CAPÍTULO XVI

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LA MANSIÓN MENDOZA SÁENZ

He estado en muchas situaciones donde he tenido que lidiar con estrés, nervios y ansiedad, todo a la misma vez, por tener que enfrentarme a un salón de clases lleno de personas que todo el tiempo se burlaron de mi apariencia, y que no les bastaba con ignorarme en el recreo, en los trabajos grupales, sino también en imponerme la idea de que no podía protestar porque las cosas se podían encrudecer. Ahora de esa Betty solo queda un vestigio, que siempre aflora cuando menos me lo espero, y no lo podía comprender por qué en este momento, cuando estaba entrando en la avenida que dirigía a la casa de los Mendoza Saenz.

Era una Avenida de medio kilómetro, completamente adoquinada, a sus costados arborizada. Los grillos cantaban en la oscuridad de la noche. Cada cierta distancia un farolito iluminaba la avenida y conforme el carro avanzaba la ansiedad crecía y mi estómago revolotear.

¿Por qué estas nerviosa, Betty? ¿Acaso es la primera vez que te reúnes con don Roberto y doña Margarita? Claro que no, pero es la primera vez que me reúno con ellos, en su casa, y no como empleada de su empresa, si no como la novia de su hijo.

-¿En qué piensas? –Me preguntó don Armando, interrumpiendo mis cavilaciones-

-Estaba pensando en que tu casa es pequeña, pero el terreno donde está construida perfectamente se puede construir un residencial completo. –le dije, porque no quería admitir que estaba nerviosa.

-Sí, la verdad es que este lugar es como su propio mundo, aquí se está tan alejado que no se escucha más que la naturaleza.

-Me encanta- admití- no puedo entender cómo tu mamá podría preferir vivir en Londres, y no en esta casa. Aunque es muy apresurado de mi parte decir eso, ya que no tengo ni idea de cómo es su casa en Londres.

-Es, o era, todavía no sé si la vendieron, una casa a las afueras de Londres, no es tan grande el terreno, pero la construcción es más grande que esta. Está muy bien ubicada pero cuesta un dineral mantenerla. En cambio, esta es igual de bonita, pero menos costosa mantenerla.

-Puedo imaginarlo- murmuré-

Aparcó el carro al girar en torno a una fuente de agua que estaba en un pequeño jardín en el frente de la casa. Había una luz encendida a fuera, y alcancé a ver el timbre. Antes de que don Armando lo presionara, una mujer con uniforme nos abrió la puerta y nos hizo pasar.

Primero entró don Armando y yo le seguí de cerca. Había un pequeño vestíbulo, del techo colgaba un candelabro con una luz amarillenta que iluminaba muy poco, me tropecé y me estrellé con la espalda de don Armando, que se volteó sorprendido.

-¿Estás bien? –dijo y me sonrió.

-Sí, es que soy medio ciega y no vi el escalón- reí

Entonces el me tendió su mano para que camináramos hasta el enorme salón que continuaba. En éste salón había unos muebles que parecían de cuero, eran esponjosos y grandes. Había una chimenea, una alfombra que cubría la mitad de del salón, y algunos cuadros que ambientaban rústicamente la casa.

-Hijo, Betty, bienvenidos. Pasen adelante. Los estábamos esperando- dijo don Roberto, que salió de detrás de una puerta. Más tarde descubriría que esa puerta daba a otro gran salón donde estaba el comedor.

Don Armando saludó a sus padres y después lo hice yo. Me quedé dudando unas milésimas de segundo si saludar de mejilla o estrechando las manos. Al final me hice un lío y lo hice de las dos formas. Al parecer no era la única nerviosa de aquella noche.

-Por favor, siéntense a la mesa. Por favor, Matilde, puedes servir la cena- orientó don Roberto a la empleada.

Doña Margarita se sentó al lado de su esposo, quien se había sentado en el lateral izquierdo de la mesa, justo frente a la ventana. Don Armando se sentó en la primera silla del lateral derecho y yo en la segunda. Quedamos ambas parejas frente a frente. La mesa era de doce sillas, de madera rojiza, y encima de vidrio oscuro.

YSBLF_El Noviazgo (Ira Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora