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Durante los siguientes meses, Odette y Sig continuaron hablando cada noche. La princesa apreciaba su humor seco y oscuro, y el dragón encontraba divertidas su altivez y maquinaciones.

En cuanto a Rothbart, la paciencia de Odette se estaba agotando. No había hecho progreso alguno en deshacer su hechizo y cada vez se mostraba más insistente en sus atenciones. Odile, por su parte, estaba resultando de lo más útil, pues dedicaba un par de horas cada día a enseñar a Odette los principios básicos de la hechicería. La joven bruja era talentosa y paciente, y aunque Odette carecía de un don para el ocultismo, todo conocimiento tenía valor, y entender el funcionamiento de maldiciones, sortilegios y pócimas solo podía ser beneficioso en el futuro.

Cuando Odile accedió a buscar una solución a su metamorfosis sin alertar a su padre, Odette supo que sería una valiosa aliada. Lo que no sabía la princesa es cuán valiosa sería su ayuda. Hasta que una madrugada, Odile fue en su busca. Irrumpió en su alcoba, hecha un manojo de nervios, y cerró la puerta tras de sí.

—Esto es inusual —dijo Odette irguiéndose en la cama—. ¿Qué ocurre, Odile?

La joven bruja se echó a llorar y corrió a abrazarla. Odette se quedó rígida e inmóvil durante unos segundos. No estaba acostumbrada a que la abrazasen y mucho menos a tener que consolar a nadie. No era una situación que le agradase en particular.

—Odile, sécate las lágrimas, respira, y cuéntame qué ha pasado —dijo Odette, intentando sin mucho éxito sonar comprensiva.

—Mi... mi padre...

—Rothbart, sí. Continúa.

La bruja inspiró profundamente y le dio un poco de espacio, lo cuál Odette agradeció enormemente.

—He estado investigando un contrahechizo, como me pediste y... y, bueno, yo... —Se sorbió los mocos con un ruido asqueroso, pero Odette estaba demasiado interesada en la conversación cómo para encresparse—. Sé cómo romper tu hechizo. Sé cómo volverte humana para siempre.

Odette soltó una carcajada y abrazó a la bruja, sintiéndose indulgente.

—¡Eso son grandes noticias, Odile! Tal y como creía, la discípula siempre supera al maestro.

Odile sería sin duda una gran aliada en el futuro.

Pero la bruja no parecía compartir su alegría.

—No, no lo entiendes. ¡No he superado a nadie! Mi padre... mi padre sabía cómo romper el hechizo desde el principio.

Odette la soltó de inmediato. Odile volvió a echarse a llorar, cabizbaja, pero la princesa la agarró por la barbilla, obligándola a mirarla.

—¿Qué?

—¡Lo siento tanto, Odette! Te prometo que yo no sabía nada al respecto. Él... es un hombre solitario y... —Odile apartó la mirada, avergonzada—. No. No puedo excusarle. No eres la primera y puede que no seas la última...

—Explícate —siseó Odette, intentando no hacer demasiada fuerza contra la cara de la bruja, pero temblando de rabia.

—Sé que te gusta ir al lago... estoy segura de que has visto a los otros cisnes...

Odette la soltó y se levantó de la cama, paseando por la habitación en círculos, con una sonrisa de incredulidad pintada en los labios.

—Esa maldita rata. Ha estado coleccionando trofeos para su harén personal.

—Lo siento tanto... Te ayudaré a escapar. Y hablaré con él, estoy segura de que puedo hacer que me escuche. Conseguiré que libere a las otras y...

El cisne cruelWhere stories live. Discover now