May I ask you a question?

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Ambos eran hombres orgullosos, así que mientras cenaban, el tema no volvió a surgir. Jigen, por su parte, tenía más que asumidos sus sentimientos por Lupin, pero no que fuesen recíprocos. Y Lupin, por la suya, aún estaba tratando de asimilar que acababa de intentar besar a su compañero, a su amigo. Pero la hora de la cena llegó a su fin, y esta vez ni Fujiko ni Goemon estaban por allí para interrumpirlos, por lo que se instaló un silencio sepulcral que duró un par de minutos, siendo Jigen el que lo rompió.

- Oye, Lupin. ¿Qué ha significado todo lo de an...?

- ¡Vaya! ¿Hoy no hacían el programa ese sobre ladrones famosos de la historia? ¡Seguro que salimos nosotros, voy a buscarlo!

Y como si de un niño se tratase, el moreno saltó hacia el salón para coger el mando y encender la tele en busca de dicho programa. Jigen esbozó una ligera sonrisa. No podía evitar que el pasotismo que mostraba Lupin le molestase, pero la ternura que le daba verle tan nervioso calmaba tanto los nervios como el cabreo. Se incorporó entonces de su silla, llevó la mano al bolsillo y se sacó otro cigarrillo, para seguidamente encenderlo y llevárselo a la boca, apoyado en la mesa de la cocina. Su mirada se fijó entonces en la figura del mono humanoide que en su sillón se encontraba.

En varias ocasiones, él había pensado en lanzarse. En acercarse a esa persona que tanto adoraba y hacerle ver que no era el soso que él creía que era. Cierto era que nunca había tenido suerte con las mujeres, ni con los hombres, pero eso no significaba que su experiencia fuese nula. Todo lo contrario. Le gustaba considerarse un Don Juan, pero uno paciente y seductor, no el tipo de Don Juan que Lupin gastaba su tiempo en imitar.

No habiendo ahora tensiones entre ambos, Daisuke apagó el cigarro en el cenicero que se encontraba colocado sobre la mesa y se incorporó del apoyo, caminando lentamente hacia el salón. Lupin no pasó aquello por alto, y observó de reojo como él se acercaba, cada vez más, a su persona. Tanto fue el acercamiento, que apenas sobraron unos centímetros entre los labios de ambos. Jigen había subido sobre las piernas del francés, y acariciaba ahora su mandíbula. Lupin apenas había visto eso venir. Su cuerpo no reaccionaba, solo fueron sus manos las que, inconscientemente, agarraron las caderas del americano para no dejarlo caer de sobre su cuerpo.

Lo siguiente que notó, fueron sus labios. Nunca había besado a un hombre, pero el primer contacto no le pareció en absoluto desagradable. Cuando su cuerpo reaccionó al fin, fue para permitirle cerrar los ojos. Cierto era que el cosquilleo de la abundante barba de su compañero contra su piel era cuanto menos extraño, pero no llegaba a molestarle tampoco. Fijó entonces su interés en el beso, pues no quería quedarse atrás, ya que él era el gran Arsène Lupin, amante y conquistador nato. Las manos que antes había colocado en sus caderas ahora subieron a sus mejillas, las cuales acarició mientras ladeaba la cabeza para que ambas bocas coincidiesen más satisfactoriamente.

El beso pasó a ser algo más íntimo, más profundo, en el momento en que Jigen pidió permiso para entrelazar su lengua con la ajena. No fueron necesarias las palabras, él simplemente tanteó el terreno y fue dado permiso. Dai empezaba a disfrutar de aquello, a relajarse debido a que su compañero aún no se había apartado, es más, le estaba siguiendo el royo, y se notó en el hecho de que su cuerpo se relajó y los hombros le cayeron. Los labios de Lupin, como era de esperar, eran muy hábiles. Dai notó los roces entre ambos, e incluso algunos de ellos le hicieron estremecerse.

Al quedarse ambos sin aire, sus cuerpos se separaron. Pero Lupin no dejó que aquello acabase ahí, por lo que se levantó con mucho cuidado y, cogiendo de la mano a su compañero, lo llevó a su habitación, empujándole una vez llegaron. Dai cayó sobre ésta, y miró hacia la figura de Lupin aún de pie para ver cuál sería su próximo movimiento. El francés se inclinó, apoyando una de las manos en la pared, y usando la sobrante para deshacerse del fedora del americano, mirándole finalmente a los ojos tras apartar (con mucho cuidado de no hacerle daño) el flequillo de la cara.

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