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Cumplía el segundo mes ese mismo día, quería morir, cada vez se notaban menos sus abdominales... ¡Y su olfato le jugaba malas pasadas al comer!

Veía cómo se cansaba más a menudo, tomaba siestas y en cada comida se servía un poco más de lo habitual, pero su mente asimilaba cada vez mejor la situación, esa era una de las ventajas.

Había acabado por fin el tercer piso... Gracias a un esfuerzo doble y la ayuda de Luzu, quien también hacía un doble esfuerzo en preocuparse por su campaña y por él, lo hacía sentir mal en ese modo. Por eso, ahora caminaba a la casa del castaño con algo de comida encima para compartir. No tardó más de quince minutos en llegar, eran vecinos después de todo.

Las torretas estaban desactivadas, algo raro a su parecer. Tocó la puerta varias veces, pero nadie acudió a su llamado. Envió un mensaje al castaño y esperó unos minutos, no contestaba y eso lo confundió un poco.

Optó por ir otro día, pero mientras bajaba las escaleras, una boina verde que conocía bien las subía.

– ¿Vegetta? –
Dijo Willyrex sorprendido.

– ¡Hombre, Willy! Tanto tiempo, ¿no? –

El platinado sonrió, era verdad, desde que se movieron a ese pueblo que sólo se habían cruzado un par de veces, pero la cercanía que se tenían no podía perderse, y eso se vió reflejado en el abrazo lleno de cariño que compartieron.

– Sí, sí. Tantas lunas. –
Rió el menor.
– ¿Qué tal va la casa? –

– Por suerte, ya acabada. Luzu me ayudó bastante. –

– Hablando de él. ¿Está ahora en la suya? –

– No, por eso he bajado. Le he enviado un mensaje pero no se ha conectado desde la mañana. –

Una mueca se formó en el rostro ajeno, Willy había quedado con el castaño para que éste le explicara cosas que necesitaba y de la misma forma que al ojimorado, sus mensajes habían sido brutalmente ignorados.

– Supongo que volveré en otro momento. Pero ya que estamos. ¿No quieres ir a comer algo en el pueblo? –

– A ver... Willy... No puedo aceptar la cita, sabes que estoy con Rubén. –
Dijo el azabache a modo de broma.

– Ja... Ja... Ja... –
Y pese al tono sarcástico de Willy, aquello le hizo bastante gracia.
– Que esta vez invito yo. ¿Perderás eso, Vege? –

– ¡Haberlo dicho antes! –

El de cabello platinado rodó los ojos con una sonrisa pintada en todo el careto, ambos bajaron por completo las escaleras, dispuestos a caminar al pueblo mientras se ponían al día.

– Hablando de amores. ¿Qué tal todo con Fargan, eh, pillín? –

– ¿Tan obvio es? –

– Para mí sí, que soy Cupidogetta. –
Dijo, reviviendo la broma que una vez realizó en un San Valentín. Ya estaban frente a la cafetería del pueblo, tomando asiento en las sillas del exterior.

– Estás loco... –

– Un poco, sí. –

Ambos rieron antes de recibir a la camarera, cada uno pidió lo que quería, Vegetta sorprendiendo a Willyrex por la gran consistencia de su comida, el ojiverde tenía entendido que su mayor prefería de sobremanera las comidas livianas, cómo cambiaban las cosas.

Se pusieron al tanto de la vida del otro, cómo les iba con sus parejas, cuáles eran sus planes a corto y largo plazo, preguntas incoherentes que se le ocurrían al mayor de la nada. Tanto fue lo que conversaron que se les había hecho de noche, y los empleados no habían podido cerrar todavía por su culpa.

Disculpándose, desocuparon el lugar. Ahora deambulaban por las calles del pueblo con sólo la luz de las farolas. Hablaban más calmados, como si el no tener un lugar para estar sin preocuparse les hubiese pegado en toda la frente y los halla dejado atontados. O quizá, simplemente se quedaron sin un tema de conversación real.

Se habían olvidado del castaño ya, sólo habían dos grandes amigos, contando sus cosas, olvidando sus obligaciones por momentos. Y es que el teléfono de Vegetta sonó, era su alarma de las 11:35 PM.

– Eh, Willy... ¿Qué día es hoy? –

– Lunes, trece... ¿Qué sucede? ¿Vegetta? –

La cara del anterior mencionado palideció, había perdido tanto la noción del tiempo que había olvidado la ecografía programada para ese día. Como alma que lo lleva el diablo corrió en dirección contraria a la que se estaban dirigiendo, tomando por sorpresa a Guillermo, que lo persiguió para asegurarse de que todo estaba bien.

Las piernas del azabache frenaron cuando estuvo por fin frente al único centro de salud del pueblo. Iba a ingresar, cuando una mano se apoya en su hombro y una voz jadeante a su espalda le pide paz.

– Deberías ser entrenador... ¡Joder! –
Reclamó Willy, tomando pequeñas bocanadas de aire. 
– ¿Tienes hora para el médico? ¿Tan tarde? –

– Sí... Es que normalmente estoy muy ocupado, y eso... –

– ¡Pero, Chaval! ¡Corriste un maratón! –

– Ya, pero sabes lo importante que es la puntualidad para mí. –
Contestó el de orbes violetas, viendo como el platinado se le adelantaba en entrar al sitio.
– ¿Qué haces? –

– Bueno, ya que estoy, te acompaño. No tengo mucho qué hacer después. –

Vegetta tragó duro. «Veamos, hijo mío... ¿Cómo te explico que estoy esperando un bebé, pero el que el bebé crece en mi vientre?» pensó. Sabía que algún día también lo tendría que explicar, a todos, no sólo a Rubius, no tenía idea si lo entenderían o no, con Luzu fue fácil, pero porque el mismo castaño asimilaba la rareza del mundo que los rodeaba mejor que nadie.

– No, Willy... Así está bien, que se hace tarde, y entre más de noche sea, hay enemigos más tochos. –

– Bueno, pues con mayor razón, chico. Si vamos juntos, al menos la mitad del camino será más fácil. –

No alcanzó el tiempo para reclamar porque el peliblanco ya lo había agarrado del brazo, ingresando juntos. Tomaron asiento en la sala de espera, Vegetta jugaba con sus manos, masajeando sus dedos, y Willy sólo esperaba al llamado de su amigo.

– Señor Samuel. –
Dijo la voz masculina que menos quería escuchar el azabache ahora.

Nine Months - RubeGetta. [Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora