02. Invisible

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La luz se ausentaba en los interiores de la residencia Pokolips. Desde la entrada principal, el padre le gritaba al menor de sus hijos antes de salir—: ¡Alexander! Esto debe estar solucionado para cuando regrese.

El joven ni siquiera tuvo tiempo para replicar, solo obtuvo el eco de la puerta al golpearse como respuesta.

¿Por qué me lo pide a mí? Tengo dos hermanos mayores que pueden hacerlo también, ¿por qué no me ven sino hasta que necesitan algo de mí? ¿por qué pretenden que no existo hasta que ellos me consideran útil?, se cuestionó él, impotente y cansado.

Tan solo unos momentos se había vuelto invisible y su magia inadvertida pasó, ¿acaso no era importante para nadie?

El chico tomó su caja de herramientas de electrónica y una linterna, unas cuantas lágrimas humedecieron sus mejillas mientras se dirigía al jardín trasero, lugar donde se encontraban los interruptores principales. 

Cuando era pequeño, le daba miedo salir al jardín porque la bruja solía esconder entre los arbustos plantas con rostro, animales extraños e insectos que le lloraban a la luna. Sin embargo, los artilugios e ingredientes de la bruja parecían una excusa para niños... ahora le temía a la idea de toparse con un fantasma. No le preocupaba si se topaba con el fantasma del pequeño Gar, después de todo era un felino amable; le daba escalofríos sino que por allí merodeara su madre. No la había visto desde el funeral, y no buscaba hacerlo. 

Una vez en el patio, miró a su alrededor y se topó con el patio que se extendía en un campo que se fusionaba con el bosque y, en lo lejano, el oscuro invernadero. T ignoró el silencio lejano y el viento que arremolinaba a los árboles y se concentró en su tarea. Abrió la caja de interruptores y, antes que otra cosa, se encargó de bajar la palanca de electricidad general solo por si aún funcionaba. Dentro de la caja se encontró con cerca de veinte pastillas distintas, sin etiquetas ni nada que indicase para qué servía cada una, todas estaban encendidas lo que indicaba que sólo una tenía la falla y que tendría que usar prueba y error para descubrir cuál. Un método bastante extenso.

Era increíble que entre las refacciones solo hubiese un multímetro que, aunque le sería de mucha utilidad, le hacía pensar a T en lo cansado que estaba de pedirle herramientas a su padre pero cualquier cosa que el joven necesitara no era considerado prioritario. Y Dios lo perdonara si se atrevía a tomar prestado algo del desván, terminaría junto a la bruja.

T se preguntó qué pasaría si mejor se olvidara de la pócima de su madre, si pudiese usar sus habilidades con libertad, ¿qué pasaría si se permitiera dejar de ser invisible y mostrar qué podía hacer?

«Cosas malas pasan cuando dejas de ser invisible», le dijo la bruja cuando a T se le olvidó tomar sus medicamentos una vez. El joven nunca supo si se refería a él, a su marca en el antebrazo o a sus habilidades por lo que siempre optó por ocultarlo todo.

Pero T estaba harto de no poder hacer algo con ello, necesitaba la magia para devolverle la luz a su vida o por lo menos a su casa. Entonces, el chico decidió buscar el libro de su madre... 

La bruja era una alquimista por naturaleza, criada más de una vez entre la magia y el misticismo, su conocimiento era vaciado cuidadosamente en sus libros de recetas. En su invernadero, ella los ocultaba.

Uno eran las recetas familiares que incluían vidas enteras de tradiciones, sazón y pérdida. Otro eran las pociones fundamentales, el libro que T poseía y con el que la Bruja había destilado perfectamente la pócima para borrar su marca. Los otros cuatro permanecían dentro de la habitación oscura, donde ella solía guardar toda clase de criaturillas y plantas. El sitio prohibido al que T llamaba "Nunca Jamás" porque nunca jamás debía entrar.

Life of TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora