— Hola, _____. Es un placer conocerte, yo soy Lewis, el alcalde de Pueblo Pelícano.

— Es un placer, señor. — dije sonriente.

— No te tomes tantas formalidades pequeña, tu abuelo y yo éramos íntimos amigos. Siempre estaba hablando de ti. Por cierto, ¿cómo está? Hace tiempo que no sé de él.

Las palabras de Lewis sobre mi abuelo resonaban en mi cabeza.

— Él esta... ya no... — no sabía como decir esto, porque sabía que iba a ser un duro golpe para Lewis. — Él falleció hace unas pocas semanas. Me ha dejado la granja como herencia. — dije con la cabeza baja.

El silencio se hizo presente. Hasta que poco después, Lewis volvió a hablar.

— Tu abuelo era un hombre increíble. Y estoy convencido de que tu serás tan buena granjera como él.

"Granjera". Esa palabra sonaba rara para referirse a mí. Supongo que me tendría que acostumbrar.

— Bueno, no te molestamos más, seguro que querrás descansar. Si necesitas algo, no dudes en preguntar a la gente del pueblo, estan ansiosos por conocerte y ayudar. — dijo Robin.

Ambos se marcharon y yo aproveché para entrar a casa y descansar. Había sido un largo viaje.

🖤 Newbie | Sebastian 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora