Capítulo 2

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Día sábado.

¿Saben que significa? Día de no hacer absolutamente nada.
¿Hay tareas de clase? Sí. ¿Tengo ganas de hacerlas? No. ¿Son importantes? Probablemente. Pero mi día de descanso #6 en la semana se respeta y no quiero interferir con el orden natural de las cosas. Sería muy injusto que yo levántase siquiera un dedo en este precioso amanecer. Dormiré, comeré dos botes enteros de Onion Pringles que tengo en la repisa de la alacena y leeré un poco, quizás. Nada puede estropear mis pl...

Cristina:
Oye.
Responde.
10:30 AM

A ver quién te responde.

Cristina:
Hey, you.
10:42 AM

Siguen vastos.

Cristina:
Nada más te recuerdo de la
actividad de Seminario para
el lunes, te toca hacer la
introducción y el marco teórico.
Me escribes cuando despiertes.
10:45 AM

Se me antojo no despertar hasta el lunes.

Cristina:
Supongo que estarás dormido aún.
10:45 AM

Supones mal pero, ¿quién soy yo para aclarartelo? Estoy mal, preciosa. ¿Y sabes qué? Se siente bien. Se siente excelente. Hoy me levanté y fui directo al espejo y lo que vi me sorprendió bastante: estaba bajando de peso a niveles irreconocibles. Me gustó lo que vi, por primera vez desde que entré a la adolescencia y las hormonas me hicieron darme cuenta que me comía los mocos, por primera vez amo lo que veo de mí físicamente. Lo cual es un poco extraño, a decir verdad. Hace no más de seis meses me veía totalmente diferente. ¿Será que estoy creciendo? Es natural que la pubertad en los chicos los haga aumentar de altura corporal. ¿Pero bajar tanto de peso? La vida me está estirando, literalmente. Y si preguntas qué desayuné, te podría decir que nada. Hablando del día de ayer, claro. ¿Almuerzo? Smoke de la capital, dónde estuve ayer que no asistí a clase. ¿Cena? Un rugido del mismísimo fondo del abismo (mi estómago) que me dejó sospechando cosas. Ahora no tiene por qué ser diferente. ¿Hay comida o al menos qué cocinar? De hecho, sí. Pero no quiero, me veo tan bien, cariño...

Dios mío, qué estoy diciendo.

Odio todo y todo me da vueltas. De la nada, tres horas después, me levanto de una resaca porque me quedé sin conocimiento tirado en el piso de la sala de mi hogar. Yo no bebo, esto fue otro bajón de azúcar. En cuestión de defensas, no tenemos defensas. No recuerdo cómo llegué aquí ahora. Estoy a las tres de la mañana lejos de casa. Tirado en la banqueta, con el frío y la brisa nocturna abrazándome en vez de que seas tú. Probablemente discutí con mi familia de nuevo. Ellos no lo entenderían, tú tampoco. ¿Quién lo haría? Estoy cansado de esto. Empiezo a pensar cosas que no debo, cómo que la vida no está bien y que la existencia no tiene ningún sentido. Tengo crisis de mi propio vacío. Y estas caminatas nocturnas, extrañamente largas y recurrentes, son lo mejor para despejar mi mente. Asi que aquí me ves, cariño, voy recorriendo una autopista infinita en espera de un auto. No quiero que me recoja, no quiero que me lleve, no quiero conducirlo. Pero realmente quiero un auto, no me interesa si al lado o encima mío, precisamente. Quiero acabar con esto. Me deja de importar, quiero por fin aliviar un poco la carga, dejar de sonreír y parecer menos idiota. Ellos saben que la oscuridad me consume. Soy hijo de la noche, de los problemas, del temor. Perfectamente hecho para ser desecho. ¿Comprendes lo que digo? Porque yo no. Desearía que fueses el auto. Pero no quiero manejar lo nuestro, no quiero que me levantes del suelo y mucho menos quiero que me lleves de esta profundidad a la que me sumerjo cada día que pasa. Y sencillamente, no me importa que estés a mi lado cuando eso pase, mucho menos encima de mí, sacándome de quicio con tus charlas bobas sobre estar mejor. ¡No puedo estarlo! ¡No quiero! ¡Ya no hace falta! ¡Todos son unos idiotas!

𝑳𝒆𝒙𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora