5 ⭒ Miel y polyester ⭒

13.8K 1.4K 722
                                    

Correr durante la noche, con el aire frío del otoño y las calles cerradas del barrio, era prácticamente una locura para alguien con problemas de asma.

Yo era ese alguien.

Olvidé mis limitaciones médicas y sólo fui consciente de la mano de Emily sosteniendo la mía. Me guiaba al centro de la ciudad, apenas un par de horas antes de la lluvia pronosticada para esa madrugada.

Ella seguía sin mencionar sus planes y yo temí preguntar una vez más. Parecía dispuesta a todo. Lo confirmé cuando, sin preocuparse de que fuera vista, lanzó su bolso entre unos arbustos de la última casa de mi barrio.

Asumí que pasaría por él después y que su trote era constante porque debía ejecutar los planes escritos en la palma de su mano.

Yo moría por leerlos desde que supe que estaba en ellos, pero me conformaba con la agradable sensación de estar en la lista de alguien...para bien.

Nos detuvimos cerca del cine Rialto y, cuando nuestras manos se separaron, la mía estaba manchada con tinta azul. En la suya quedaban vestigios de las letras, se difuminaban tan bien que pude confundirlas con galaxias distantes.

Tan distantes como la distancia entre simplemente preguntar qué decía en su mano y tener la valentía de enunciar la pregunta.

—Antes de que empieces con todas tus preguntas de periodista, me gustaría saber qué tipo de palomitas te gustan.

—Las de caramelo —respondí muy segura.

—Buena elección. Empaqué como...dos. —La vi sacar de su sudadera exactamente tres paquetes de palomitas—. Traje las de mantequilla porque pensé: Dios, quizás es de esa gente que realmente le gustan las palomitas de mantequilla.

Mientras ella seguía balbuceando sobre las mezclas prohibidas entre lo dulce y lo salado, pregunté algo que pudo ser obvio.

—¿Vamos a pasar al cine?

Asintió calmada. Yo miré el lugar y luego a ella, repetí el proceso más de una vez provocando que soltara una carcajada.

—Nunca he visto una película en blanco y negro —confesó—. ¿Qué mejor que hacerlo con una experta?

Intenté ocultar mi sonrisa, pero fue inútil como cada intento de ese día.

—Pero este es el Rialto. —Me miró sin comprenderlo y le expliqué—. Es muy exclusivo. No van a poner alguna película que podamos elegir entre los rollos. Pierde la magia.

—Tengo variedad de palomitas ¿Crees que no tengo dinero para chantajear a todos ahí adentro?

Negué incrédulamente y ella asintió, sonriente de ser descifrada.

—Bien, tienes razón. No lo tengo, pero lo que tenía planeado usar como extorción nos servirá más adelante.

Volvió a sostener mi mano mientras esperábamos cruzar la calle. Aproveché la luz verde de los autos para observarla un poco más y maravillarme por la forma en que las luces del letrero del Rialto hacían que su cabello se viera más claro.

Desde el atardecer, llegué a la deducción de que los tonos dorados le sentaban muy bien. Se sentía un poco incorrecto sostenerle mano y sentir que mi palpable azul la marcaría...para mal.

Deseché el pensamiento cuando la luz se hizo amarilla y sus ojos volvieron a mí. Ya no eran como el café matutino, sino como la miel brillante de los panqueques.

Mientras me jalaba para que siguiera su ritmo, volvió a invadirme la sensación de que tenía muchas cosas para decirle, pero no era capaz de entender el idioma que gobernaba cada uno de esos pensamientos.

La Noche Soleada [BORRADOR]Where stories live. Discover now