En el metro no se come

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EN EL METRO NO SE COME

Por aquel tiempo, ya las cosas se habían puesto extrañas, y en todo supermercado o abasto era normal ver una enorme cola, desesperados por adquirir los últimos productos subsidiados de la nación. Todo con tal de no pagar el monto que le diera la gana al bachaquero(1).

Ya me había acostumbrado a buscar a mi hija, por las tardes, en el preescolar, y antes de entrar al metro comprar lo que se pudiera.

Ese día compramos un trozo de torta en una verbena escolar, y sentí alivio al recordarlo cuando la pequeña se quejó de tener hambre, dentro del vagón, a mitad de viaje, faltando al menos cuarenta minutos para llegar a casa.

-Anda hija, come, pero yo te voy dando poco a poco, así no hacemos un reguero de migajas en el suelo- Íbamos juntas, como si nada.

Es interesante conocer el marcado interés de algunas personas por lo que hacen las otras, el abnegado deber ser y esa conciencia de luchador que algunos tienen, en todo momento, y a toda hora.

-En el metro no se come- Dijo un muchacho, que viajaba parado, agarrado de la barra.

Sí se hubiese dirigido directamente a mí, y no lo hubiera dicho como un chisme en voz alta, a la señora que tenía al lado, yo le habría explicado la causa, e incluso, decorosamente, guardado la torta, pero no fue así.

-Por eso estamos como estamos- Continuó con ironía- Y de paso le da una torta- En eso le dediqué una escurridiza mirada de odio- Será que quiere poner a la niña como una cerda...

Mi paciencia colapsó.

Estaba infringiendo una regla, eso era verdad.

Que el país estaba mal a causa de ignorar la ley, también era cierto.

Que quisiera alimentar a mi hija con comida chatarra y engordarla. Ya eso era un abuso.

-Oye, amigo, metete conmigo. Yo soy la que cometió el error, pero no te metas con mi hija – Dije, conteniendo las ganas de pronunciar una que otra grosería.

-¡Entonces guarda la comida!... ¡En el metro no se come!- Repitió enfurecido.

-No tengo problemas en guardar la comida, pero tengo problemas con el ensañamiento tuyo ¡Tú no sabes porque le estoy dando la torta en este lugar!- A mi también la furia me había invadido.

De la nada, o mejor dicho desde el otro extremo, un moreno, alto, musculoso apareció, alardeando cual súper héroe urbano.

-¡Que te pasa con la señora y su hija! – Retó al joven, de contextura delgada y menos feroz que mi defensor

-¿Qué pasa? ¿Te vas a dar unos puños por ellas? – Desde el asiento vi como estos dos antagónicos seres se retaban por alguien que ni conocían.

-¡Yo si me voy a dar unos puños por ellas!- Le respondió acercando el cuerpo y batiendo las manos en el aire, con una horda de gente alrededor, demasiado apretada para hacerles un circulo glorioso.

El joven bajó el bolso y levantó los puños en posición de boxeador. Me comenzó a latir el corazón como un caballo desbocado.

Su contrincante, el moreno musculoso, no estaba bromeando. El golpe que le asestó, justo en el puente de la nariz, fue tan rápido y certero que lo único que recuerdo haber visto con claridad fue el chorro de sangre saliendo de sus fosas nasales.

Adentro la gente gritaba, yo recogía mis piernas sobre el asiento evadiendo a los gladiadores en plana batalla. Al segundo golpe el joven que me hacia la guerra sabía que estaba vencido. En lo que la puerta del vagón se abrió en la estación Chacaíto, tomó su morral y salió corriendo, con la cara inflamada y manchada.

El moreno me sonrió con gentileza – Ya no se meterá más contigo- y salió en persecución del otro.

Ambos luchadores se habían marchado, pero adentro quedé yo, con mi hija, como la causa viviente del conflicto. Con mil ojos atravesándome como cuchillos filosos.

Una señora casi me escupió las palabras - ¡Por tu inconciencia, casi matan al pobre muchacho! – Presentí que habría un linchamiento... hacia mí.

En Sabana Grande salí del vagón con mi hija en brazos y me acuclillé, con la espalda contra la pared, a llorar como una magdalena, con las manos temblando y sintiendo la culpa en todo mí ser.

Un operador de la estación tuvo que venir a asistirme porque se me había bajado la tensión de los nervios.

Muchos años después, con mi hija adolescente, recordamos la escena cada vez que nos provoca consumir cualquier cosa adentro de las instalaciones. Guardamos el producto y sabemos que afuera sabrá mejor, que no hay necesidad de entrar en conflictos, porque...

"En el metro no se come"...

Nota del Autor:

(1) Bachaquero: No tiene un principio etimológico derivado del latín, pero si emula al pequeño insecto, poderoso y fuerte, que busca comida en todos lados. Así llamaron a las personas que se dedicaban exclusivamente a realizar estas colas, a fin de comprar los productos regulados y luego revenderlos a precios infructuosos. 

Aventuras y desventuras de un venezolano de a pie...حيث تعيش القصص. اكتشف الآن