𝓐𝓼𝓽𝓻𝓸𝓼 ||ᴛᴏᴍɪᴏᴋᴀ ɢɪʏᴜ||

•𝟙𝟝•

El olor a hierro fundido llegó a sus fosas nasales, produciendo que frunciera el ceño aún dormida. Una helada frisa golpeó su rostro causándole escalofríos, a duras penas logró abrirlo los ojos, volviendolas a cerrar al instante al sentir su cabeza siendo atacada por fuertes puntadas. Luego de unos segundos volvió a abrir sus ojos perlas, parpadeando con constancia para acontumbrarse a la poca luz del lugar. Descubrió que se encontraba en una herrería, notando diferentes utensilios para fundir y moldear los metales. Sintió sus muñecas sujetadas por algo al igual que sus piernas.

Seiza buscó su katana pero no lo encontró junto a ella. Teniendo la sospecha de que aquel hombre o demonio ya había descubierto su identidad como mata demonios, aún con sus manos atadas tanteó la parte trasera de su unirfome, en su cintura, suspiró al sentir la funda de su daga aún sujeta con su cinturón. Significaba que aún la llevaba consigo.

Con algo de dificultad pudo sujetarla y comenzar a cortar aquella soga, luego de unos minutos quedó libre de las manos y se dispuso a seguir con la soga que sujetaba sus piernas.

Pero un sonido escalofriante la hizo detenerse.

No sabía con exactitud de qué se trataba aquel sonido, pues era semejante a latigazos y arañazos, hasta que se escuchó un grito femenino luego algo salpicando en suelo o quizás las paredes.

Seiza sintió un escalofrío, alguien estaba en peligro, sin esperar más cortó aquella soga y se levantó dispuesta a ir tras ese demonio. Guardó su daga en su funda sujeta en su cintura para luego dirigirse hacia el lugar de donde provenía los extraños ruidos y de paso buscar su espada. Al salir de la herrería, se topó con un extenso pasillo de carácter tradicional, con pisos de tatami y las paredes japonesas antiguas. Siguió con sigilo y la guardia al alta, notaba algunas habitaciones al caminar por aquel pasillo, así que decidió inspeccionar por sí había algún ciudadano en peligro o si encontraba su arma mata demonios, había notado que unos rayos de luces se colaban por los hoyos de las paredes. Haciéndola saber que afuera ya había amanecido, pero allí adentro no se notaba.

La espadachín sujetó su daga con firmeza al oír aquellos sonidos de nuevo y a pasos rápidos se dirigió hacia aquel lugar.