La Isla

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No esperaba nada de ti, ni siquiera llamabas mi atención, solo eras un chico más en aquel mar, pero nadaste a mi isla, y yo te acepte.

Poco a poco empezaste a recorrerla, a construir una casa de confianza absoluta en ella, mi isla se sentía feliz al escuchar tu voz, al sentir tus pies desnudos recorriendola, sintió una conexión contigo, algo con quién jamás nadie que se atrevió a acercarse provocó, te deje adentrarte más en ella, al corazón de mi isla donde nadie había estado, el lugar más desconocido de mi mundo.

Conociste el mejor y a la vez perverso lugar de esa Isla, fuiste la primera vez en muchos aspectos, más de lo que te imaginas.

Mi isla recuerda tus labios bebiendo de su manantial, incluso lleva ya su sabor; tus manos trabajando sobre ella, tu aliento mezclándose con la brisa que regresa al mar, incluso queda un eco de tu voz, retumbando en las montañas que escalaste.

Ahora te estoy viendo preparar tu barca, totalmente en silencio, de vez en cuando regresas la mirada a esta isla, pero sin interés en tu rostro, solo lo haces a la fuerza, como disculpándote por querer irte.

Si es así, está bien, márchate, no te mantengas más tiempo aquí por favor, esta isla necesita restaurarse antes de permitir naufragar a otro marinero, alguien que sea merecedor del mayor tesoro que aún en esta isla queda.

¿Pensabas que tú lo habías obtenido?
Estás totalmente equivocado, lo que tuviste era un tesoro extraño, algo inexistente prácticamente en la mayoría de las islas

Estabas a punto de obtener el mejor, aquel que rompería el mismo centro de la isla y le permitiría por fin emerger en su totalidad y ser un continente.


Cartas de amor sin destinatarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora