Make a wish

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El tic tac del reloj sobre la pared resuena en toda la habitación. Se mezcla suavemente con el crepitar de la chimenea encendida y el sonido del vaso de cristal que, a momentos, choca sobre la superficie de madera de la mesita de centro. Además de eso, no hay nada. Todo es silencio, oscuridad y soledad arremolinándose en esas cuatro paredes. El irónico reflejo de lo que hay en su propio corazón.

Harry toma la botella de whisky y vuelve a llenar su vaso. Su mano tiembla un poco, por lo que algunas gotas de licor caen fuera, sobre la arrugada y húmeda primera plana de El Profeta de ese día, 24 de diciembre. A él no le importa demasiado desperdiciar la bebida o arruinar la mesa. De hecho, no le importa nada. Está lo suficientemente ebrio como para ignorar ambas cosas, pero no lo suficiente como para olvidar aquello que lo ha puesto a beber en total soledad en plena noche vieja y cuando se da cuenta de ello, traga el líquido de un solo golpe y se sirve otra ronda. Derramando más whisky. Alimentando la soledad.

Un auto en el exterior pasa frente a su casa, iluminando el salón en penumbras lo suficiente como para distinguir el gesto vacío en su postura encorvada sobre el sofá y su mirada clavada en las enormes letras negras del encabezado de la noticia del día. La luz rebota sobre las esferas del árbol de navidad en una de las esquinas de la habitación, aquel que Hermione prácticamente le obligó a decorar y que él no se ha molestado en encender ni una sola vez. Es mejor así, no tiene razones para hacerlo de todas formas. No desde que Draco se fue.

Draco. Harry hace un gesto de profundo dolor al recordar su nombre y todo lo que hay detrás de él. Da una última mirada al diario. Ni si quiera se molesta en servir el licor en su vaso, cuando la necesidad de embriagarse se vuelve insoportable, toma directamente de la botella esperando que eso sea suficiente para dejar atrás todos los recuerdos en los que no quiere pensar. Pero para su mala suerte, el licor no tiene más que el efecto contrario.

Ah. Piensa. Ahora recuerdo porque dejé de beber. Y una pequeña lágrima escurre por su rostro.

Su vista se nubla y sus mejillas se calientan con el llanto que intenta con todas sus fuerzas suprimir, fallando completamente. Se siente como un tonto, se siente patético, pero también se siente mucho más aliviado a cada lágrima. Está tan cansado de fingir que no le duele su ausencia, porque le duele y mucho. Tanto que aún después de un año simplemente no puede superar el hecho de que lo ha perdido —aunque tiene la prueba justo en las narices—. No puede ignorar el hecho de que aún lo ama.

¿Cuándo se supone que dejaría de doler? Hermione dijo que el tiempo curaría todo, pero él, lejos de estar mejor, se siente al fondo de un abismo del que no puede salir. No importa cuanto se mantenga ocupado en el trabajo, cuantas horas extras haga o cuantos formularios rellene. No importa cuántos bares visite con Ron, cuantas películas vea con Hermione o cuantas compras haga con Ginny. Lo que él siente por Draco Malfoy lejos de desaparecer, se hace más grande.

Potter empina la botella sobre su boca sólo para darse cuenta de que no queda más whisky que beber. En un arranque de furia, levanta la mano que la sostiene, dispuesto a estrellarla contra la primera plana de El profeta, pero se detiene cuando sus ojos se encuentran con la enorme fotografía que acompaña al titular. El enojo es sustituido entonces por la melancolía y el desazón. Harry baja lentamente el brazo, perdiendo fuerza y voluntad. Desvía la mirada, incapaz de seguir viendo eso, pero con lo que sus ojos se encuentran no le mejora el ánimo. En la pared hay un montón de fotografías de ellos, juntos, y él se pregunta porque si ha pasado tanto tiempo, aún siguen allí. La respuesta llega a él rápidamente; nunca tuvo el valor de deshacerse de ellas, de la misma forma en que jamás tuvo el valor de deshacerse de sus sentimientos por él.

Make a wishWhere stories live. Discover now