Capítulo 36: El asentamiento en el cementerio

47 6 6
                                    

Melody y Caín llevaban días caminando sin descanso, en busca de algún resquicio de civilización, de alguna resistencia humana que todavía no hubiera sucumbido a esas letales bestias que de alguna forma ya parecían haberlo invadido y asolado todo.

Tuvieron que abandonar el restaurante chino porque un hedos asiático regresó a su puesto de trabajo de forma indefinida.

Cuando los encontró, escondidos en un armario, comenzó a parafrasear de forma casi ininteligible nombres de comida china con su voz de ultratumba, mientras los perseguía espasmódicamente abriendo sus fauces para intentar arrancarles un generoso pedazo de carne. Fue una situación cómica y temeraria al mismo tiempo.

Los alaridos de aquel ser alertaron a un puñado más de corrosivos y reptadores que al parecer deambulaban por los alrededores.

Lo que había sido un refugio para el chico y la niña durante un tiempo bastante prolongado se había transformado en una trampa siniestra y espeluznantemente mortal.

Los jóvenes supervivientes consiguieron encerrarse con pestillo en el vestuario del personal. Sí, los hedos también recordaban cómo abrir puertas.

Todos los zombies se aglomeraron frente a la puerta y comenzaron a golpearla, la agresividad de los porrazos junto con la saliva corrosiva comenzaron a deshacer y hacer ceder aquella frágil puerta metálica.

Melody se escondió tras el mayor, aterrorizada. Caín aunque no lo aparentaba por dentro también estaba asustado, se habían pasado muchas semanas sin preocupaciones, sin tener que enfrentarse a ellos, así que verlos de nuevo despertó sus miedos.

Caín miraba hacia cada rincón de la habitación buscando una salida viable del restaurante. La situación límite consiguió destrozar su paciencia.

Ni Melody ni él se esperaban que fuera a ocurrir aquello. Caín estaba fregando los platos del desayuno y Melody estaba cerca, tumbada en el suelo dibujando y canturreando cuando oyeron el potente sonido del cristal hacerse pedazos. Caín había soltado el plato, que también se hizo añicos, agarró Melody de la mano, la levantó del suelo de un tirón y consiguieron esconderse, pero el monstruo ya había interceptado su propio desayuno vivo.

Si el joven no hallaba una manera precoz de huir estarían sentenciados a la más horrible de las muertes imaginables.
Caín no pensaba rendirse por muchos obstáculos que se le impusieran delante, había luchado toda su vida y no iba a permitirse morir: Tenía que dejar en un buen lugar seguro a Melody e intentar hallar a sus hermanos. Uno al menos posiblemente aún seguía vivo.

Días anteriores había hecho una expedición a su casa, que quedaba a solo un par de horas caminando de aquel pueblo y solo halló cenizas en su lugar.

Aquello no fue nada esperanzador.

Su madre, que no salía de casa por su enfermedad, obviamente ya no estaba en este mundo, ni siquiera en forma de bestia, como era el caso de Cassia.

Alguno de sus hermanos se había tomado la molestia de enterrar sus restos y tallar una cruz de madera con sus nombres. Caín no pudo evitar llorar cuando vio también el nombre de Duncan escrito a cuchillo sobre las tablas.

Para la pérdida de su madre llevaba mucho tiempo preparado, pero para la de su hermano pequeño no.

Los recuerdos de la muerte y transformación de Cassia en zombie alado también azotaron en su mente y con la cara empapada de lágrimas añadió el nombre de Cassia en las tablas.

Recogió flores silvestres y las dejó sobre dónde supuestamente yacían los restos de sus seres amados. Y se mantuvo allí, lamentando y llorando sin cesar y agradecido de que allí no rondase ningun zombie, porque era consciente de que se encontraba tan débil moralmente en aquellas horas de pesadumbre que se habría dejado matar sin siquiera defenderse un poco. Sentía haberlo perdido todo. La vida era muy cruel con la gente buena, y él que había sido más bándalo cuando era más joven ahí seguía vivito y coleando, Caín creía no merecérselo.

El despertar de las BestiasWhere stories live. Discover now