LAS ARTES DEL PLENILUNIO

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La calle estaba vacía, lo cual era bastante normal para estar a punto de amanecer. Apenas un gato huía de su cola en mitad de la noche. Llovía en el interior de mis ojos y los adoquines se desperezaban resbaladizos evadiendo la realidad. En el extremo opuesto de la avenida despuntaba un sol descarado y apremiante que incitaba a estar despierto, lo que por el momento no coincidía con mi intención. Cualquier atisbo de vida me resultaba insolentemente pretencioso. Hubiera dado mi fortuna por vivir en un polo ártico donde la noche dura seis meses. Mi estado de ánimo combinaba con esa oscuridad opresiva. Así era yo, miedoso de mí mismo, temeroso de hablar con nadie, amilanado por un mundo al que no pertenecía. Demasiado sensible para ser adulto, mi cuerpo respondía como el de un niño recién nacido. Todo estimulo me rozaba descarnando mi piel de seda. Pero ni era un bebé ni una sedosa mujer, tan solo era un misterioso ser oscuro escondido bajo un sombrero. Mis piernas no tenían que sostener una estructura de huesos ingrávidos, yo era un alma en pena delicadamente evanescente y preocupada por el segundo siguiente.

La ciudad no podía detenerse en su somnolencia, cada vez más tranvías, peatones y empleados de gasolineras agitaban el aire bajo las primeras lumbres de una dolorosa aurora urbana.

Estaba apoyado en pose vaquera frente al escaparate de una tienda de lencería, anhelando que las maniquíes en sujetador se fijaran en mí, las mujeres de verdad me resultaban atemorizantes pues mi falta de consistencia me impedía hacer un nido. Todo se disolvía en un mar de sueños e intenciones. La gente no me miraba, ni siquiera se percataban de la debilidad de mi imperio destronado. Nadie se daba cuenta del niño avergonzado que llevaba dentro. Por suerte, la persiana del comercio comenzó a elevarse sobre el nivel del suelo y yo aferrado a ella, invisible, desaparecía entre los primeros pisos de los edificios.

La ausencia de luz en la noche atenuaba mis descabelladas sensaciones. Los colores me destellaban y el tintineo de una vela me mareaba. A mi falta de consistencia corpórea, se asociaba la falta de presencia material, yo era tan solo una esencia, un aroma, un perfume destapado, un ligero rumor de remolino de viento sobre una esquina. Nada me agobiaba más que el sonido, los sentidos y el tacto inexistente, pues nada me tocaba. Atravesaba los objetos y las personas mientras ellos no tenían sensación alguna en absoluto, a mi falta de cuerpo le acompañaban mi falta de entidad, falta de todo, no era nadie ni nada, por eso nadie me podía ver. Tendrían que haber avisado antes. Nunca hubiera sospechado que la facultad de la invisibilidad supondría la desaparición de mi consistencia emocional. Quería entrar en los dormitorios de las princesas y observarlas sin que me vieran, pero incluso eso era imposible pues incluso carecía de excitación física.

Había terminado por ser un corazón ansioso, pendiente de que alguien me hiciera caso. La caricatura de mis deseos sin concluir. Sentidos intensificados hasta el límite, pero emociones desvalidas. Era un alma en pena, vagando sin sentido, sin final, un muerto viviente atravesando paredes, buzones y edificios. Prisionero del exilio de no ser visto ni tenido en cuenta.

Tomé una decisión drástica. Ser un fantasma sin cuerpo no iba conmigo, duele ser retraído y anónimo. Pero estaba dispuesto a experimentarlo.

Os preguntareis cómo pude llegar a esta situación, si soy realmente una versión más del hombre invisible, un personaje de comic o si se trata del relato esotérico de un loco.

Pero comencemos por el principio.

Por favor, narrador, cuéntanos la historia.

I PARTE

1. EL FANTASMA DE MIS ANTEPASADOS

Diego decidió por fin poner un poco de orden en su garaje. Había llegado por fin el día en que daba comienzo la excedencia de tres años que había decidido tomarse en su trabajo como catedrático de antropología en la universidad de Comillas en Madrid. Tomó esta decisión cuando se dio cuenta de que algunos compañeros de facultad, de edad más avanzada, nunca habían tenido la oportunidad de realizar sus sueños. Aún era lo suficientemente joven como para emprender cualquier aventura que se propusiera. Por el momento no había decidido cómo utilizar ese tiempo, pero estaba resuelto a intentar realizar su eterna agenda de deseos y planes: Viajar por entornos alejados del turismo, dar la vuelta al mundo, hacer la ruta 66 en bicicleta y un sinfín de exóticos anhelos que ansiaba cumplir. Por el momento quería poner orden en su casa y en sus pensamientos.

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⏰ Last updated: Mar 09, 2020 ⏰

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