Noche 1: Jose

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La calma con la que se habían levantado no duró demasiado. Tras hablar con todas sus familias, el miedo dejo paso a la incertidumbre y esta a la histeria. Anna fue la primera en actuar; se levantó y comprobó las reservas de comida, apuntando en un papel todo lo que tenían y calculando cuanto tiempo podrían sobrevivir con ello. Gabriel, menos responsable que Anna, pero, desde luego, mucho más práctico, decidió comprobar de cuanto alcohol disponían. Cuando su cabeza estuvo a punto de echar humo, Miry decidió acercarse a la cocina:

— Sabéis que las tiendas siguen enviando comida a domicilio, ¿verdad?

Los chicos se miraron entre ellos y luego miraron las hojas que sujetaban con aparente nerviosismo.

— ¡Mierda! — Exclamaron a la vez antes de echarse a reír.

El día pasó lento. La hora de comer ya se había pasado y los estómagos estaban llenos de tostadas untadas en angustia. Es posible que, si la desgracia no hubiese ocurrido, hubieran pasado el día en la casa, descansando, pero saber que, aunque quisieran, no podían salir de entre aquellas paredes era lo apretaba sus corazones hasta dejarlos sin aire.

Fue, como siempre, Iván quien tuvo la idea. Sentados todos en la mesa, mirando sus móviles de manera obsesiva y habiendo olvidado el verdadero motivo de ese viaje: conocerse, Iván se levantó y apagó el televisor que solo parecía dar malas noticias. Desapareció en la cocina y a su vuelta repartió entre todos diferentes tazas de colores, las mismas que habían estado usando la noche anterior. Lleno cada taza con el alcohol preferido de su dueño ante la atenta mirada del resto.

— No creo que sea el mejor momento para beber — Comentó Anna mirando su vaso con desgana.

— ¿Y por qué no?

Sam cogió su vaso y brindo con June a su derecha justo antes de darle un trago. Así, bebiendo en solitario, con el codo apoyado en la mesa y la cabeza apoyada en el brazo y con el pelo recogido en una coleta que dejaba ver sus laterales rapados, parecía sacado de una película de adolescentes. June no quería, pero la sonrisa amaneció en su s labios sin que pudiese evitarlo.

— Pues, ¿por qué estamos encerrados? ¿por qué no sabemos cuando vamos a salir de aquí? — Anna no daba crédito, pareciese que a algunos de sus compañeros no les importase en absoluto estar encerrados con 9 personas que apenas se conocían más allá de las clases y alguna fiesta universitaria.

— Pues precisamente por eso — Explicó el chico mientras acababa de rellenar los vasos —. Porque vamos a estar aquí durante días, quien sabe si no serán semanas y apenas nos conocemos, así que vamos a conocernos. — Desapareció de nuevo a la cocina, esta vez con las manos vacías, y no tardó en volver con una caja de frutas que ofreció a Rebeca —. Los móviles, a la caja, venga.

Aunque hablase con una sonrisa en los labios y su tono pareciese jocoso, estaba claro que no iba a admitir una sola replica. Algunos refunfuñaron, sobre todo Álvaro, Rebeca y Gabriel, pero, al ver que el resto de compañeros dejaban sus teléfonos en la caja, no pudieron negarse. Tan solo Iván se quedó con su terminal.

— ¡Eh! ¿Y tu por qué le conservas? — Protesto Rebeca señalando su mano.

Iván suspiró con hastío, cual profesor que ya ha explicado la lección más veces de las que considera necesarias y mostro la pantalla. En ella aparecía la interfaz de un famoso juego para beber que, aunque todos habían utilizado alguna vez, nunca habían tenido oportunidad de probar juntos.

– ¿Al "yo nunca? ¿En serio, Iván?

Anna puso los ojos en blanco, sintiendo que todo aquello era una broma de mal gusto o una película de adolescentes muy mal dirigida. Su sentimiento se acrecentó cuando vio como sus compañeros daban la razón al muchacho. Que si iba a servir para conocerse mejor, que si era una forma como otra cualquiera de pasar y el tiempo y emborracharse...

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