Capítulo Ocho.

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Jen

Malcom y Holly han discutido toda la mañana, solo porque mis padres los encontraron en una posición un tanto comprometedora.

Sinceramente mis padres no tienen problema con eso, tienen una mente bastante abierta para la edad que tienen. Malcom es grande, tiene veinticinco años, sabe lo que hace, además tiene su trabajo estable, no tienen nada que reclamarle. Creo que Holly está así más por la vergüenza de que tus suegros te encuentren con la mano de su hijo en tu nalga, yo me sentiría de la misma forma.

Miro de reojo a Ryder, siento su mirada en mí desde que llegue. No puedo culparlo, me puse la ropa más reveladora que encontré en mi armario con la ayuda de Apple y en sus palabras para hacerlo sufrir un poco.

Perdí a Apple y Holly aún discute con Mal así que no me queda de otra que estar sentada al lado de los bocadillos que por cierto se me han antojado mucho.

Veo a Ryder caminar hacia mi y me pongo nerviosa de inmediato. No lo he visto desde que salí del hospital.

—Jen ¿Todo bien?

—Todo bien—le doy una sonrisa— ¿Cuando ponen la música en esta fiesta?

—No lo sé, creo que cuando lleguen más invitados, ya sabes los menos importantes.

Se ríe, una risa ronca que despierta todos los sentidos en mi. Quiero culpar al embarazo por lo que estoy sintiendo en estos momentos pero no me puedo engañar. Ryder se ve tan sexy con todos esos músculos. Inconscientemente me muerdo el labio y me remuevo en mi asiento.

—¿Qué ocurre?

—Bien, seré sincera—me acerco lo suficiente para que me escuche susurrar—las hormonas del embarazo me tienen...—hago una mueca porque ahora no quiero admitirlo, pero bueno—las hormonas me tienen caliente las veinticuatro horas del día.

Y tu eres el culpable quiero agregar pero me abstengo. Miro su reacción y sé que lo ha tomado desprevenido, está mirando el piso. Pasa un tiempo y estoy tentada a reírme de su estado pero no alcanzo, sus ojos se encuentran con los míos llenos de... ¿De qué? no logro descifrarlo.

—¿Algo que pueda hacer por ti?

Me lo pienso. Me lo pienso dos veces. No puedo hacerlo, pero quiero y lo necesito. Piensa en todo lo malo que puede venir por culpa de la calentura.

Al diablo. Mañana tendré tiempo de arrepentirme.

—Se que me arrepentiré luego pero qué más da— le hago una seña para que me siga y susurro para mi misma—no puedes evitar lo inevitable.

Llegamos al baño más alejado de la multitud. Si bien hay música sonando en los parlantes, los murmullos de los invitados son más fuertes.

Entro y me mira dudando, ruedo los ojos y tomo su mano. Una vez los dos estamos dentro cierro la puerta con llave. Me giro y lo veo descansando su peso en la pared. Se ve sexy, despreocupado.

—Lo que ocurra ahora solo será ahora, no se repetirá.

—Estoy a tus servicios— hace una extraña reverencia.

Hago un gesto de desagrado que lo hace reír. Su risa me tranquiliza y de verdad doy gracias a Dios por detener todas las nauseas y mareos que he vivido hasta ahora.

Respiro hondo, error, el olor de su perfume entra por mis fosas nasales haciendo que sienta más calor del que ya hace.

Camino segura hasta donde se encuentra y sin perder tiempo encuentro su boca con la mía. No es un beso suave no de esos que te hacen revolver el estómago. Es un beso lleno de necesidad y desesperación.

Same Race.Where stories live. Discover now