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Al día siguiente, todo estaba más calmado. Giyuu se había quedado en cama hasta que fueron las doce pasadas, mientras, Kanroji se había tomado la molestia de ayudar un poco al hombre con todas las tareas que debía realizar, las cuales, desde que Tanjiro se había marchado, siempre hacía él solo.

— Giyuu, ¿piensas quedarte el resto del día sin hacer nada?— Preguntó Urokodaki manteniéndose quieto en su lugar, observando a los dos más jóvenes comer tranquilamente.

Tomioka lo observó de reojo, sin alzar la cabeza. Le dio vueltas al tema y pensó en su respuesta, ¿qué quería hacer, realmente?

— No te preocupes, ayudaré algo.— Dijo al final mientras llevaba un trozo de su comida a su boca.— No os dejaré todo el trabajo a vosotros.

— Está bien.— Urokodaki asintió antes de volver a quedarse en silencio. Entonces, un cómodo ambiente se instaló en el lugar, implantando confianza en la de cabello bicolor, quien había estado tensa durante un rato.

Tras almorzar, los tres se quedaron juntos en el mismo lugar, hablando un poco de diversos temas, hasta que al fin el tema de conversación desembocó en las tareas que debían realizar aquella tarde.

— Kanroji, tú eres una invitada, no hace falta que hagas nada.— Dijo Tomioka mientras volvía a sentarse en el suelo, cruzando sus piernas. La chica negó con la cabeza antes de responder.

— N-no, no os preocupéis, puedo ayudar en lo que sea necesario, no es molestia...— Respondió algo nerviosa Mitsuri, pero Giyuu volvió a negarse.

— No te preocupes, no es necesario. El trabajo debería hacerlo yo.— Aclaró sin titubear. La chica suspiró.

— Pero tú estás enfermo y herido.— Le recordó ella, pero él le restó importancia a aquello.

— No pasa nada. Lo haré de todas formas.— Dijo seguro.— Urokodaki-san, ¿qué es lo que necesitamos?— Preguntó, dando por terminada la pequeña conversación con Mitsuri, quien se dio por vencida y se tumbó en el suelo.

— Hm, esta mañana nosotros dos estuvimos con las tareas dentro de la cabaña; supongo que lo único que necesitamos ahora es ir a comprar.— Giyuu asintió en silencio, recibió la pequeña nota con las cosas necesarias que Urokodaki había escrito en un momento y se levantó de su lugar para dirigirse a la entrada. Tomó algo de dinero, y, antes de salir, le dedicó una última mirada a Urokodaki y habló.

— ¿Solo eso?— Inquirió con cierta duda. El mayor asintió en silencio mientras se dirigía a un lado de la cabaña y tomaba una katana entre sus manos.

— Ten. Por si se te hace tarde.— Le dijo mientras tiraba la katana de Giyuu en su dirección, quien la atrapó con una sola mano y luego la colocó en el lugar donde siempre la llevaba. El chaval se dio cuenta, entonces, del error que estuvo a punto de cometer. Los pilares debían llevar su katana siempre por si ocurría algo, y él la había olvidado; incluso estando de descanso debía cumplir con aquella norma.

— Gracias, por poco meto la pata.— Informó nervioso mientras abría la puerta. Mitsuri rio desde su sitio y alzó su mano, despidiéndose de su compañero.— Hasta luego.— Y, entonces, salió del lugar, cerrando tras él.

Lentamente, se fue encaminando hacia el pueblo que quedaba ahí cerca. El camino se le hacía algo pesado y aburrido, observaba a sus alrededores mientras mantenía el recuerdo de Sabito en su mente; no recordaba la cantidad de veces que había pasado por allí junto a él.

La nieve hacía del paisaje un lugar hermoso y digno de ver; y aunque era mucho mejor apreciar la zona en primavera, en invierno tampoco estaba nada mal. A Giyuu siempre le había encantado la nieve, cuando era pequeño solía jugar junto a su hermana, y, cuando esta se marchó y conoció a Sabito, pasó a realizar esta actividad junto a él.

Una suave sonrisa floreció en su rostro; recuerdos comenzaron a volar en su mente, y se sintió más tranquilo. Pese a todo el frío que sentía, pudo sentir la calidez en su pecho, aquella que solo Sabito le logró otorgar.

Entonces, se detuvo. Llevó una mano a su pecho y sintió los suaves latidos de su corazón. Sus ojos centellearon, y no supo identificar lo que sintió en aquel momento.

Se sintió cómodo con el recuerdo de Sabito. No le provocó ni ansiedad ni tristeza; eso era algo bueno, ¿no?

Tras un momento de confusión, el chico volvió a la realidad. Sacudió su cabeza y siguió su camino en absoluto silencio, aún admirando el paisaje a su alrededor, hasta que al final llegó al pueblo.

— ¡Tomioka-san, cuánto tiempo!— Bramó una voz que no tardó en reconocer; era una mujer mayor, con la cual solían toparse Sabito y él años atrás.

— ¿Señora Aina?— Inquirió mientras dirigía su mirada al lugar del que procedía aquella voz, y, exactamente, era ella. El joven sonrió suavemente y se acercó a ella, la saludó y mantuvo una corta conversación antes de retirarse, diciendo que debía hacer unos recados para Urokodaki. La mujer se despidió suavemente de él mientras lo observaba marcharse, no obstante, ella no se movió del lugar.

Tomioka se encaminó a algunos de los pequeños comercios del lugar. Por el camino se topó con personas que hacía años que no veía, algunas de ellas, pese a todo el tiempo que había pasado ya, lamentaron la pérdida de Sabito y trataron de consolar un poco al chaval, quien simplemente agradecía de forma algo triste y nerviosa.

Una vez que tuvo todo lo que pidió el hombre, salió del pueblo y se encaminó nuevamente hacia la cabaña de Urokodaki. Cada vez se sentía mejor, y no hablando de sus problemas físicos pues algunas de sus heridas aún escocían y su resfriado no había mejorado mucho; sin embargo, sentía felicidad. Poco a poco, unos sentimientos positivos comenzaron a florecer dentro de él, y aunque aún se sentía algo mal, algo en él iba mejorando. Y, después de tantos años de esa forma era mucho mejor. Sentía como si cada vez hubiera menos peso sobre sus hombros y se sentía más libre.

Tal vez eso era aquello que Sabito buscaba y quería; que él hallara esa tranquilidad incluso sin él a su lado. Quería que fuera tan feliz incluso estando muerto, y por años, no le había dado ese placer.

Pero ahora era consciente de ello. Giyuu no iba a olvidar sus sentimientos por él, no iba a abandonar sus hermosos recuerdos y jamás lo iba a olvidar a él. Pero tenía algo claro.

Debía superarlo. Que cada vez que pensara en él pudiera sonreír, ser feliz por todos aquellos hermosos recuerdos que Sabito le había dado mientras vivía y seguir viviendo por ambos; disfrutar de lo que le quedaba y aceptar su puesto.

Solo... Necesitaba un pequeño empujón para poder caminar hacia aquel futuro que anhelaba.

Mirar Atrás ➳ SabiGiyuu Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz