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Inglaterra, finales del siglo XIX.

-Diane-

Muevo mi mandíbula sintiendo la diferencia de mis dientes de enfrente. Me quito el sudor de la frente con el dorso de mi mano y la seco en mi delantal. Mi trabajo se ha vuelto inconsciente, automático. Aun así, lo disfruto porque sinceramente, todo esto podría ser peor: podría no tener trabajo (o tener uno malo), no saber leer o no tener familia. Mi compañera, Clarise, rompe en carcajadas otra vez y aunque no lo soporte, creo que tiene derecho a hacerlo, todo en esta casa puede ser muy callado, así que su risa viene como música a mis oídos.

El resto del día pasa normalmente, uno que otros momentos buenos, pero nada realmente memorable. Hice reír a los niños un par de veces, así que me voy a casa con una sonrisa en la cara. Llego a mi casa antes que mi familia, lo cual es ideal porque así puedo descansar un poco y... leer. Mis padres insisten en que deje de hacerlo y que fue una decisión estúpida de su parte que me enseñaran a leer ya que "nunca me va a servir para nada, es una pérdida de tiempo", pero a mí me gusta practicar de todas maneras.

Antes que nada, prendo la pequeña chimenea en la esquina de la sala de estar que obviamente no alcanza a calentar mucho, así que me siento en frente de ella. Desdoblo el periódico que agarré de un pórtico ajeno y voy directamente a la sección de arte. No sé qué me llama la atención de cómo escribe el autor de la columna: podrían ser sus palabras rebuscadas que me cuestan trabajo entender, o la redacción que logra que el texto se sienta como una conversación. Tal vez sea que describe todo tan detalladamente, lo hace sentir tangible, como si yo fuera capaz de tocar lo que está describiendo. Me llama la atención que nunca he visto ninguna de las exposiciones de las que escribe y es probable que nunca pueda hacerlo, pero siento que estoy ahí con él viendo las obras de arte cada vez que leo sus reseñas.

Hace unos meses que leo la columna en el periódico y cuando le conté esto a Camille me dio una respuesta similar a la de mis padres, pero con el paso del tiempo, me impulsó a tomar al siguiente paso: mandarle una carta. A pesar de ser un paso muy pequeño y puede que sea en vano, me pone nerviosa. Porque a pesar de ser simples palabras en un papel, expresan mucha emoción, mucha personalidad. Y, aunque no quiera admitirlo, también son simples palabras las que hacen que la cara se me ponga caliente y mis labios muestren las más amplias sonrisas.

Al inicio intenté negarlo, porque honestamente, esto es ridículo. Me estoy enamorando de alguien que absolutamente no conozco o voy a conocer nunca. Pero, por supuesto, nadie sabe de esto. Nadie. ¿lo he intentado decir? No, no realmente. ¿me está comiendo por dentro? Absolutamente. Por alguna razón me siento culpable. Creo que decírselo a Camille es la única buena idea que se me ocurre, o tal vez a mi hermano, Noah.

Su nombre resuena en mi cabeza en el medio de la noche: Phillip Lennox. No es como si tuviera una rara obsesión con eso, solo es un nombre bonito. Me pregunto qué hace en su tiempo libre; si también ve arte o si pasea por la ciudad, si tiene una familia.

"La obra de Leyman me recuerda a nuestra propia ciudad, y tal vez lo sea. Pero no lo podría saber, porque lo que él pinta es grácil y es agradable a la vista. Con su estilo más experimental es curioso lo que él pinta. Uno se podría imaginar a uno mismo queriendo pintar sus escenas y el primer pensamiento es hacerlo de manera angular y exacta. Alfred Leyman decide tomar el camino difícil: algo fluido y relajado. Los colores son mutados, sin embargo, brillantes: muy congruentes con la estética de Manchester. Va si decirlo, si tuviera la oportunidad de comprar esta obra, lo haría sin siquiera considerarlo."

Creo que lo que me atrae más de la persona hipotética que estoy creando en mi propia cabeza es que se parece mucho a mí, y que leerlo siempre me deja con un buen sabor de boca. Como hoy, que llegué de un día muy pesado y casi no productivo: no puse a dormir a los niños a la hora adecuada y al estarles leyendo un cuento, no entendí unas cuantas palabras, además, cuando salí a la calle, hundí mi falda en un charco casi a propósito. No he tenido un buen día. Y luego leí sus palabras y siento que todo lo que me rodea es bonito. Activa un filtro adentro de mi razonamiento que permite que empiece a ver todo de una manera más estética. Justo después de dejar el periódico en el fondo de uno de mis dos cajones, escucho que la puerta se abre seguida por la voz de mi mamá: "Diane, ¿ya encendiste la chimenea? Hace más frío aquí que afuera." Inconscientemente, cierro el cajón de golpe. -Maldición. - susurro para mí misma.

Me quitaste el sueño, DianeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora