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Mis parpados son tan pesados ahora que aunque estoy consiente, no los separo

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Mis parpados son tan pesados ahora que aunque estoy consiente, no los separo. Mis músculos lloran y me siento drogado, otra vez. 

Despierto casi desnudo, de no ser por la enorme sudadera que me llega hasta las rodillas no habría prenda cubriendo mi cuerpo. Era de un color tan blanco como la pureza que se me fue arrebatada hace no sé cuanto. Siento que estuve en una intensa bruma tanto tiempo que me cuesta concebir dónde estoy. Me siento tan alejado de la realidad...

Estoy sobre un colchón sucio y frío. Veo que tengo una almohada y sonrió. Hay almohadones decorados y me pregunto que sucedió anoche. Recuerdo a Dmitry y su postura dominativa, me siento demasiado expuesto y sucio, más no puedo pensar demasiado en lo que paso entre nosotros.   

Una araña pasa cerca de mi rostro y la miro sin temer de ella. Sentándome en el colchón, tomo con cuidado al insecto entre mis manos y dejo que camine por mis dedos, mientras que una sonrisa se dibuja en mi rostro.

—Tú también tienes miedo, ¿verdad? —le susurro.

Dejo a la araña en el colchón de nuevo y esta se va corriendo. 

Este lugar huele a humedad y limón. Me hace recordar momentos de mi libertad y me siento dolido por eso. Quisiera entender que fue todo lo que ha sucedido, pero no tengo más que recuerdos húmedos y lujurioso de pasiones vergonzosas. 

Escucho el silencio, hasta que siento un pájaro cantando en la cercanía, pero no estoy seguro de que tan lejos está. Me siento mal de que él si pudiera volar lejos y yo no. Quiero verlo, así intento ponerme de pie. De forma bochornosa caigo al suelo por el flaqueo de mis débiles piernas. 

No puedo caminar.

No puedo correr.

No puedo huir. 

Las lágrimas comenzaron a rebosar mis ojos y un llanto —para nada lindo— invade mi ser. Mi pecho sube y baja, ahogándome con mi propio sufrimiento. 

No puedo creer lo que él me ha hecho. No puedo creer que una parte de mi gimió para él, entregándome como si eso me estuviera gustando. Me siento estúpido y me enojo conmigo mismo.

Me pierdo en mi propia mente y solo puedo pensar en este maldito sujeto.

—¡AYUDA! —grito con todas mis fuerzas, quizá en un intento inútil de no sentirme tan idiota y dominado. 

Escucho el ruido metálico de la puerta y miro rápidamente hacía ella.  Dmitry entra con una sonrisa. 

—Ya despertaste, bella durmiente —rie—. Creí que nunca lo harías. Pensaba en darte un beso para hacerlo pero me pareció inútil. Iba a follarte, quizá ahí si despertarías. 

—¡¿Qué le hiciste a mis piernas?! —inquirí llorando por no poder realizar algo tan natural. 

Dmitry rie. 

—Nada. No te he hecho nada más que follarte, pequeña. 

Mi labio tiembla. Escondo mi cabeza entre las almohadas y dejo que los enormes sollozos se escapen sin darle un alto. Quiero irme a casa. Solo necesito irme a casa. Necesito las caricias de madre y su amor incondicional. Abrazo con fuerza la almohada pensando en mis padres, en mis hermanos y en la maldita Corona. ¿Por qué nadie me encontró? No soy un Don Nadie, soy alguien y muy importante. ¿Cómo dejan que siga aquí? 

Hundiendo mi cabeza más entre las almohadas y ahogando mis penas entre dudas incontrolables, me quedo sin lágrimas que soltar. Estoy avergonzado. Anoche gemí como una niña necesitada. Fue el acto más indecoroso de mi maldita vida. 

Siento su cuerpo abalanzarse sobre mí. 

—Te lo ruego... —digo aún sollozando. 

—Nos daremos una ducha, princesa —susurra el ruso en mi oído—. ¿O acaso no te sientes sucio?

Oculté el pequeño jadeo que guardaba. A pesar de que esto no me gustaba, esa frase llego a hervir mi sangre de una forma extraña. 

Cargándome como a una princesa, Dmitry me lleva hasta el baño donde me encuentro con una tina. Estaba llena de agua aparentemente perfumada. Limón, pienso y comprendo que ese era el olor que antes había sentido. Mi secuestrador me quita la sudadera y me deja nuevamente expuesto. Él no tarda en quitarse todas las prendas que poseía. 

Sus ojos están brillando de excitación. 

—Métete. —ordena. 

—Por favor, aún me duele... —dije.

—Oh, Siem, debes encargarte de mi amigo. 

—¿Amigo?

Su erección es más grande de lo que recordaba. 

 

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El segundo infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora