Capítulo I: Viva la vida

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ENERO DE 2030

Aquel triste y hermoso lamento, entonado por voces angelicales, parecía ascender hasta el mismísimo seno de Dios.

Oh, Señor.

─Ahora tu hijo irá a reunirse contigo.

Oh, Señor.

Lo peor había sucedido. Su amado hijo, Ernesto, había salido un día a trabajar, y no había regresado. La madre miraba hacia algún punto impreciso del rosetón, pero era incapaz de ver nada. Aún no podía asimilar la situación, y prefería pensar que, dado que el frío ataúd que descansaba a escasos metros de ella no contenía el cadáver de Ernesto, sino unos pedruscos, entonces era posible que él aún siguiera vivo. Había escuchado al comisario Perro Rabioso asegurando que la hipótesis consistía en que su hijo había sido secuestrado por terroristas y encerrado en la cámara frigorífica de una fábrica abandonada, donde los agentes habían encontrado restos de líquenes mutados. Según dicha hipótesis, los supuestos terroristas habrían conservado una cepa de liquen mutado, y la habrían utilizado para acabar con la vida de Ernesto, pero ella se había resistido a creer aquello y había entrado en una crisis nerviosa. El padre no había podido pegar ojo desde entonces, sin comprender por qué los terroristas no le habían secuestrado a él, por qué motivo no habían terminado con su vida en vez de con la de su hijo, un joven tan bueno, tan trabajador y educado, con toda la vida por delante...

Oh, Señor.

─Decimos adiós a una gran persona, pero Ernesto siempre estará con nosotros, vivirá en nuestros corazones...

Solemne y apesadumbrada, la anciana Suma Cátedra oficiaba la misa, lo que contrastaba con la informalidad con la que celebraba las ceremonias unitarias en la plaza del rectorado. Por su parte, Perro Rabioso se encontraba situado en la primera fila, junto al padre y la madre y el resto de familiares de Ernesto. Movía la pierna y daba golpecitos contra el suelo, taconeando. Era consciente de que su carrera en el cuerpo había llegado a su fin, y sólo quería que el funeral terminara pronto, para volver a su casa.

─ ...y en nuestros recuerdos.

Al otro lado del comisario, mucho más bajito y pequeño, estaba el rector de la Universidad Meretriz, quien no se encontraba afligido por la terrible pérdida, sino debido a que algunos de los patrocinadores habían retirado su apoyo financiero a la Institución. Los abuelos lloraban desconsolados y algunos de los primos de Ernesto no podían sino alegrarse de que ellos siguieran vivos, aunque estos pensamientos les avergonzaban. El féretro sólo era visible para la anciana Suma Cátedra y para ellos, los asistentes de la primera fila, pues había tantas coronas de flores por los alrededores, en las escalinatas y junto al ataúd, que incluso tapaban una parte del púlpito. Había aros verdes moteados de corazones rojos y mariposas violetas y azules. Bajo las cristaleras, que mostraban escenas bíblicas, los cirios soltaban volutas de humo azul.

Se escuchaba el llanto desgarrador de la madre, aquella mujer que había cuidado a su hijo con cariño y tesón, que se había preocupado porque no creciera demasiado pronto, por vigilar y tratar su epilepsia y darle una buena vida.

─Dónde estás, hijo, dónde estás ─decía, entre lloros, la madre.

Una vez que terminó la misa, algunos familiares se quedaron intercambiando algunas palabras alentadoras con la Suma Cátedra. Tratando de resultar cuidadosa, ella les pidió que, por favor, aguardaran un tiempo antes de salir de la iglesia. El monaguillo la había informado de que había periodistas esperando a la salida. De pronto, con un movimiento brusco, casi un espasmo, la madre se alejó espantada de la Suma Cátedra y de su marido. Éste fue tras ella y le puso la mano en el hombro, pensando en unas palabras de ánimo que dedicarle, pero lo cierto es que se quedó en blanco. Nada le vino a la mente, tan sólo sintió la frialdad, la delgadez del hombro de su esposa. Ella se puso a apartar las coronas de flores. Él dudó entre dejar que ella siguiera abandonándose a su dolor, o detenerla. Al fin se decidió por lo segundo; fue hasta ella y se quedó unos instantes esperando, hasta que su esposa levantó la vista de una corona de corazones rojos y él extendió los brazos y esperó a que ella le abrazara.

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⏰ Last updated: Mar 21, 2020 ⏰

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La trampa de TánatosWhere stories live. Discover now