Cita a ciegas

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Se maldecía internamente mientras avanzaba a toda prisa, preguntándose cómo demonios Asuka lo había convencido de hacer aquello. La maldecía también a ella por su tonto programa de citas a ciegas, en donde había terminado inscrito sólo para ayudar a su amiga a conseguir que más gente se apuntara.

Era una especie de proyecto escolar, ellos habían organizado una especie de encuestas para saber si la gente quería pasar el San Valentín solos o en pareja, y los que estaban solteros podían apuntarse para una cita a ciegas, los nombres se sortearían y era una forma interesante de conocer a otras personas de la escuela. La mecánica era sencilla. Nombre completo, grado y grupo, edad, preferencias, lugar donde te gustaría pasar la cita. Las parejas básicamente se escogían solas, sólo debían hacer coincidir la mayor cantidad de información y el match estaba hecho.

No les revelarían los nombres de sus citas, sólo cosas específicas.

Judai debía presentarse en el parque de diversiones a las siete de la tarde, con su chaqueta roja y un dragón de peluche, debía estar en la rueda de la fortuna y buscar a una persona de chaqueta azul y cabello negro que llevaba un peluche de Kuriboh y una chaqueta azul.

¿Cómo demonios iba a encontrar a una persona en medio de diez mil más sólo con esas especificaciones? ¿Estaba loca Asuka?

Pero conforme se acercó a la rueda de la fortuna, todo cobró sentido.

Ahí estaba, de espaldas a él, con su cabello bicolor desorganizado, con la mirada perdida en las luces de las atracciones, con los auriculares puestos, con la mente ida en otro lugar del mundo. Debió saberlo, debió intuir que Asuka le tendería esa trampa, y ahora estaba por mitades. Maldiciendo y... agradeciendo.

No, tenía que asegurarse.

Chaqueta azul, cabello negro, peluche de kuriboh...

—Hola... —Dijo tímidamente Judai al llegar hasta el muchacho, aunque su voz no se alzó sobre la música y el ruido de la gente, tuvo que aclararse la garganta y sonreír para volver a intentarlo, esta vez plantándose frente a su cita sorpresa y hablando fuerte y claro. —¡Hola!

—¡Hola! —Respondió él mientras se quitaba los audífonos a toda prisa, con un movimiento torpe que le pareció encantador al castaño. —Me llamo Fudo Yusei, yo...

—Sé cómo te llamas. —Admitió Judai presa del nerviosismo.

Y ¡Qué demonios! Acababa de dar un desliz tremendo al hacer aquello. Yusei se sonrojó ligeramente, sorprendido de escuchar aquello.

—¿Lo sabes?

—Sí, juegas en el equipo de baloncesto, y tomas clases de química conmigo, eres compañero de Asuka en matemáticas y fan del duelo de monstruos... es que yo... yo... Yo estoy metiendo la pata. —Murmuró reprendiéndose a sí mismo, dando un paso de espaldas y golpeándose el rostro, ofuscado por lo que acababa de decir. —Perdón, no quiero que creas que soy un acosador o algo así, es sólo que...

Yusei extendió el Kuriboh y mostró una sonrisa radiante, que deslumbró al castaño por un instante, dejándole los pensamientos fundidos en una masa uniforme.

—Esto es para ti.

Judai sonrió más tranquilo aceptando el regalo y entregando el dragón antes de mirar a su alrededor.

—¿Qué quieres hacer? —Murmuró el castaño aferrándose al peluche mientras sonreía de medio lado. —Lamento haber llegado tarde, tengo problemas para estar a tiempo en todos lados.

—Sí —respondió divertido el muchacho, con cierto aire de sarcasmo y consiguiendo que su cita ampliará también la sonrisa —, es difícil notar que siempre llegas corriendo a clases de química y que, generalmente, vas corriendo todo el tiempo.

—¿Qué te digo? Correr es mi pasión...

—¿Correr?

—Tal vez dormir.

Intercambiaron una sonrisa silente mientras el ruido de la feria los envolvía un momento, durante una fracción de segundo nada importó más que sonreír se el uno al otro, como si por ese gesto simple supieran que todo estaría bien.

Y aunque Yusei consideró seriamente invitar a Judai a subir a la rueda de la fortuna, apartó ese pensamiento y sonrió moviendo la cabeza en dirección al parque, una invitación a caminar.

.

.

.

Habían visitado algunas atracciones, algunos silencios esporádicos precedieron roces ocasionales, un gesto inconsciente con el que buscaban alcanzar la mano del otro, como si anhelaran el contacto con el otro pero no se atrevieran a romper aquel velo delgado de cordialidad que, a pesar de los chistes, las bromas, los sarcasmos y las risas, seguía manteniéndolos a una distancia prudente.

Habían recorrido la feria casi en su totalidad, la madrugada había traído el frío consigo empujándolos a comprar alguna bebida caliente y caminar más cerca el uno del otro. Y habían vuelto al punto de inicio, al lugar en el que se habían reunido para iniciar la cita.

Habían llegado a creer que el resto de la noche, presos del cansancio de la emoción y el desvelo, sería una velada silente con comentarios ocasionales hasta que se llegara el momento de despedirse. No intercambiaron palabras, sólo una mirada amable, una sonrisa cómplice y un acto de valor en el que Judai (por fin) lanzó su mano hacia el frente hasta entrelazar sus dedos con los de Yusei y tirar de él, arrastrando lo hacía la rueda de la fortuna.

No hubo una invitación, nadie pidió opinión del otro, no consultaron la hora ni si era prudente hacer aquello, llegaron a un acuerdo tácito antes de pagar sus boletos y admirar la vista plagada de estrellas en la parte más alta de la atracción.

Y aunque el silencio habría sido un aliado extraordinario, Yusei por fin se armó de valor para hablar, aunque no se atrevió a levantar la mirada en busca de los ojos del castaño, sus palabras salieron fuerte y claro.

—Yo... yo hice trampa.

—¿Qué? —Murmuró confundido Judai al ver el sonrojo en las mejillas de su cita.

—Tenía que decirlo antes de que otra cosa sucediera, no sentía que fuera justo seguir así. Es decir, planeaba decírtelo en algún punto de la cita, pero lo estábamos pasando tan bien que preferí postergarlo un poco más... No quiero que termine la noche sin que te diga que hice trampa... —Por fin levantó la mirada y se encontró con los ojos de Judai, llenos de curiosidad, parecían ser dicromáticos por la iluminación del parque, pero apartó ese pensamiento para después. —Le pedí a Tenjouin que nos pusiera juntos en esta cita porque yo no me animaba a pedirte una.

El silencio volvió a ellos al mismo tiempo que el juego se detuvo, dejándolos en la parte más alta de la rueda, rodeados por las estrellas y el vacío. Yusei vio lentamente cómo el gesto de curiosidad de Judai se fue convirtiendo lentamente en algo más. Sus ojos se entrecerraron, torció la comisura de la boca, apretó los labios...

Definitivamente no era el gesto que Yusei esperaba. Habría estado preparado para el reproche, para los reclamos, para la culpa, por eso había esperado a no poder huir para confesar, así pagaría por su castigo sin espacio para alejarse. No se esperó que el rostro de Judai albergaría espacio para la ternura.

—Qué tonto eres, Fudo. —Murmuró con una sonrisa llena de pena y las mejillas sonrosadas con fuerza. —Te habria dicho que sí.

No añadió nada más, lanzó el rostro hacia el frente, lanzó los brazos alrededor del cuello de su enamorado, plantó un beso tímido y casto que Yusei tardó en corresponder, demasiado nervioso, sin llegar a creerse que de verdad aquello estuviera ocurriendo.

—Aunque, dejemos que el aniversario sea el quince. —Dijo Judai entre un beso y otro.

—¿Aniversario? —Murmuró Yusei confundido, acoplándose cada vez mejor a la boca demandante del castaño, encontrando el ritmo, sintiendo que sus labios pertenecían a aquel joven.

—Claro, sería muy cursi decir que nos hicimos novios en San Valentín.

—¡Novios! —Exclamó Yusei separándose de Judai para mirarle a los ojos, sintiendo que no podía ser verdad, pero al ver la sonrisa radiante del castaño, Yusei recuperó sus labios en un beso antes de murmurar. —Sí, novios a partir del quince.  

Cita a ciegasWhere stories live. Discover now