1. TRAYECTO

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24 DE DICIEMBRE - 07 PM

Estaba ocupándome en mis cosas con tal de no pensar en nada más; quería alejarme de todo lo que la mente tuviera para ofrecerme, y preferí centrarme en hacer cualquier cosa menos clavarme en los pensamientos. Pero tenía ciertas intenciones aparte, asi que lancé una indirecta al aire.

─Hace tanto tiempo que no salgo, debería cambiar eso.

El único ser que podía oírme era mi padre, pues estaba sentado en el comedor, mientras yo me dirigía hacia la cocina a por una jarra con agua. 

Había pasado muchísimo tiempo en el que habíamos dejado de hablarnos e incluso de dirigirnos las miradas. Sin embargo, el día anterior, eso se había solucionado en una salida familiar, cuyo fin fue el de celebrar la Navidad por adelantado.

─¿Vas a ir? 

─¿Adónde? ─pregunté fingiendo no saber la respuesta.

─A la casa de tu tía, para festejar allá.

Asentí contenta ante las palabras de mi padre, y me olvidé por completo de la jarra. Corrí sin más hacia mi habitación donde me esperaba mi ropa previamente planeada. Definitivamente ya había pensado que todo esto pasaría.

«Ojalá toquen buenos regalos», pensó mi faceta interesada, pues era la única razón que me haría salir de casa y pasar Navidad sin mi madre, ni mi hermano.

Cuando acabé de alistarme, emprendí el viaje junto a mi padre, no sin antes despedirme de los que se quedaban.

Primero, tomamos un bus que nos dejaría a medio camino. Por alguna razón, mientras estaba sentada allí dentro, mi cabeza no hizo nada más que llevarme a recuerdos indebidos. Fue así como ni me percaté del momento en el que mi padre había bajado del bus... sin mí.

Para pasar vergüenza, mi padre, que le encanta llamar la atención, golpeó fuertemente la ventana que daba hacia mi asiento. De esta manera, todos en el bus supieron lo despistada que iba.

─Cómo vas a hacer eso, pues. Se ha dormido, seguro ─dijo que cobrador en voz alta, para más vergüenza─. Ya son las doce, baja, baja.

Quizá fue el tono despectivo, las palabras o ambas cosas las que me lastimaron.

Cuando volví a pisar el suelo de las calles, me brotaron lágrimas. No es que me considere especialmente sensible. No obstante, los tantos recuerdos que habían atacado mi cabeza, me tenían así. Dichos recuerdos ya me estaban atacando desde mucho antes, se iban intensificando mientras más cerca estaba de llegar la Navidad.

Esa noche... imagino que fue el momento de colapsar.

Me encargué de caminar entre el gentío de la ciudad, sin que nadie se diera cuenta de mis lágrimas, al igual que mi padre.

Justo en ese momento, como anillo al dedo, un hombre contesta su celular y su boca suelta un insulto que encajó perfectamente conmigo. He ahí otro motivo que me hizo proseguir con mi llanto.

Después de unos cuantos pasos, mi padre indicó que tomáramos un segundo bus. Habían muchas cosas por destacar dentro de aquél.

Primero, una niña iba con su madre, esperando sentarse en lugares separados, una al lado de la otra. Lástima que llegué yo y arrebaté la silla con tal de no viajar parada.

Segundo, una señora iba al frente, presumiendo a su hijo... que en realidad era un don nadie, pero ella iba alardeando:─Uy no, mi pequeño es el mejor en la escuela. Tiene los primeros puestos. ¡Es más!, es muy competitivo y no deja que nadie lo calle. Siempre que alguien quiere quitarle la oportunidad de responder en clase, mi hijo lo calla primero.

─Eso es de maleducados ─añadió otra señora.

Tercero, los esposos de esas mujeres estaban plácidamente riendo en la distancia, por no decir burlándose de aquella falsa, presumida y altanera.

Para acabarla de amolar, el hijo de aquella soberbia, se presentaba tan berrinchudo, cansado y obeso, que su progenitora tuvo que gritar:─¡Oiga señor!, ¡¿puede darle el asiento a mi pequeño?!

El hombre se levantó sin decir una sóla palabra. Pero vaya que parecía no querer callarse.

─¡Es un menor, está en su derecho! ─espetó la señora.

─Sí, normal, no he puesto queja. Solo que no lo vi antes, se-ño-ra.

«Quizás es golpe bajo, pero se lo merece», pensé al oír el pausado hincapié que hizo el hombre en esa última palabra.

Cuarto, una nueva señora abordó el bus y me preguntó:─Hijita, ¿podrías darme tu asiento?

«Ah, claro, para unas cosas me veo bien jovencita, para otras bien malditamente añeja», pensé... y quizás mis expresiones faciales me del ataron por sí solas, sin querer. Es el defecto de no saber mentir u ocultar cosas.

Conmigo todo siempre era sencillo: lo que callaba mi boca, lo decía mi cuerpo.

─Tengo 77 años, hijita —le replicó a la nada, aquella nueva interesada en mi lugar.

─Sí, señora, no he dicho nada. 

«Pero con el rostro lo dices todo», me respondí a mí misma, entre más pensamientos.

─Si me da permiso ─añadí excesivamente altanera. Sí, estaba cansada de... tantas cosas.

Aquella vieja solo se sentó, y como toda persona pasiva añadió:─Ah, creí que llevabas algún bolso o algo para ayudarte a cargarlo.

«No señora, ya cállese».

Desde ese punto, no volví a reaccionar a nada. Me clavé todo lo que no quería traer a la mente, porque ahora debía alejarme de mi realidad.

Volví a recuperar la consciencia cuando mi padre y yo llegamos a nuestro destino: la casa de mi tía.

[BILOGÍA] SOLO PARA ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora