𝐝𝐨𝐬

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Demasiada humedad volvió a pensar Magena mientras caminaba bosque a través. Sabía que era una locura ir sola, pero no confiaba lo suficiente en nadie como para pedir que la acompañaran.

Paul ya no se acercaba a ella, y si coincidían, hacia cualquier cosa por no cruzar la mirada con ella. Y Embry se pasaba todo el día con Quil y Jacob; además, en estos momentos prefería la tranquila soledad que el bosque le ofrecía.

Tardó menos en llegar que la primera vez, el lugar donde un "oso" la había atacado. El último día que Paul habló con ella. Se suponía que debía de tener miedo de estar aquí, pero se había encontrado con las ganas de volver en reiteradas ocasiones y había decidido seguir sus instintos.

Cuando llegó se acomodó en el suelo, sobre un montículo de hojas secas, y se reclinó sobre él. Su piel sintió el frío del aire silbante a su alrededor, y se relajó ante el sonido del agua correr del rio Quileute.

Arriba, el cielo era claro, la luz que se filtraba entre las ramas de los arboles brillaba, de un verde hermoso en algunos lugares, amarillo en otros. Una vista hermosa, pensó.

Edward había escuchado sus pensamientos incluso antes de que llegara al lugar, y concordó con ella. La vista era hermosa, o al menos debió serlo. Lo hubiera sido si él hubiera logrado verlo.

Cuando miraba al brillante cielo, era como si hubiera una obstrucción entre sus ojos y su belleza. La obstrucción era un rostro humano, uno que no podía borrar de la mente.

La escuchó suspirar.

Vaciló, una vez se lo dejarían correr. Dos, no lo sabía.

Magena escuchó un golpe seco, y se incorporó de golpe.

El sonido del movimiento era solo un débil susurro contra el manto de hojas.

— ¿Hola? —preguntó al aire.

Estas asustándola, se maldijo mentalmente.

— ¿Hay alguien? —insistió.

Miró al cielo un instante, aun veía el mismo rostro. ¿Desde cuándo te has vuelto tan cobarde? Se dijo.

—Lo siento —murmuró al salir—, no sabía que había nadie.

—Yo tampoco —dijeron sus labios. Ángel, gritó su mente. —No tienes pinta de excursionista.

—Tú tampoco —argumentó él en contra.

—Soy Magena, por cierto...

Su rostro inanimado se contorsionó en una sonrisa.

—Edward Cullen.

— ¿Y qué te trae aquí Edward Cullen? —preguntó con esa voz, tan tranquila y con tintes de curiosidad.

Tú, le hubiera gustado contestar, sin embargo otra cosa diferente salió de sus labios.

—Me gusta pasear por el bosque, es tranquilo.

—Oh, y yo estoy interrumpiendo tu paseo —parecía avergonzada. Como si el bosque fuera de su propiedad y que ella estuviera en él fuera algo muy grave.

Si supiera que era él quien no debería estar pisando ese terreno.

—Por supuesto que no —se apresuró a contestar.

Lo hago sentir incomodo, pensaba al ver la rigidez y la distancia entre ambos.

Actuó como si fuera lo más natural y se sentó, despacio, en el suelo. Tratando de mostrarle lo equivocada que estaba. Levantó una ceja en su dirección, haciendo una pregunta implícita.

Vio la resolución en su cara incluso antes de que la pudiera pensar. Era como un libro abierto, uno que no quería parar de leer.

— ¿Te he visto en otro lugar? ¿El instituto quizás? —le preguntó sonriendo cuando se sentó junto a él.

—No lo creo —contestó mientras negaba con la cabeza. Los mechones negros se movían al compás —, estudio en el instituto de la reserva. Seguramente sea por mi cara, es muy común sabes.

—No lo creo.

Sus mejillas se colorearon. Solo está siendo amable.

Y él sonrió.

Ahora que lo miraba de cerca podía captar la extrema palidez de su piel, las bolsas bajo sus ojos y el extraño color de estos. Un ambarino con motas doradas alrededor.

Ángel.

— ¿Qué piensas? — Edward había leído miles de mentes, sin embargo era la primera vez que se encontraba tratando de leer la suya propia.

En ti.

—Supongo que en nada en concreto.

Lo estas aburriendo. Se acusó.

—No.

Magena alzó la cabeza al oírlo contestar, y comenzó a ponerse nerviosa. ¿He hablado en voz alta? Qué vergüenza.

—Lo siento si lo llegara a hacer —decidió decir para arreglar el fallo. Y se negó a volverlo a mirar. Alzó la vista de nuevo, pensado ver la misma belleza de antes. No se había dado cuenta de que las nubes tapaban el sol. —Te hubiera gustado el cielo, antes era hermoso.

—Te aseguro de que no sería capaz de apreciar esa belleza —contestó observándola.

Debería irme, es tarde. Lo miró de nuevo. Pero...

—Creo que deberíamos marcharnos —la ayudó a tomar la decisión, lo cierto es que no querrían encontrarse con ningún lobo patrullando cuando cayera la noche.

—Adiós Edward Cullen —dijo tras asentir y levantarse. Comenzó a caminar por el sendero que la llevaría de vuelta. Y aun en la distancia su cabeza gritaba: ángel.

—Adiós Magena...

Susurró, esta vez en voz alta.

Se puso de pie con un ágil movimiento, y luego se alejó corriendo, se movía tan rápido que sus pies no dejaban huellas, saltó y cayó al lado contrario del rio.

Miró hacia atrás y se sentó, apoyo la barbilla en sus rodillas. Solo un poco más, se dijo.

Antes de marcharse miró las estrellas, buscando la belleza del cielo, tratando de ver más allá del rostro en su cabeza. Entre él y las brillantes luces en el cielo, un par de ojos marrones lo miraron fijamente, pareciendo preguntar lo que ésta decisión significaría.

Incluso en su imaginación, podía escuchar sus pensamientos. Gritando: ángel.

𝖘𝖚𝖓𝖘𝖊𝖙 ━━ 𝐓𝐖𝐈𝐋𝐈𝐆𝐇𝐓Where stories live. Discover now