45

136 10 13
                                    

En el segundo que despierto, la primera cosa de la que soy consciente es de la pesadez que se ha apoderado de mi cuerpo y de la sensación de fatiga que le acompaña

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En el segundo que despierto, la primera cosa de la que soy consciente es de la pesadez que se ha apoderado de mi cuerpo y de la sensación de fatiga que le acompaña. Esta mala combinación me hace sentir que hasta el aire ha adquirido peso, y que, en toneladas, se ha cernido sobre mí. Por este mismo motivo es que preservar mi respiración, lenta y de ritmo acompasado, se ha vuelto un trabajo dificultoso, como si mi organismo me exigiera más espacio del que disponen mis pulmones.

Esta vez no me costó tanto trabajo volver a la realidad como en ocasiones anteriores. Tumbada en una superficie mullida, y con un potente olor a fármacos, antiséptico y desinfectante adentrándose por mis fosas nasales, sólo puedo deducir un lugar en el que puedo encontrarme ahora. Estoy en un hospital, y es evidente que es a causa de que sufrí otro desmayo. Asumido este suceso, opto por quedarme con los ojos cerrados, meditando, después de todo no tenía el ánimo ni las fuerzas para incorporarme, o intentar hacer cualquier movimiento. Y no tenía caso alarmarme tampoco, estaba en un sitio seguro, y bajo el cuidado de personas de confianza. Nada más podía pasarme. Además, el motivo por el que terminé aquí estaba claro. Los recuerdos llegaron a mí antes de que alcanzara siquiera a hacer el esfuerzo de recobrarlos.

Fueron sus ojos...

Aun con mis párpados impidiéndome ver, podía distinguir aquellos ojos pardos posados sobre mí, escrutándome con intensidad, embargándome de potentes y violentas emociones. Aquella mirada tan penetrante, era a la vez tan transparente que me aturdía. Sólo había un sentimiento siéndome trasmitido a través de esos ojos: temor. ¡Oh!, si casi parece que podría haberse tratado de un simple espejo en el cual se vieran reflejados todos mis miedos. Ella lucia tan atónita y aterrada como yo, pero, a diferencia suya, no pude seguir batallando contra los efectos catastróficos que trajo su aparición, y me dejé vencer. Lo último que recuerdo es su rostro deformándose por la preocupación, y esa zancada decidida que dio en mi dirección.

Probablemente les provoqué un gran susto a todos, pero eso no es algo que pueda acaparar mis pensamientos ahora. De cierto modo, es comprensible, el impacto que produjo en mí estar por fin frente a esa mujer, terminó manifestándose de una forma que fue más allá de lo emocional. Me descompensó. Ya me ha pasado otras veces. Además, no puedo pensar en otra cosa que no sea ella, ella y nuestro desastroso encuentro, ella llamando mi nombre...

«Azucena»

Su voz continuaba resonando en mis oídos, como si ella estuviera a mi lado susurrándolo afanosamente. Quería quitarme su mirada y el tono de su voz de la cabeza, pero no podía. Su recuerdo me asechaba, incitándome a retornar a mis dudas, obligándome a sumergirme en ellas.

Me era difícil entender el cómo, pero creo que ella sabe quién soy. Aunque cabe la posibilidad de que tan sólo fuera una suposición suya, el haberle visto tan inquieta y afectada ante mi presencia me hace cuestionarme que se hubiese tratado de algo tan simple.

El temor y la incredulidad en sus ojos me lo dejó bastante claro.

Ella, de alguna manera, pareció intuir que frente a sí tenía a la hija que había abandonado hace muchos años. Como si hubiera estado consciente de la identidad de la persona que tenía delante, y a la vez no hubiera podido creer que realmente todo aquello estuviera sucediendo. Justo como yo. Sé que también me pareció detectar una mueca mortificada alabeando sus facciones, pero no quiero pensar que ella también estaba sufriendo ese encuentro. No quiero sentir compasión. Por ahora, sólo me interesa saber cómo conoce mi nombre, pues, aun si aquella mujer tan sólo sospechó que yo era la hija a la que entregó en adopción hace tanto tiempo, una simple sospecha no pudo hacer que mi nombre mágicamente saliera de su boca. Ella no pudo adivinarlo, y tampoco pudo haberlo averiguado previo a nuestro enfrentamiento. Eso hubiera significado que quería encontrarme, y, por ende, ella habría sido quién hubiera ido en mi búsqueda, y no al revés.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora