Confesionario

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Observo al techo del confesionario algo cansado. Hoy he comenzado escuchando los secretos de confesión de varias de las personas de este lugar. No hay duda de que algunas cosas me sorprenden y asustan, pero alguien debe liberar la mente de esas personas antes de que terminen hundiéndose quién sabe en qué cosa.

Respiro profundo y abro la pequeña puerta que separa mi boca del rostro de la otra persona, a través de la rejilla veo a una mujer algo mayor de cabello cano que hace una cruz sobre su frente y me saluda con una oración.

—Dime hija, ¿Qué te aflige?

—Hay muchas cosas que me afligen Padre Aguas...

Sonrío al escuchar el apodo que me he ganado con el tiempo.

—Pero hay una cosa que todos los días me trae muy preocupada, es una presión en mi pecho que no logro contener, no puedo decírselo a nadie, pero siento que ahora debo...

— ¿Qué es hija?

—Yo... me tuve que casar por obligación cuando tenía quince años, porque quede embarazada, y en esos años así debía de ser...

—Yo quisiera que nunca hubiese sido así, hija, pero prosigue.

—El hecho es que la familia de mi esposo no me quería, ellos pertenecían a la alta sociedad, mientras yo solo era cosechera de frambuesas con mi madre, mi padre cuidaba y alimentaba vacas... éramos más modestos. El día en que fui a tener a mi hijo, lo recuerdo muy bien, me sentía muy débil sentía que había perdido la mitad de toda mi sangre.

—Eso suena muy mal, ¿Pudo recomponerse?

—Sí, de mis dolores en ese momento sí. Pero Padre, cuando desperté, mi hijo ya no estaba conmigo, nunca más nadie me dijo dónde estaba. La familia de mi esposo se fue de la ciudad y no tuve los medios para buscarlos, nadie buscó o hizo algo por mí —La mujer solloza abrumada detrás de la rejilla que nos separa y yo apenado bajo la mirada para verla.

—Hija mía, ¿Y hoy en día aun no tienes ninguna información?

—Vivo con el pesar de no saber dónde se encuentra Padre, vivo con la esperanza de verlo aunque sea ya adulto, imagino que la familia de mi esposo le habrá dado una buena profesión... pero... nadie pudo haberlo amado más que yo, tengo tantas ganas de...

—Hija —La corto y pongo una mano en la rejilla— Por favor no sientas más dolor, dime cómo te llamas, veré si algo puedo averiguar de tu hijo, y tú no te preocupes que todo esto queda en secreto de confesión.

— ¿En verdad podría ayudarme usted, Padre? —Solloza tragando su llanto.

—Quiero ayudarte hija, pero necesitaré algunos datos para hacerlo, no puede ser que después de tantos años nadie te haya podido responder una sola pregunta... pero por ahora hija, ve en paz, tú no tienes un pecado cometido, ellos fueron los que deben pedir perdón y enmendarse.

—Padre... —La mujer acerca un pañuelo a través de los agujeros de la verja y me lo entrega— allí está mi nombre bordado, le agradezco, se merece todo el cielo, llegó a traer luz a esta ciudad.

—El cielo es una dicha tan grande que ya me siento más que recompensado al haberla escuchado decírmelo. Vaya en paz.

La mujer sale de la estancia que está detrás de la rejilla y vuelvo a cerrar la pequeña ventanita para esperar a alguien más.

Roma no contestó mi mensaje y aquello me hizo pensar que quizá le ha molestado tanta cercanía, ¿Y cómo no?, si quien entabla amistad con un Sacerdote es porque algo se trae entre manos, especialmente si se trata de una joven adulta como Roma, que tiene mis años y me hace pensar incluso cuando estoy bajo el techo de este confesionario.

La puerta nuevamente ha sido tocada y la abro.

—Buenos días hija, Ave maría purísima.

—Sin pecado concedido.

La voz ya conocida me hizo cerrar la cortina delante de mí y ponerme de rodillas a la altura de la pequeña puerta con rejilla.

—Roma —murmuro— ¿Qué ha pasado con tu teléfono? Te llamé en la mañana para saber pero no has contestado... ¿Qué le pasó a tu ojo? —Pregunto viendo un evidente moratón en uno de ellos.

—Escúchame Oseías, mi esposo no es un buen hombre, tiene mi teléfono y posiblemente trate de contactarte. No dejes que te engañe.

— ¿Él te hizo esto? —Murmuro descolocado, llevo una mano a la rejilla y pasando los dedos entre los agujeros le pido— Roma quiero sentirte, dame tu mano.

— ¿Qué? ¿Perdiste la cabeza? Te descubrirán. —Murmura preocupada.

—Dame tus dedos Roma. —Exijo de rodillas viéndola apenado, me enferma que de alguna forma venga a mí a decirme algo como esto y no a pedirme ayuda.

Ella lleva una de sus manos a la rejilla y entrelaza levemente sus dedos con los míos. Ese pequeño e íntimo contacto es puro recuerdo, algo que está allí palpitando en el fondo, y que por mucho neguemos y deseemos obviar, lo sentimos.

—Roma déjale que venga a mí, yo no pretendo esconderme, no tengo que esconder nada. Lo que haya pasado antes, ya pasó, hoy no puede reprocharme nada. —Murmuro, el silencio de la iglesia es sepulcral.

Roma solloza y deja el contacto entre sus dedos y los míos apenada, parece desconsolada, que no daría por cruzar esta rejilla y abrazarla. Pero es imposible, no puedo y no debo.

—Déjame decirte Roma, no pretendas que por ser Sacerdote me quedaré en silencio, te ha golpeado... ¿Cómo pretendes seguir con él?

—No, Oseías, por favor, déjalo así. Es un secreto de confesión.

—No Roma, no me hagas esto, por favor, no tendré como defenderte si me dices que es secreto de confesión... —Murmuro con la voz quebrada, hay un nudo en mi garganta y mis puños están tensos.

—Tan solo no me hables al teléfono, será peor... yo me contactaré contigo en otro momento.

Roma sale desde el confesionario y yo salgo abriendo la cortina. La veo correr a las afueras, miro al techo de la iglesia dónde están pintados los arcángeles y me lamento, no podré protegerla, pero tampoco la dejaré sola... yo tendré que buscar la forma de que me elija a mí. ¿Qué me elija a mí? No sé ni lo que digo...

Me estoy volviendo loco.

Escógeme a mí © #PGP2020Where stories live. Discover now