«Reesender»

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Bélgica, 12 de Septiembre de 2020.

El rostro desencajado de Alphonse Lambert, al mirar a su socio Óscar Crowley, nunca había dejado entrever tanto sin mediar palabra. Algo no andaba bien y Óscar lo sabía. Ambos estaban preparándose para una gala en la que Crowley sería nombrado el mejor científico del siglo 21, pero Alphonse iba a interponerse en aquel evento.

—Siempre tuve la sensación de que ocultabas algo... —barbotó Lambert con una decepción alarmante en su mirada—. No sabía exactamente qué, pero ahora lo sé. —Extrajo un viejo VHS del interior de su saco de gala, Óscar observó con total desconcierto el objeto.

—¿Te sientes bien, Alphonse? ¿Quieres una aspirina?

—No te hagas el imbécil conmigo, Óscar, ¡sé lo que has hecho! Este video me lo ha mostrado todo... no eres quien dices ser... —soltó Lambert, agitando el VHS frente al rostro de Crowley—. ¡Eres un maldito monstruo! Un mentiroso, la más peligrosa de todas las alimañas que he conocido en mi vida.

—¿De qué se trata ese video?

—De tí, por supuesto, porque todo se trata de tí, ¿no es verdad, Óscar? O debería llamarte... ¿Zäit Reesender?

El rubicundo rostro de Óscar se transfiguró en una mueca de dolor y desprecio al oír aquel nombre. Alphonse había despertado viejos recuerdos que habitaban ocultos en su interior, y traído de vuelta aquel pasado del que había pretendido huir para siempre.

Intentó sosegarse, lo que debía hacer a continuación, requería demasiado control. Tomó un corta plumas y, sin dudar un instante, lo clavó en el cuello de Lambert. Éste cayó al suelo, desangrándose y gorjeando en un intento inútil de pedir ayuda.

Mientras su cuerpo perdía poco a poco la movilidad, Óscar corrió hacia su habitación y presionó un código en un tablero oculto en la pared que, inmediatamente, se abrió dando paso a un laboratorio oculto.

Minutos después, todo estaba listo. Se había calzado dentro de un traje negro de motociclista que contenía en su interior todo lo necesario. Tomó un casco que ocultaba perfectamente su rostro y montó una motocicleta tan oscura como su alma.

Presionó un botón en el centro de su traje y éste expulsó, a través de pequeñas jeringuillas, una solución líquida de microcristales orgánicos moleculares que le permitirían viajar en el tiempo. El cuerpo de Óscar se iluminó un instante por la reacción, encendió su motocicleta e inició su viaje.

Clervaux, distrito de Diekirch, Luxemburgo.

Zäit Reesender era el adolescente más ruin y cruel con el que te pudieras topar. Imponía miedo y respeto en todo lo largo de su metro ochenta, pero también era motivo de desagrado y rechazo, por eso, no contaba con muchos amigos en su haber. Sólo Punko, un muchacho un año menor que él, quien lo seguía a todos lados —porque él tampoco encajaba en ninguna parte—, era su único aliado en todas sus andanzas. Punko portaba una ominosa cresta de la que se jactaba cada vez que podía y que pintaba de llamativos colores a diario. Siempre vestía pantalones de poliéster y remeras viejas, de colores dudosos, con un chaleco de cuero negro y unas zapatillas Nike Blazers color gris. El estilo de Zäit era mucho más discreto, sin embargo. Pantalones pinzados, chombas anchas con el cuello levantado y un par de Vandals negras.

Ése 31 de octubre de 1984, ambos estaban apostados fuera de una preciosa edificación del siglo pasado, esperando en el interior de su Renault Sierra a que fueran las diez de la noche para poder colarse por la única ventana que habían descubierto que nunca tenía un seguro puesto. Llevaban semanas vigilando el lugar, pero el momento había llegado y era hora de actuar. Zäit sabía por un conocido suyo, que el viejo científico que vivía allí, poseía un invento que podía revolucionar el mundo, él pretendía robárselo y conseguir un buen dinero, vendiéndolo.

«Reesender: Crowley y el VHS»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora