Mi boca ya no gritará dolor

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- ¿Qué le ha parecido doña Azucena?

- ¡ay mi hijo! tocas muy bonito la guitarra, esa canción es tan bonita- suspiro- recuerdo cuando mi esposo me la cantaba, nos gustaba mucho Agustín Lara, con su música nos enamoramos, gracias por darle importancia a esta decaída anciana.

-No, de nada -una sonrisa- es un placer y usted, Doña Azucena, no es una anciana decaída... sigue haciendo al mundo más hermoso.

Cerrando los ojos- sabes hijo, de verdad te agradezco tanto que te des el tiempo para sacarme una sonrisa, es solo que.... no me lo tomes a mal, pero es la presencia de otras personas lo que deseo, de unos jóvenes en específico, este dolor me es difícil mitigar.

-No se preocupe no me lo tomo a mal, yo comprendo que su vida puede ser muy triste en este punto y hablando sobre eso... hoy, mi visita -un suspiro muy profundo- es diferente a las demás, yo le aprecio mucho y me apena solo tener canciones para darle...

-¡Juancho! -Interrumpiendo el parlamento -ya sé a qué viniste hoy, lo vi en tus ojitos tristes que fuertemente tratabas de disimular, no sé a dónde tengas que ir, pero te deseo suerte -tomándolo de la mano- tú me has dado un regalo tan hermoso y valioso, invaluable, me has dado tu tiempo, -acariciando su frente- el tiempo es limitado, impredecible e irrecuperable, tú me has dedicado mucho tiempo y yo te quiero infinitamente.

-Doña Azucena -con voz empezando a quebrarse- es que me da muchísima tristeza el no saber si le volveré a ver, la oportunidad de darle el último adiós será una moneda al aire cuando me vaya.

-no llores hijo -con voz engrosada- yo en cualquier circunstancia estaré muy bien, he visto mucho, no te negaré que me da un poco de miedo, pero tu ausencia no será mi dolor más grande e insisto no me lo tomes a mal.

Él se levantó, apoyó su guitarra contra la pared y abrazó a la vieja mujer sentada sobre aquella rústica mecedora.

- ¿hay alguna otra cosa que pueda hacer por usted antes de irme?

-sí, solo un último favor -apuntando con el dedo al vacío de una esquina de la habitación- ¿lo puedes ver, es real esa persona?

-doña Azucena -con un sentido de desconcierto- no hay nadie ahí.

-oh, creo que... no estoy buena de la cabeza.

Entonces Juancho dio una última mirada alrededor, su mirada quedó atrapada por unos momentos en unos cuadros con fotos, sacude la cabeza para volver al asunto presente y tiernamente se despide.

-le veré después ¿de acuerdo? -le da un último beso en la frente y se va-.

Los pasos producen un eco muy marcado en el silencio encerrado entre las paredes, cada ruido tan definido, después del sonar de la puerta al cerrarse la triste y gris habitación termina callada.

El Hombre de aquella esquina vacía, vistiendo un fraque negro y chaleco vino, camina hacia donde un banquito, lo alza con sus manos y lo lleva al frente de la mecedora donde doña Azucena reposaba.

Cada ruido sonaba tan real como los pasos de Juancho, pero impregnando cierta oscuridad al ambiente.

Con sublimes movimientos y elegancia el hombre toma asiento en aquel banquito, infla el pecho y sorpresivamente dice:

-Juancho es un músico de buen corazón es interesante que el dedicara tantas canciones a una viejita como usted.

Azucena casi sufre un ataque al corazón, la imagen que tenía al frente era tan irreal que escuchar su voz fue de creerle real.

Mi boca no gritará dolorWhere stories live. Discover now