𝓔𝓵 𝓯𝓪𝓿𝓸𝓻 𝓺𝓾𝓮 𝓽𝓮 𝓹𝓲𝓭𝓸 𝓪 𝓽𝓲

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Juana Inés de la Cruz

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REHUSA PARA SÍ MISMA LA LIBERTAD, PIDIÉNDOLA PARA UN INGLÉS A LA SEÑORA VIRREINA

Dos cosas pretende aquí

contrarias mi voluntad:

para el Inglés, libertad,

y esclavitud para mí;

pues aunque indigna nací

de que este nombre me déis,

en vano resistiréis

de mi esclavitud la muestra,

pues yo tengo de ser vuestra

aunque voz no me aceptéis.


Después de que todos se retiraron, el silencio obligó a Sor Juana a mirar a la única persona que podía permanecer en su celda pasada la hora en que abría espacio para sus visitas.

Cerró el tomo que reposaba sobre sus muslos, lo colocó con sumo cuidado en su buró y levantó el índice derecho para aseverar lo que estaba por decir:

— Presiento que está molesta, mi señora y me gustaría poder fingir que no sé las causas que la han llevado a no dirigirse a mí en las últimas horas.

María Luisa dejó de leer desde que escuchó la primera palabra de Sor Juana pero no despegó la mirada de su libro, como si no tuviese todos los sentidos escuchando lo que ella tenía para decirle. La Virreina pensaba que podría tenerla en incertidumbre hasta la siguiente semana; y la idea de salir de la celda sin siquiera despedirse era un castigo tentador que la monja jerónima se había buscado con grandes esfuerzos, pero hacerlo, no solo lastimaría a Sor Juana, sino que María Luisa pagaría también la penitencia de sus propios desaires; privar a Sor Juana de su atención, por más que lo mereciera, era privarse así misma de su amada.

María Luisa no estaba dispuesta a sufrir por culpa de las acciones cometidas por la monja. Dirigió su mirada de zafiros hasta las cuencas de color cristalino, negó sutilmente con la cabeza antes de dar un suspiro que contenía su tierno enojo.

— Ha pedido mi amparo para un hombre del que desconozco todo y al mismo tiempo se ha declarado mía, cuando lo último es siempre y no es nuevo. —El libro entre sus tersas palmas finalmente fue olvidado por ella a su lado en el sillón. — ¿Existió duda alguna de salir airosa?

La respiración de la Virreina no era la cotidiana, su clavícula se marcaba cada que el aire acelerado abandonaba sus pulmones. Tenía el gesto ceñido apenas perceptiblemente, pero aquello era suficiente para robar la tranquilidad de Sor Juana, que esa tarde no tenía la fuerza ni la razón de rebelar una guerra en contra de su Filis.

— Mi señora... mi corazón teme constantemente su pérdida, ofenderla jamás ha sido ni será nunca intención. —Sor Juana cerró los párpados, asintió una vez, aceptando la culpa. — He sabido siempre que negarse a tal petición no era para usted opción, no por entenderme suya completamente, Divina Lysi, sino porque soy yo testigo de la gracia de su bondad incansable.

Amar como se amó a LysiOn viuen les histories. Descobreix ara