Capítulo 4

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— Sí, Santiago, tú, Stevan y yo

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— Sí, Santiago, tú, Stevan y yo.

— ¿Quién es Stevan?— inquirí medio confundida.

— Su hermano.

De pronto recordé la conversación que ella había tenido con Santiago anoche y que había mencionado a un Stevan como su hermano— oh— musité— me encantaría— sonreí amable.

— ¡Le diré a Santiago para que organicemos todo!— me abrazó de nuevo, dando brinquitos como una niña pequeña. Así era Macarena; dulce, tierna, cariñosa, frágil y entusiasta, era una niña pequeña encerrada en el cuerpo de una persona adulta de 23 años.

— Oye— musité cambiando repentinamente de tema— quiero ir al tan famoso puente de los suspiros, quizá pueda tomar algunas fotografías.

— Il ponte dei sospiri— dijo en un bonito italiano— ¿y para qué quieres ir allá? No es la gran cosa— dijo— más bien deberías ir a la plaza de San Marcos, muchos toman sus fotografías allí.

— Lo sé, pero no quiero algo común. Ya me conoces— me encogí de hombros.

— Bueno, también podrías ir al Palazzo Ducale, le podrías tomar bellas fotos.

— ¿Al que? Macarena, ¿te molestaría hablarme en español?

Ella rió— al palacio de Duque.

— Gracias, ¿me llevarías al puente de los suspiros?

Puso los ojos en blanco ante mi insistencia— está bien, te llevaré mañana.

— Gracias Maca, eres la mejor— y fui yo quien la abrazó ahora.

Seguimos caminando por las calles de Venecia, mirando casi todas las tiendas de ropa que allí había. Comimos en un pequeño restaurante y luego llegamos cansadisimas al departamento.

Eran las 7:30 de la tarde cuando llamaron la puerta— ¡es Santiago!— anunció jovialmente Macarena y se levantó como rayo dando grandes zancadas hacia la puerta. Dirigí mi vista hasta allá, desviando del televisor, anhelante de ver el rostro perfecto— ¡amor!— Macarena se lanzó en sus brazos en cuanto la figura de su novio fue palpable y él la recibió cálidamente. La fierecilla se removió incómoda— ven, pasa.

Desvíe mi mirada de nuevo al televisor queriendo aparentar que no lo había despegado de allí.

— Alejandra, hola— mi nombre en su voz era tan melodioso y diferente al resto de voces que habían puesto en su sonido mi nombre, lo hacía parecer bello, único.

Me giré para mirarlo— hola Santiago— le sonreí.

— ¿Cómo va tu primer día por Venecia?— preguntó.

— Cansado— reí al recordar que había usado el mismo adjetivo cuando él me había preguntado acerca del viaje. Creo que él también se acordó, porque rió de la misma manera que yo.

Manual de lo Prohibido Where stories live. Discover now