Capítulo 2

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Llevo días preocupada por lo que me ocurrió esa noche. Pensaba que, pillar una buena borrachera, sería lo suficiente para olvidarme de mis problemas. ¡Nada más lejos de la verdad! Ese encuentro con ese demonio, con ese hombre...

No me esperaba que al final todo fuera producto de mi estado alcoholizado. Está claro que estoy pasando por una crisis de importantes proporciones. Estoy meditando visitar a una terapeuta que pueda ayudarme a encontrar mi rumbo. Me siento tan perdida, tan deprimida que ya no tengo ganas de nada.

Levantarme cada día es un ejercicio de rutina. Despertarme, desayunar, arreglarme y marchar a trabajar. Después volver, ir al gimnasio, bañarme, preparar la cena y dormir. Estoy dentro de un peligroso bucle en donde sólo veo un final: el suicidio.

No sé cómo expresarlo, pero me veo tan susceptible a asumir que soy un fallo. No valgo para nada. Soy una mujer promedio en todo lo medible. No destaco en nada. Ya ni siquiera me logro ver guapa. Hasta eso me ha robado el cabrón de mi ex. Tal vez sí necesitaba esa aventura. Sentirme que tengo un propósito.

—No tienes por qué ser tan negativa, Naza —dice una voz a mi espalda.

Me giro de inmediato y me encuentro con ese tío que me había salvado en un primer término y que después había tratado de beber mi sangre: Bane. Aquel maldito vampiro me mira con sus ojos brillantes de color ámbar. ¡Es tan guapo!

—No era una fantasía... —sentencio con mi corazón latiendo a cien por hora.

Recuerdo todas las tonterías que habíamos hablado aquella noche. Era importante para alguien, por eso me buscaban los demonios y este apuesto vampiro.

—Te toca decidir qué quieres hacer con tu vida. Te guste o no los demonios volverán, mi gente volverá, en este caso yo. No es opción desentenderte.

—¿Todos me buscan y nadie me protege? Si hay demonios tienen que haber ángeles...

Es clara la dualidad entre el bien y el mal. Uno existe por el otro y viceversa. Agregamos a los vampiros. De seguro estarán sus correspondientes cazadores...

—Eso te gustaría, ¿no? —comenta mientras se pasa la lengua por los labios—. Te tengo que dar una mala noticia: no hay más ángeles ni cazavampiros. Esa guerra terminó hace años. Quedaron reducidos a una milésima parte y nada más que descubrimos a uno vamos a por ellos y los aniquilamos.

Lo miro a Bane con los ojos entrecerrados. No tengo por qué creerle. No lo conozco. Lo poco que sé de él no es bueno. No es una fuente fiable.

—¿Quién soy? ¿Por qué soy tan importante, ahora?

—Eres una de las pocas mujeres que pueden concebir ángeles.

—¿Yo? La madre de los ángeles... Bien. Y, ¿en qué os basáis para determinar algo así?

No me siento para nada especial. Una mujer capaz de hacer algo así, debería ser distinta. Haber obrado algún milagro. No haberse enfermado nunca. Tener alguna habilidad fuera de lo común. Más normal no puedo ser. A ver, si sirve como habilidad que no me guste el reggaetón...

Es más, tengo treinta y siete años. Estas cosas les pasan a adolescentes o veinteañeras. Como les gusta decir a las viejas, a mí está por pasárseme el arroz y no creo que pueda engendrar muchos ángeles. Soy un caso perdido.

—No me des explicaciones —corto cuando Bane estaba a punto de responder—. Deberíais buscar a alguna chiquilla que sí se ajuste con el típico rol.

—No te estás enterando que esto no es juego, Nazareth. Aquí no hay permisos, ni alternativas, ni equivocaciones. Desde que te separaste de tu ex se desarrolló algo especial en tu interior.

—Eso se llama depresión.

—Me estás cansando —comentó enojado Bane.

Creo que si encontré mi habilidad especial. Mi acidez saca de quicio a las personas. A Isidro —también conocido como el cabrón de mi ex—, a este idiota y a otros tantos más a los que les toca sufrirme cuando vienen a mis dominios. ¡Ah! Perdona, por mi humildad no dije que soy funcionaria de correos. Creo que eso lo podríamos considerar un poder.

—En serio, Bane. ¿Te parece que puedo ser taaaaan especial? ¿No te habrán dado mal mi nombre? Lo mismo no buscas a Nazareth Campos, si no a Nazareth Playas...

—Estoy empezando a pensar que sí. No puedes ser tan insoportable. Creo que entiendo a tu ex.

Le gusta jugar duro al amigo Bane. Pero si mi carácter puede servir para que me deje en paz, ¡bienvenidas sean las puyas con el cabrón de mi ex de por medio!

—Si quieres, yo te dejo a tu suerte. Pero ¿recuerdas a esa hermosa bestia que te encontraste en el centro? Hay cosas peores esperando su oportunidad. Y si no te atacaron todavía, es porque saben que te estoy rondando.

—Te tengo que dar las gracias entonces.

—Por supuesto.

Las luces se apagan de repente, mientras estoy pensando alguna otra ocurrencia que responderle. Esto es totalmente irregular. No está lloviendo. No tengo puesto el horno, la lavadora y el aire acondicionado al mismo tiempo.

—Tal vez a ella si le hagas caso.

—¿A qui...?

No termino de formular la pregunta que la puerta de casa salta volando por los aires. En el pasillo oscuro, pobremente iluminado por las luces de emergencia, se distingue una silueta cuyo único rasgo discernible son sus brillantes ojos rojos.

—Nazareth —dice la mujer con una voz reverberada.

—No me digas que es mi madre, hija o familiar...

Antes de que termine de hablar la sombra se desplaza hasta mí, me agarra del cuello y me empuja contra la pared. El golpe me atonta, deja mi mundo dando vueltas y cuando me incorporo el revés de la mujer me propulsa hacia la mesa del Ikea que tengo en el salón, que se rompe nada más caigo sobre ella.

—¡Bane! —exclamo asustada.

El aludido mira sin inmutarse. Parece disfrutar con mi miedo, mi frustración. Esa mujer tiene que ser un demonio que, lógicamente, busca matarme.

Bane me va a llevar hasta la desesperación. Que clame por su ayuda, para que me convierta en vampiresa y les dé hijos superpoderosos.

Se equivocan conmigo. Se esperan a una mujer que tenga tanto miedo a la muerte como a la vida. Yo decidiré cuándo moriré o cuando viviré.

Llevo mucho tiempo cansada de esta existencia. Espero por algo que no va a llegar, nunca. Una oportunidad de destacar en algo. Salir de la mediocridad. Nos dicen que todos podemos ser importantes y esa es la peor de las mentiras. Yo me la creí. Pensé que Isidro lo vería, que mis compañeros de trabajo y familia lo verían. Y no había nada que ver. No soy nadie.

Un nuevo golpe me deja al lado del ventanal de mi salón. Veo las luces de la calle iluminar a tantas personas anodinas como yo, llevadas por la inercia de su existencia sin ser capaces de valorar que este día ya no vuelve más. No aman, no sienten, no luchan por sus sueños. Es más fácil culpar a la suerte o, incluso, a Dios. Es lo que yo hago.

Abro la ventana y dejo que un viento me golpee el rostro y desarme el peinado que recogía mi cabello rubio. Bane y la mujer me miran con curiosidad. No saben qué se me puede estar pasando por la cabeza. Tampoco les daré más pistas que las necesarias.

No lo pienso más. Impulsándome con mis manos, me precipito al vacío.

El suelo se acerca y cierro los ojos esperando...

La CazadoraWhere stories live. Discover now