🞇 Nos vemos en el balcón 🞇

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Mandando al carajo cualquier gota de mesura o sensatez, sin importarle el gesto de extrañeza que se formó en el rostro del rubio ni la confusión que se mostraba en aquellos azules orbes que le traían montones de recuerdos inexplorados, el pelirrojo se limitó a lanzarle una atípica sonrisa nerviosa antes de azotar la ventana de su balcón y huir con poca dignidad entre tropezones y traspiés.

Apenas llegó a su habitación, se dejó caer sobre su cama mientras un intenso dolor de cabeza le recordaba que aún estaba bajo los efectos del alcohol, pero ahora mezclado con un revoltijo de recuerdos a los que no encontraba razón de ser.

"¿Pero qué diablos fue eso?" Se preguntó a si mismo con un último atisbo de conciencia antes de que la somnolencia le hiciera caer en el estado más profundo de sueño.

[...]

Busca algo con desesperación, algo que no sabe lo que es, pero que es demasiado preciado como para desaparecer entre las ardorosas llamas y el abrasador calor de un incendio.

Siente el miedo recorrer sus venas hasta convertirse en pánico y su corazón tamborilea contra su pecho de forma casi sobrehumana mientras empieza a lanzar lastimeros sollozos hacía el vacío.

—¡Aziraphale, Aziraphale! —grita casi al compás de crujir de las llamas y el papel que revolotea casi con burlona parsimonia entre la catástrofe. —¡Aziraphale! —vuelve a vociferar, negándose a dejar morir su desgastada esperanza.

Finalmente se desploma de rodillas en el suelo cuando cae en cuenta de que lo que más quería se lo ha llevado el fuego. Siente su voz quebrarse por el nudo que se ha formado en su garganta, y aunque no lo admite, hay amargas lágrimas recorriendo sus mejillas.

—¡Alguien ha matado a mi mejor amigo! —hipa con su voluntad quebrada en mil pedazos, sabiendo que en esa desgarradora frase hay una verdad oculta, Aziraphale no era su amigo, él era su... Todo.

—¡Bastardos, bastardos todos ustedes! —grita a la nada, pero maldiciendo todo. Más sollozos escapan de si garganta con lúgubre sufrimiento.

Lo perdió todo, ha ardido hasta los cimientos.

—¡Aziraphale!

Aquella última dolorosa súplica lo despierta de esa agobiante pesadilla que sonaba a recuerdo lejano.

Trata de calmar su entrecortada respiración mientras se aferraba a sus sábanas en un intento de mantenerse anclado a la realidad.

Pasa una mano por su rostro y se da cuenta que está empapado de sudor, como si en realidad hubiera estado en un incendio, aunque sabe que aquello no es más que el producto de sus alteraciones.

Cuando por fin siente la suficiente fuerza como para mover las piernas, sale de su cama y se mueve casi como un autómata hacia su sala de estar. Vislumbra por la ventana de su balcón, que aquella tarde había sido testigo aquel encuentro tan inusual con su vecino, al rubio desconocido, quien se encuentra leyendo, ajeno a cualquier otro movimiento que no sea el pasar de las hojas de su libro.

—Aziraphale —susurra y aquel nombre se siente tan dulce y familiar entre sus labios, como si estuviera destinado a decir aquella palabra desde el momento en que nació. —Al parecer eres todo un enigma —murmura fascinado, como quien encuentra un misterio que merece la pena resolver, por más lioso que parezca.

Y maravillosa sea la suerte, Crowley jamás le ha dicho que no a un reto.

[...]

Pasó toda la mañana viendo a la nada, pensando en la manera de llegar a conocer más al enigmático ojiazul de quién tan solo conocía su nombre.

In Omnia Paratus {¿HIATUS?}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora