III

243 15 0
                                    

|Y O U|

Estaba atardeciendo y buscar algún lugar para poder dormir era indispensable ahora.

— Creo que será mejor que nos quedemos aquí — comentó, Jack deteniéndose.

Mire el lugar.— ¿En medio del bosque? — inquirí.

Encaró una ceja.— Bueno, ¿ves alguna otra opción? — preguntó, indignado.

Me mantuve en silencio, sin saber que decir. La verdad era que no. No tenía alguna otra opción.

Suspiré rendida.— Bien, quedémonos aquí — acepté.

— Iré a buscar ramas para enceder la fogata — comentó, tendiendome la mochila.

La tomé asintiendo.— No tardes.

Asintió devuelta.

No sabía que hacer ahí sola. Acampar sería complicado, tendríamos que hacer guardia en caso de que algún oso o lobo saliera por ahí en la noche.
Sin mencionar, las serpientes o los mosquitos.

Revise la comida.

Jack había tomado, unas cuantas latas de atún, botellas de agua y otras cuantas de verduras.
Podíamos sobrevivir con aquello pero sabía que no sería suficiente.

Escuché el crujir de las ramas alrededor del área.

Conocía las pisadas de mi hermano. Eran silenciosas y sigilosas como un gato.

Estás, eran resonantes y gruesas.

Tomé el arma en silencio, mirando por todos lados.

Se acercaba poco a poco.

Cuando menos lo pensé el sonido de otra arma se escuchó detrás de mí.

— ¡Muestra tus manos! — vocifero, con firmeza.

Esperaba a que Jack llegará tan rápido como pudiera.

— ¡Te dije que mostrarás tus manos! — replicó.

La otra persona frente a mi, se acercó un poco más apuntandome como el de atrás.

Me miraba amenazante, analizandome con la mirada lentamente. Sus ojos trataban de intimidarme. Pero su rostro neutro casi frío, era lo que intimidaba.

— Te dio una orden — murmuró, con frialdad.

Su voz no era varonil. Era la de un niño, casi un adolescente pero aún así trataba de imitar aquella faceta de firmeza como el otro.

Alce las manos lentamente, sin dejar de mirarlo.

Su piel era pálida, lleno de pecas y cabellera lacia, de un color rojizo casi caoba a la luz del sol que bajaba por ahí.

— Da la vuelta — ordenó, de nuevo el otro.

La voz de éste, en cambio, se escuchaba joven, casi varonil. Tenía una firmeza impecable, comparado con el niño.

𝖉𝖎𝖊 𝖋𝖔𝖗 𝖞𝖔𝖚 | TOM HOLLAND [En Edición] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora