II

58 5 0
                                    

Un día me enamoré de una canción. Una de esas que no puedes tocar con los dedos pero si con el alma. Una de esas que gritaba verdades a medias y a la que le faltaba el acorde perfecto cuyo enunciado era darle sentido a su melodía. Era preciosa y, sin embargo, llevaba mil historias contenidas en un par de compases amordazados a cualquier silencio que encontrase por su pequeño y torcido pentagrama.

Supongo que hace tiempo que no escribo porque esta canción me tiene en vela todas las noches. Que me prendé de sus pequeñas notas arrítmicas como el que intuye que se va a desquiciar por una única melodía y aún así sigue. Me sedujo porque era diferente, y de este mismo modo, me rompió el corazón; porque era desigual a mis acordes de noches y copas, y de desgastar mis cuerdas vocales por intentar alcanzarle la luna, que era lo único que podría estar a su altura, o al menos intentarlo.

Cierta noche te perdí, qué irónico ¿No crees? Cómo te podría perder, si fuiste musa de cualquiera y ninguno consiguió sintonizarse la vida a tu lado. Y yo tampoco iba a ser la jodida excepción. Desde entonces me meto en un bar zutano, de esos en los que solías tocar el corazón a cualquiera que escuchase un mínimo de tu vida.

Te echo de menos; y perdona mis eufemismos de media noche, pero hoy he vuelto a encontrarte, tú llevabas esa jodida armonía encima que a mi tanto me extasiaba, no obstante habías cambiado de acorde y ya no recordabas cuando coexistíamos juntos.

Posdata: ojalá tan sólo hubieses sido una canción.

ArrítmicaWhere stories live. Discover now