Capítulo 23.

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Mientras camino lentamente por el salón de casa de mis padres, mientras ellos no están, me imagino cómo sería mi vida si viviera en una casa normal, con una familia normal y corriente, de esas que te apoyan y no te juzgan. Ese tipo de familias que no son conocidas y que la prensa no puede juzgar.

Pero enseguida dejo de pensar en cosas que no puedo remediar. Obviamente no me arrepiento de tener esta familia. Pero a veces es estresante.

No quieren que salga a la luz su divorcio por que pensarán que las tradicionales buenas familias Italianas ya no son lo que eran, y que sólo lo hacen por dinero. Pero a mi me parecería bien contarlo, aún que es su decisión.

—Valen.— ese simple apodo hace que me gire hacia las grandes escaleras del salón. —¿Has tomado una decisión?— Paulo baja las escaleras y se queda a un metro de mi.

—¿Me lo puedo pensar en tu casa?— le pregunto sonriendo y este también sonríe. Entonces se acerca y une sus labios con los míos como tanto me gusta que haga. Pero no dura tanto como me hubiera gustado.

—¿Cuándo quieres que nos vayamos?— se separa un poco, pero no lo suficiente Iara dejarme de ponerme nerviosa.

—Antes de que lleguen mis padres.— respondo aún sin zafarme de su agarre.

—Voy a hacer la maleta. ¿Tienes algo que llevarte?— niego.

—Me lo mandará Alessandro.— Paulo asiente y sube por las escaleras para recoger todo lo que tenía aquí y poner rumbo a Turín.

Media hora después baja Paulo con su equipaje. Yo me levanto del sillón en el que estaba sentada.

—Llegaremos a Turín Para comer.— yo me doy cuenta de que le tenía que contar algo.

—Pero nadie puede vernos juntos.— Le agarro de la mano y le sonrio. - Sabes que dijimos que si hacíamos eso tendría que ser sin que nadie se enterara hasta que vaya a Madrid para contárselo a James.

-Ya lo sé. No pasa nada. No saldremos de casa juntos, tenemos todo lo que podemos necesitar dentro.- Yo largo una carcajada y Paulo me sigue.

Exactamente como Paulo me dijo, llegamos a Turín a las dos del mediodia, listos para comer.

-Tenemos un problema.- Dice conforme vamos entrando a la urbanización donde vive Paulo. Yo me giro alarmada hacia los lados pensando que se refería a que había paparazzis por los alrededores.

-No me refiero a ese tipo de problemas.- añade mientras se ríe de mi reacción.- No tengo absolutamente nada de comida en casa. Ni siquiera me acuerdo de cuándo fué la última vez que estuve aquí.

-Eso quiere decir que nos vamos a tener que ir a comer fuera,¿ no?- él asiente con la cabeza y yo echo todo mi peso hacia atrás para caer de espaldas en el asiento del coche.

Paulo gira en la primera rotonda que ve y pone rumbo al restaurante que hay en las afueras de Turín, al lado de la urbanización.

-¿Aquí no es el lugar al que siempre van a comer Cristiano y Geo?- le pregunto conforme nos vamos acercando al restaurante.

-Solo cenan aquí los viernes por la noche. No creo que estén ahora.- Yo simplemente asiento. Ojalá que no estén.


Como si los hubiéramos invocado, nada más entrar al restaurante nos los encontramos en la zona del reservado.

—Valentina.— Georgina me llama desde su mesa y con la mano nos hace un gesto indicándonos que nos sentemos junto a ellos.—¿Qué haces tú aquí?— pregunta nada más nos acercamos lo suficiente para hablar en un tono de voz normal.

—Ha venido a pasar unos días.— responde Paulo por mi a la vez que saluda a su compañero de equipo.

—¿Y dónde te vas a quedar?— pregunta Cristiano y yo miro nerviosa a Paulo, este me mira a mi. No sabemos que responder. Nos han pillado.

—No le preguntes esas cosas. Privacidad.— Georgina le da un pequeño codazo a su novio y piden que añadan dos platos para que comamos junto a ellos.

—¿Y los niños?— les pregunto mientas montan la nueva mesa.

—Se han quedado con mi madre. Ha venido a pasar unos días y nos ha dicho que nos fuéramos de comida romántica, pero preferimos estar los cuatro. ¿No es así?— se gira a Geo haciéndole la última pregunta y esta asiente.

Entre risas y anécdotas, la comida se nos pasa volando y ya es momento de irnos a la casa de Paulo para pensar que haríamos para que nadie más nos viera. Llevábamos aquí apenas unos minutos y ya nos habían descubierto dos personas.

La casa de Paulo estaba tal y como la dejé la última vez que vine. Hace muchos meses. Solo que sin ningún alimento en la nevera.

—Deberías ir a hacer la compra.— le digo mientras paso mi mano por el mármol de la cocina.

—¿Por que no hacemos otra cosa?— me pregunta mientras deja todas las bolsas en la entrada y sonríe con esa sonrisa que solo yo sé que significa.

Que buena bienvenida.

Nuestro juego | Paulo DybalaWhere stories live. Discover now