Capítulo 24

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Casilda faltó varios días antes de que Padre y yo nos comenzáramos a preocupar. Como no tenía un teléfono donde pudiéramos llamarla, dejamos estar la cosa durante el resto de la semana. Volvimos a criar un cerco amarillo en la bañera, volvimos a comprar latas y a comer huevos a la boliviana, y yo aproveché para hacer la segunda tortilla de patatas de mi vida.

- Podríamos acercarnos a casa de Casilda a ver qué le ha pasado –propuso Padre el sábado por la mañana- ¿Tú crees que sabrías llegar?

¡Vaya rollo!

- ¡Ooooh, Scissors...! –desde que empecé en el colegio angloamericano, me gustaba llamar a Tijeras en inglés. Me parecía más molón*- Es que he quedado en ir a jugar racket ball con Carla...

Padre me miró con esa cara suya de estar contemplando un vil gusano y no hizo ningún comentario.

Esa cara de Tijeras es de lo más eficaz. Un par de horas después, bajábamos del trufi en la misma explanada en que habíamos descendido Casilda y yo meses atrás, o por lo menos en una explanada parecida. Seguían allí los chicos jugando con la pelota de trapo, y los chuchos sarnosos ladrando en cada patio.

Nos costó un buen rato dar con la casa de Casilda. Suerte que reconocí a Winston porque era el único perro bizco del barrio.

Casilda estaba en el patio lavando ropa en un balde. Cuando nos vio, se quedó con una camiseta a medio escurrir en las manos, quieta como una fotografía.

- Hola Casilda –dijo Padre- ¿Qué te ha pasado en estos días? ¿Has estado enferma?

Casilda negó con la cabeza.

- ¿Ha habido algún problema en tu casa?

Casilda volvió a menear la cabeza de lado a lado.

- ¿Entonces? ¿Es que ya no quieres ir más?

Casilda volvió a menear la cabeza y se le contrajo la cara como si fuera a llorar. Nunca la había visto decir "no" tantas veces seguidas.

- Casilda... -me acerqué un poco más a ella- ¿Qué te pasa?

Casilda miró a Padre y luego clavó la vista en el suelo, siempre callada.

- ¿Prefieres que hablemos tú y yo solas?

Casilda dijo una especie de "si" y Padre se fue al otro extremo del patio para comprobar si los perros bizcos sabían recoger palitos cuando se los tiraban.

Bien que sentí no tener en aquel momento una papa a mano. No sé por qué, o a lo mejor si lo sé, me sentía avergonzada delante de Casilda. De nuevo me costaba hablar con ella, y más aún le costaba a ella hablar conmigo. Pasó un buen rato antes de que Casilda soltara de sopetón:

- Estoy esperando familia.

- ¿Familia? ¿Viene tu madre del pueblo?

Casilda negó con la cabeza.

- ¿Es tu familia del más allá? ¿Otra vez hay fiesta para los muertos?

Casilda volvió a negar y dio una patadita en el suelo, como impaciente por mi torpeza.

- Wawa, pues.

- ¡Winston, perro tonto! –se oía a Padre en el otro extremo del patio- Ese no es el palo que te he tirado.

El día era tan azul que hacía daño mirar al cielo.

En la cuerda de tender ropa ondeaban una pollera rosa y una camiseta de niño.

Todas esas cosas las recuerdo perfectamente. Como siempre que me dan una noticia que no quiero oír, empecé a fijarme en detalles a mí alrededor que me impidieran concentrarme en ella. Pero la noticia estaba allí: Wawa, pues.

No podía ser Casilda, apenas mayor que yo, iba a ser madre, cuando yo aún tenía reciente la noticia de que los niños no venían de París. Casilda iba a ser madre y yo solo le había dado un beso a Juanjo en una fiesta, y solo porque no se dijera que no lo había hecho nunca.

No podía ser. Pero claro que podía ser. Al momento siguiente me sentí estúpida por no haber visto antes lo que estaba tan claro. La tripa redonda de Casilda, aun debajo de sus polleras y delantales. Su aire tímido, distraído y preocupado de las últimas semanas.

- ¿Por qué no nos has dicho nada? –dije al fin- Seguro Padre te habría echado una mano.

Y justo entonces me acordé de un montón de papas sobre la mesa de la cocina al que no había hecho caso. Me puse colorada.

- Pensé que no les iba a gustar –dijo Casilda- Cuando pasan estas cosas, a los señores nunca les gusta y de todas formas acaban echando a la empleada de la casa. Preferí irme yo sola.

- Pero... ni siquiera me habías dicho que tenías un... un... -me vino a la cabeza la palabra que utilizaban allá- Un enamorado.

- No tengo un enamorado –Casilda escurrió con rabia un pantalón- Creí que lo tenía, pero solo estuvo por aquí un mes y luego nadie lo vio más.

- Tu tía debe estar enfadada...

- Bueno... Al principio se enfadó y me sonó, y también mi primo el mayor. Pero ya se les pasó. Y yo también estoy casi contenta. Además, una mujer preñada no debe tener rabia ni preocupación, que luego sale mal la criatura.

Y como para seguir este consejo, Casilda sonrió.

- Ya tengo ganas de que llegue la wawita. Buscaré otro trabajo y de repente mi prima la menor puede atenderla mientras estoy afuera. Y si no, igual me apañaré, porque una madre siempre sabe cómo sacar adelante a su hijo. A lo mejor tejo chompas para los turistas, que tengo una amiga que lo hace y se saca bastante plata. ¿Cómo será?

Ahora que Casilda parecía animada era yo la que la miraba entre triste y embobada. Y de pronto me pareció que Casilda era mujer y sabia mientras yo seguía siendo niña y tonta. A lo mejor lo de ser persona mayor era eso: encarar las cosas según van viniendo y aprender a vivir con ellas sin que nadie tenga que ayudarte ni tomar las decisiones por ti. Y uno podría ser un adulto hecho y derecho y no saber leer de corrido, y no conocer los nombres de los océanos, y creer que llevando una papa en el bolsillo se cura el dolor de pies.

Chompas* jerséis 

La Tierra de las Papas - TERMINADAWhere stories live. Discover now