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Hace mucho, mucho tiempo, en una tierra muy, muy lejana, existía un reino envuelto en prosperidad y fortuna. El rey y la reina eran muy queridos por su pueblo y tanto su matrimonio como su reinado prometían ser felices a lo largo de sus vidas. Sin embargo, según iban pasando los años, se dieron cuenta de que un pequeño detalle se interponía en lo que parecía ser un futuro perfecto.

No eran capaces de producir un heredero.

Cinco años después de su boda, comprendieron que, si querían mantener la estabilidad del reino y de su matrimonio, necesitarían ayuda externa. Consultaron a todos los curanderos, probaron todo tipo de hierbas y pócimas, se bañaron en mareas fértiles cada solsticio de verano... y todo fue en vano. Hasta que el rey, sintiéndose arrinconado por la presión y los continuos fracasos, decidió buscar la poco recomendable ayuda de una aliada inesperada.

La bruja del pantano era una hechicera de artes oscuras, poseedora de conocimientos que desafiaban la vida y la muerte, y por los cuales cobraba un alto precio. La bruja no tenía interés alguno en el oro o los títulos. Disfrutaba de su vida recluida y austera en ambientes húmedos corrompidos por nieblas tan tóxicas como mágicas. Sin embargo, a pesar de toda su sabiduría y astucia, también era una anciana de huesos frágiles y escasa fuerza. Viendo que sí podría obtener algo del monarca, al fin y al cabo, aceptó prestar sus servicios a la Corona. Tan solo requería treinta y siete días para cosechar un hongo muy especial, un ingrediente clave en la concocción que ambos reyes beberían durante tres lunas nuevas. Si obedecían sus instrucciones, tendrían el heredero que tanto ansiaban antes de que el año llegase a su fin.

El rey, maravillado, pero no sin cierta cautela, preguntó qué quería a cambio de tamaño milagro.

—Cuando la reina esté en cinta, me recibiréis en palacio. Entonces, y solo entonces, sabréis el precio que ambos debéis pagar.

Todo acordado, lo único que quedaba era esperar. Tal y como la bruja había predicho, una vez seguidas sus instrucciones el vientre de la reina comenzó a crecer, para el alivio de todos en palacio. Los reyes dieron la orden de que las nuevas llegaran a cada esquina del reino y pronto tanto el pueblo llano como la aristocracia estaban celebrando el milagro. La alegría de la pareja soberana no era menor, pero la advertencia de la bruja todavía pesaba sobre sus cabezas. Y tal y como había proclamado, un día se presentó en la corte, pidiendo audiencia con Sus Majestades.

La bruja les regaló una sonrisa desdentada al ver los frutos de su magia y cuando nadie excepto ellos podía oírla, les informó de la deuda que debían pagar:

—Felicidades, Majestad. Daréis a luz al heredero varón que tanto habéis ansiado. No obstante, este no será vuestro único vástago. De vuestras entrañas nacerá otro, tan solo uno más, y tras su nacimiento volveréis a mustiaros como una hoja seca en otoño. Os permitiré quedaros el segundo hasta su decimoctavo cumpleaños, cuando vendré a reclamarlo.

Los reyes se horrorizaron al oír semejantes condiciones, pero sus quejas fueron recibidas con indiferencia. Temerosos de las consecuencias para el embarazo de la reina si la detenían, la bruja fue libre de abandonar el palacio con impunidad.

Meses después, las palabras de la hechicera volvieron a cumplirse: un varón nació para ocupar el trono. El parto no tuvo complicación alguna; no obstante, las nodrizas no tardaron en observar que el bebé era enfermizo, pálido y desagraciado. Hubo dudas sobre si sobreviviría las primeras noches. Para el alivio de todos, según iban pasando los días, semanas, y meses, el bebé resistía la muerte, aunque su debilidad era aparente.

Sin dejar jamás de preocuparse por la salud del infante, pero dichosos de tener un príncipe heredero, las palabras de la hechicera empezaron a tener cada vez menos peso sobre Sus Majestades. Al menos hasta que, dos años después, la reina se volvió a encontrar dando a luz, esta vez en unas circunstancias muy diferentes. Fue un parto laborioso y largo, que agotó en cuerpo y mente a todos los presentes. Al anochecer del segundo día, cuando el sol se ponía entre las colinas y la luna extendía su reflejo en la superficie del agua, nació una princesa.

Recibió el nombre de Odette.

Odette era la antípoda de su hermano: fuerte y hermosa, la viva imagen de la vitalidad. Pero las cualidades de su hija no eran más que una causa de aflicción para los padres. Sabían que, aunque fuera suya en sangre, su futuro no les pertenecía. Según fueron pasando los años, el pesar se convirtió en rencor. Su heredero era una criatura raquítica y sombría, mientras que la princesa que no consideraban propia reía, bailaba y deslumbraba a todos a su alrededor. Poco a poco, ese rencor se fue haciendo cada vez más visible y los corazones de los reyes comenzaron a albergar un profundo desprecio por su hija.

El trato que los monarcas le profesaban fue imitado por el resto de los cortesanos. La corte, que antes era un lugar de júbilo y entretenimiento para la niña, se convirtió en una jaula fría donde imperaba la indiferencia. Al principio, Odette se esforzó por llamar la atención en maneras que antes no tenía que emplear. Esto solo causó que la indiferencia se convirtiera en continuos reproches.

Viéndose amonestada cada vez que abría la boca, la niña que una vez había sido risueña y cautivadora, se convirtió en una sombra apagada que deambulaba por los pasillos recibiendo tanta atención como las armaduras vacías que los adornaban.

Los años se sucedieron y ambos hermanos dejaron la niñez atrás. A sus diecisiete años, el príncipe era incapaz de ganar un duelo o soportar un galope en su mejor caballo. Su debilidad preocupaba a la corte y lo convertía en la fuente de cientos de rumores, la mayoría de los cuales llegaban a sus oídos. El príncipe sospechaba que la principal esparcidora de estos era su hermana y, de haber podido saber con certeza que sus sospechan eran correctas, no se habría sorprendido en absoluto. La discordia entre Odette y su hermano mayor era un secreto a voces.

Un secreto mejor guardado era la temblorosa alianza entre la Corona y la hechicera del pantano. Nadie excepto los reyes conocía el destino de Odette. Lo habían ocultado tan bien que hasta ellos mismos fueron olvidando poco a poco la amenazante presencia del pantano. Parecía especialmente inofensiva cuando tener una princesa se convirtió en una perfecta maniobra diplomática.

Al otro lado de las colinas, existía un reino con el que apenas sesenta años antes habían librado una cruenta guerra. Se había acordado la paz, tras mucha sangre derramada y tiempo perdido, pero la paz siempre ha sido algo delicado y difícil de mantener. Por fortuna, el reino tras las colinas tenía dos hijos, el heredero tan solo dos años mayor que Odette. La mejor forma de unir ambos reinos y conseguir una paz definitiva era algo tan aparentemente sencillo como una boda.

Tras años prometidos y con todo planeado, nadie se esperaba que la visita de una anciana a palacio fuera a arruinar un plan perfecto. Pero la bruja del pantano fue fiel a su palabra y, al contrario que los reyes, no había olvidado la deuda que se le debía. Así fue que, una semana antes del decimoctavo cumpleaños de Odette, un cuervo dejó en manos de los monarcas una carta sin remitente:

En la séptima noche a partir de hoy, entregaréis el pago a las puertas de mi morada y nadie de vuestra corte volverá a pisar mis dominios. Una hará lo propio, y entenderéis que mantener la paz conmigo es más importante que las alianzas entre dos reinos.

Los reyes, asustados por la amenaza implícita, decidieron mantener su palabra y entregar a su hija. Nada más dio la medianoche y Odette cumplió la mayoría de edad, la princesa fue secuestrada por misteriosos captores, que la arrastraron en el silencio de la noche hasta los páramos de la bruja. La corte amaneció con la trágica noticia de su desaparición.

Sus padres no podían enviar a nadie de su propio reino a recuperarla, pero podían alertar al reino vecino y buscar su auxilio. Pero por mucho que príncipes extranjeros moviesen cielo y tierra para encontrarla, nadie podía poner pie en las cercanías del pantano. Así, oculta al mundo y endeudada con su propia vida a la anciana hechicera, sería como Odette pasaría el resto de su deprimente existencia.

Hasta que un día...

El cisne cruelKde žijí příběhy. Začni objevovat