Capitulo 9. El plato de Croassants

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La casa del abuelo de Edrik era en verdad muy linda. Nunca antes había tenido el privilegio de visitar un lugar como ese. La casa más lujosa que conocía, era la casa de la Doctora Klein, lugar en donde vivía mi amiga Valeria. Bueno, eso antes de que escapara con su novio a Europa. Ojalá yo hubiera tenido la suerte de tener un novio que me llevara a otro país.

Regresando al tema. Ni siquiera la casa de la Doctora Klein era tan lujosa como esta. Además, en este lugar había pinturas hermosas que adornaban las paredes. Y aun que las Artes nunca han sido mi fuerte, podía percibir a simple vista que esos cuadros eran caros. No eran simples decoraciones para darle vida a una triste pared blanca.

Luego de un rato en el que mis ojos sé maravillaron con cada detalle de esa sala, comencé a sentir un hambre feroz. Mi día no había comenzado de la mejor manera, y el hecho de no haber desayunado, solo empeoraba las cosas.

Mi cerebro creía que a nadie le importaría si me levanta del sillón e iba hasta la cocina a pedir agua con hielo (morder un hielo distraía a mi mente del hambre). Por otra parte, mi sentido común me decía que no hiciera nada estúpido y me quedara sentada en el sillón. Yo sabía muy bien que a la gente le molesta que los invitados hurguen por ahí sin permiso.

Y cuando estaba decidida a levantarme, una señora apareció. Ni siquiera la había escuchado entrar. Su voz fue la que me alertó de su presencia. De no haber estado aún sentada, seguramente me hubiera visto brincar como saltamontes.

—Desiree —se acercó la señora un poco más a mí—. Mi querida Desiree. Te he extrañado tanto.

Por un momento creí que le estaba hablando a alguien más. Giré para ver si en esa habitación había alguien más, pero en esa habitación las únicas presentes éramos ella y yo.

Pronto entendí que me estaba confundido con alguien más, así que con una linda sonrisa pegada a los labios le dije:

—Perdón, pero yo no soy Desiree. Creo que me está confundiendo con alguien más —le sonreí—. Mi nombre es Aisha Smith. Mucho gusto.

— ¿De qué hablas, Desiree? —siguió llamándome igual.

En seguida la señora tomó sus anteojos y se los puso con cuidado. Cuando me miró bien la cara, se puso tan pálida como si estuviera viendo a un fantasma, pero pronto todo el gesto se le transformó en uno de vergüenza. La cara se le puso tan roja como un tomate, casi me recordó a mi.

—Perdón linda, creí que eras... —se calló abruptamente. Me hizo pensar que no debía mencionar aquel nombre—, ¿Quién dices que eres?

—Soy Aisha Smith —repetí sonriendo—. Estoy esperando a Edrik. Me dijo que no tardaría mucho, pero ya pasó un rato desde que se fue. Creo que me abandonó —se me escapó una risa, quizás por los nervios.

Me di cuenta que la señora estaba perdida en sus pensamientos. Ni siquiera había prestado atención a lo que le había dicho, pero no le tomé mayor importancia. Pronto la señora volvió a prestarme atención y dijo:

— ¿Quieres acompañarme a tomar café? —Se levantó del sillón—. Así no te quedas sola esperando a mi nieto.

Después de todo, no estaba tan perdida en sí misma. Eso me sorprendió un poco, lo admito. Yo no podía rechazar su oferta, pues me estaba muriendo de hambre y ahora que la dieta de: "Solo líquidos" había terminado, anhelaba probar algo de comida sólida.

En el camino hasta la cocina, solo pude comprobar una vez más lo lindo que era el lugar. Pero había una cosa que no encajaba con la ostentosa casa: No había ni una sola persona de servicio.

Creí que en algún punto vería a alguien trabajando, pero no tenían ni siquiera jardinero. La casa carecía de ellos, y en general de cualquier persona que tuviera la pinta de trabajar. A decir verdad, el lugar estaba envuelto en un abismal silencio. Era como si nadie viviera ahí.

La Mafia De HamiltonWhere stories live. Discover now