S I E T E

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S I E T E

—Oh vamos, no puede ser tan malo.

—No.

La palabra sonaba desde lo profundo de su ser, Hunter sabía que tenía que hace algo, algo que logrará que aceptará de la manera más rápida posible. De pronto una idea cruzo su mente: ella no podía pensar cuando estaba distraída.

Tomo de su mano y la empujo hacia la puerta más cercana, un baño, uno bastante estrecho. Él no dudo en presionarla contra el lavamanos.

—Hunter no...

Su rostro estaba enterrado en la curva de su cuello mientras regaba besos.

—Nunca quiero dejar de comerte.

—Hunter, tu no eres un plebeyo como yo, en un momento deberás casarte; deja de decirme esas cosas.

—¿Cómo es que sabes tanto de la realeza? —peguntó él mientras sentía que ya su espiración era pesada.

—He estado en el castillo desde que nací, obviamente que estudie su historia.

—Y aún así que quieres hacerme ese favor.

Acaricio su pierna de arriba a bajo.

—Hunter, no me ilusiones.

Eso hizo que él levantará la cara de golpe.

—¿Y quién te dijo que eras un juego para mi, Faith? ¿el echo que solo limpies el castillo real? ¿Cuando me ha importado tocarte, besarte o simplemente hablar contigo por eso? Te lo dije: Nunca querría parar de comerte, así que hasta que no veas las canas en mi cabeza morir no te escaparás de mi. Solo te estoy pidiendo que ayudes a la princesa. Pero ya tu negación no se trata de la princesa, se trata de nosotros, te niegas a ver un futuro y con ello, impides cualquier acercamiento tuya a la realeza. Pero te quiero Faith y nunca dejaré de hacerlo.

Todas las palabras dichas por el calaban muy profundo de su ser. Ella, una simple muchacha que nació en el castillo real por ser hija de una de las sirvientas ¿qué había hecho para que él uno de los herederos de una de las provincias del reino se fijará en ella?

Desde pequeños habían compartido juntos, él asistía muchas veces al castillo y algunas de esas veces los príncipes estaban demasiado ocupados como para atenderlo, y un día la vio a ella, entre todas las personas en el castillo se fijo en ella, y fue a jugar; siempre creyó que como era un niño podría jugar, hasta que su madre le explico que así que funcionaban las cosas, que ella no podría tener un vinculo fuerte con un heredero, dolió; le había dolido a mares esa confección. Más los años pasaron y él seguía buscándola para jugar, a los catorce años ya no era bien visto que dos adolescentes jugarán sin más, él ya no tendría escusa para buscarla y ella se lo dijo; y la beso, contra toda reacción que ella esperaba de él, la beso. Y aún después de años podía recordar el primer sabor que sintió con su primer beso.

No entendía como siquiera él quería besarle, mucho más tocarla, porque así había comenzado las cosas, desde besos y toque inocentes a unos más lujuriosos que hacían que sus mejillas se encendieran, sin embargo ella no podría negar que la trataba como todo un caballero.

Dejó caer su cabeza en su hombro.

—Hunter, no soy más que la chica de servicio, ¿cómo podría relacionarme con la realeza?—preguntó sin mirarlo.

Él se sujeto la cara, justo al nivel de la suya, sus ojos claros impactaron con los negros de ella.

—Porque sabes todo el maldito protocolo que no me haz hecho olvidar durante años; Alexandra no sabe nada de eso, y Charles necesita sentir que están del mismo lado, del mismo nivel—. Le contó, para luego añadir en susurro—. Yo necesito que vuelvan a ser los mismos, esto de jugar a ser enemigos no me gusta.

La princesa y el verdugoWhere stories live. Discover now