TL | Dos viejos amigos se reúnen después de años enteros sin verse, lo que los lleva a un recorrido por la adolescencia compartida y todo aquello que jamás pudieron cumplir.
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NOW READING: 01. El mensaje ⇄ㅤ<<ㅤ❙❙ㅤ>>ㅤ↻
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Los flashes comenzaban a cegarla. Las luces se disparaban cada vez que el «clic» de la cámara sonaba para intentar emparejar la luz de las fotografías. A pesar del tiempo, sus ojos no se acostumbraban, y pequeñas figuras danzaban en su campo de visión, pero tras parpadear varias veces, volvía a la normalidad.
Gabrielle Aline Davis se encontraba en una importante sesión de fotos. Su cuerpo se movía preciso y elegante cada pocos segundos, buscando nuevas poses para el fotógrafo. Casi no se quedaba quieta; cada flash la incentivaba a buscar otra pose, a resaltar aspectos de su cuerpo, y brindar de ella todo una arista de poses. Porque eso era lo que hacía, lo que conocía de toda su vida: era su trabajo.
Esa sesión era acompañade de una de sus amistades más cercanas. Christine Moore era una modelo tan conocida y aclamada como ella. No tenían muchas semejanzas a simple vista: Christine era unos centímetros más alta que ella, el tono de su cabello era un poco más claro, y sus rasgos eran mucho más afinados que el de ella. Sin embargo, se había ganado cierto cáracter de «complicada» en el ambiente. A muchos no le importaba mientras Moore realizara su trabajo.
A Gabrielle tampoco le importaba; Christine tenía un pequeño corazón escondido que solo se lo mostraba a aquellos más cercanos. Podía ser un poco directa, y tener un humor algo negro, sin embargo, eso no opacaba sus años de amistad. La modelo la apreciaba tal y como era.
—¡Ahora miren aquí! —El fotógrafo elevó una mano, pronto la cerró y la abrió, intentando captar su atención. Gabrielle evitó rodar los ojos.
Sus fotos llenarían de la pagina diez a la veintidós de una reconocida revista de moda de Nueva York, que mostraba tendencias y siempre contrataba a las modelos que más impacto tuvieran. Gabrielle había trabajado con ellos en más de una oportunidad por su dedicación y reconocimiento; para Christine, era la primera vez.
Parte de ello se había debido al poder de las redes sociales. Un solo video de ambas juntas en una fiesta de cumpleaños de Naomi Campbell despertó la chispa de interés del público general. Gabrielle detestaba decir que se volvió viral por ello —sonaba tonto, teniendo en cuenta que era un video de veinte segundos donde conversaban y bailaban al ritmo de la música—, pero sí había tenido una amplia recepción. Por ello, cuando la llamaron para trabajar con Christine, entendió lo que ocurría.
—¡Cambio!
El caos inició con aquella palabra.
Repentinamente, estaba tras el vestidor. Las prendas iban y venían mientras armaban el nuevo look frente a sus ojos, y ella luchaba contrareloj acompañada de su secretaria para no perder tiempo. Un nuevo pantalón holgado de un fuerte verde y un top rojo que se sintió demasiado ajustado para ella. Luego, de regreso a la silla para el nuevo maquillaje.
Era todo un proceso extenso y algo agotador. Era difícil intentar mantenerse centrada cuando las manos y los cuerpos a su alrededor se movían incluso más veloces que ella. Lograba mantener el ritmo de forma acorde, pero algunas veces podía sentirse un poco perdida. Por esa razón, su secretaria siempre estaba presente en eventos, sesiones y hasta en algunas fiestas, sólo para no perder absolutamente nada de lo que su ajetreada vida le brindaba.
De regreso bajo los reflectores, Gabrielle acomodó su cabello y se acomodó junto a su mejor amiga. El repentino movimiento logró tambalearla, pero solo un instante le tomó recobrar la firmeza de sus pies. Y al siguiente, los flashes empezaron otra vez.
—¡Ahora de perfil! ¡Hacia la izquierda!
Siguiendo las indicaciones, la castaña dejó caer un brazo sobre el hombro de su amiga, inclinando su cuerpo y girando su rostro a la par. Las fotografías prosoguieron durante lo que parecieron varios minutos más.
—¡Eso es todo! ¡Estuvieron hermosas!
Los aplausos empezaron a sonar; el personal que se encargaba de la sesión se reunió en una pequeña ronda para celebrar el trabajo de las modelos. Gabrielle sólo atinó a asentir con una sonrisa.
El camerino compartido era amplio, y tenía un suave olor a lavanda. Gabrielle eligió al llegar el lado derecho, donde su bolso y cartera reposaban. Del otro lado, Gabrielle había desparamado sus pertenencias. Con un suspiro, la mujer se dejó caer sobre su asiento frente al espejo, y soltó sus extremidades a sus costados.
Tenía un pequeño dolor de cabeza que amenazaba con convertirse en una migraña, y aún podía sentir el calor de los reflectores sobre su piel. Se sentía lo suficientemente agotada como para dormir justo allí sobre la silla.
—Permiso —Sophia, su asistente, dio dos suaves golpes en la puerta para anunciar su presencia—. Gabrielle, recibiste dos llamados y siete mensajes en la última hora, ¿quieres verlos ahora?
Sophia era una muchacha joven con una amable sonrisa y una capacidad de resolución que solía sorprender a la modelo. Esa era una de las razones por la que la contrató, además de que aquellos años que la separaban, le permitía a la más joven poder brindarle todos los datos de lo que ocurría en el increíble mundo dentro el internet, y del que la modelo algunas veces se sentía atrasada.
—Claro, pasa —hizo una pequeña seña para invitarla a pasar. A pesar de que Sophia tenía sus cosas en el camerino, la muchacha parecía dispuesta a respetar ese espacio... o quizá, a intentar evitar dar con su compañera—. ¿Quieres algo de comer? Quedan muchas cosas por aquí.
La mesa negra se extendía en una de las paredes con todo tipo de aperitivos dulces, salados, y hasta bebidas libres de azúcar de diversos colores. Ninguna de las modelos había llegado a probar un solo bocado.
—Estoy bien, gracias —habló tendiendo el celular hacia ella—. Bueno, quizá un poco de fruta.
—Adelante —Gabrielle señaló hacia el lugar.
En respuesta, Christine bufó.
—Espero que no sea costumbre... —soltó mirando a su amiga de forma acusatoria.
—Ni siquiera has querido comer, ¿por qué ella no podría agarrar algo?
—Son cosas que preparan para nosotras —la mujer rodó los ojos a través del espejo.
—Lo siento... Esperararé afuera.
—No, Sophie. Come lo que quieras, es todo tuyo —insistió la mujer, levantándose de su silla para pararse a su lado, como si así pudiera evitar la mirada molesta de Christine—. Incluso te acompañaré si es que quieres algo de fruta.
—Gracias, pero igual esperaré afuera, señorita Davis.
Su voz casi sonó perdida, incluso cuando el resto de la habitación se mantenía en silencio. Christine rodó los ojos una vez más, entre la molestia y el cansancio, y regresó a desmaquillarse frente al espejo. Gabrielle, aprovechando su cercanía a la mesa llena de alimento, se sirvió un poco de fruta cortada en una de las elegantes copas de cristal. Sin hacer demasiado ruido, salió de allí dejando a las mujeres solas.
Una vez que regresó frente a su espejo, la castaña procedió a realizar el mismo proceso que su amiga. Una toalla húmeda con un producto especial y comenzó a eliminar todo rastro de maquillaje en varias pasadas por sobre su piel. El maquillaje se esparcía caótico y su piel se llenaba de suaves colores, y ella volvía a pasar la toalla para eliminar hasta el último rastro.
Esos instantes se transformaban en momentos de introspección. Allí frrente al espejo era donde Gabrielle tenía su dosis de realidad y regreso a su vida normal: su trabajo podía ser extenuante y basante agotador, pero tenía los beneficios del dinero, el reconocimiento y más. Pero cuando los reflectores se apagaban y ella regresaba a su hogar, volvía a ser la Gabrielle que ella misma reconocía: solitaria pero segura, bailarina de música que las nuevas generaciones ya consideraban «viejas», una ávida lectora y fanática de las tardes de té en el balcón de su habitación. Tenía sus rutinas, sus gustos, sus anhelos, y todo eso era suyo. Mantenía una firme línea entre su vida personal, y la gran porción que el mundo de la moda comía de ella y masticaba hasta el cansancio.
Era mejor así, pensaba. Siempre tendría un lugar seguro al que recurrir mientras el que habitaba por la obligación de su trabajo fuera elegantemente vibrante hasta el punto de sacudir sus propios cimientos una y otra vez.
Gabrielle había entendido mucho tiempo atrás que la juventud no era para siempre y que el mundo en el que se encontraba odiaba envejecer. Con cierta nostalgia, recordaba su propia adolescencia llena de emoción y también recordaba esa esperanza infantil de que sería joven para siempre, o mejor aún, que siempre sería de la misma forma. Era allí, frente al espejo perfectamente iluminado y con la mitad del maquillaje retirado que podía entenderlo con aún más claridad. Ya no era la misma, tanto física como mentalmente y nunca pudo ponerle un freno al tiempo.
Ya no era la muchacha que causaba problemas en clase, que se escapaba de su casa en las noches y que bebía cerveza en la puerta de la Iglesia de Boston para sentirse más punk. Se encontraba desaparecida desde hacia mucho tiempo, y tampoco podía verla detrás de esos ojos nostálgicos que tardaba. Tenía la sensación de haberla dejado en el camino, como si simplemente se hubiera olvidado de una parte suya al salir de casa, pero esa parte no estaba allí, ni tampoco en Nueva York.
—¿Terminarás pronto? Ya quiero irme a casa —Christine se quejó mientras se dejaba caer en uno de los sillones blancos que decoraban la habitación—. Sólo quiero una buena ducha, algo de Sex and The City y tal vez algo de vino... ¿Vienes?
—No, yo necesito dormir —comentó aún trabajando en su rostro frente al espejo—. Hey, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Dispara.
—¿Alguna vez has querido regresar a tu hogar cuando eras niña?
Christine era originaria de Louisiana, Nueva Orleans, donde vivió hasta cerca de los quince años, cuando se mudó con toda su familia por el trabajo de su padre. Nueva York la acogió fácilmente —o tal vez, fue al revés—, y sólo un año después tuvo su primer trabajo para una revista de adolescentes. La modelo jamás fue demasiado estrecha con su familia, y tampoco hablaba demasiado de ellos. Gabrielle solo conocía aquellos detalles que se le escapaban en algunas oportunidades, o lo poco que mencionaba en entrevistas. Sabía que sus padres le envíaban mensajes y algunos regalos en fechas festivas, pero desconocía por completo si Christine respondía.
—Por supuesto que no —chasqueó la lengua con desgano, mirando a su compañera como si no pudiera creer su consulta— ¿Quién querría volver allí con todo lo que tenemos aquí? No trabajé tantos años para tener mi fama para regresar a ese lugar aburrido y vacío.
La castaña sopesó la idea. Sonaba extremista desde los labios de su mejor amiga: dejar todo atrás por un instante de recuerdos. De esa forma, Gabrielle pensaba que tampoco estaba dispuesta a hacerlo. ¿Realmente era capaz de dejar parte de su nueva vida detrás para volver a algo de lo que ella misma huyó en su momento?
—No lo sé; quizá no habría que dejar nada atrás, ¿no lo crees? Sólo saber cómo está todo por allí ahora, qué cosas cambiaron, qué sigue igual... —la mirada agotada de Christine cayó en ella una vez más, y ella decidió negar con la cabeza—. Es una idea tonta, lo sé.
—Mirar atrás es una pérdida de tiempo, tiempo que tú y yo no tenemos en nuestra vida —criticó su amiga, balanceando las piernas sobre el sillón—. Yo no volvería allí, ni a visitar, ni para un acto de caridad. Si en algún momento llego a regresar es porque mi carrera se arruinó y no tengo otra alternativa. Mientras tanto, seguiré bebiendo vino desde mi departamento en el piso veintidós en Nueva York.
—¿No lo harías sólo por placer?
—¡Por supuesto que no! Por algo dejé Louisiana y no volví en todos estos años, ¿y sabes qué...? —La pregunta fue interrumpida por unos suaves golpes en la puerta del camerino. Gabrielle suspiró suavemente sintiendo que había escapado de una sesión de quejas de parte de su acompañante—. Salvada por la campana —murmuró Christine para luego rodar los ojos.
Tras la puerta se encontraba un enorme arreglo de flores que ocultaba al muchacho que lo cargaba. Sólo veía sus piernas y una parte de su torso detrás de las rosas rojas. Estaban arregladas formando un cículo casi perfecto, con un aroma que alcanzaba a la modelo desde su lugar. El muchacho intentó mover hacia un costado el gran arreglo floral, pero apenas pudo distingir una cabellera rojiza y unos pequeños ojos verdes.
—Tengo un ramo de flores para Gabrielle Davis... —miró a Christine quién sólo se dedicó a señalar a su amiga—. Esto es para usted.
—Pasa, por favor —hizo una seña hacia el joven muchacho y señaló la mesa circular en el centro de la habitación. Su asistente hizo un ademán para levantarse, pero Gabrielle le hizo una seña para que se quedara tranquila.
Con sumo cuidado, el muchacho acomodó las flores en la mesa y las observó para cersiorarse de que todo estuviera en orden antes de retirarse. Se paró sobre la puerta y abrió los labios, pero no dijo nada. Era joven y algo pequeño, Gabrielle notaba que jugaba con sus manos para intentar ocultar el temblor en sus extremidades. Tras unos pocos segundos.
Sobre la puerta saludó solo con un asentimiento de cabeza, un poco nervioso entre las modelos. Era joven y algo pequeño, Gabrielle notaba que jugaba con sus manos para intentar ocultar el temblor en sus extremidades. Unos segundos después, asintió a modo de despedida.
Christina y Gabrielle compartieron una mirada. No era inusual que algunos fanáticos se pusieran nerviosos o las mirasen con cierta emoción. Sin embargo, siempre era un poco curioso.
En algunas oportunidades había recibido regalos de fanáticos que investigaban dónde se encontraba. Desde flores muy lindas a cartas obsenas, Gabrielle lo había visto todo. Algunas cosas de las que envíaban desde el sector masculino de sus seguidores podían ser lo suficientemente asqueroso para preferir olvidarlo. Pero en ese caso ya sabía de quién se trataba por el exceso de flores, las elegantes decoraciones doradas y la carta que reposaba en medio de todo el arreglo.
—¿De quién es? —Christine levantó una ceja en su dirección mientras la veía tomar la carta—. ¡Vamos! ¡Dilo, por el amor de Dios!
Gabrielle abrió el papel perfumado sintiendo su corazón acelerándose tras su pecho. A pesar de saber de quién se trataba, el mensaje escrito en tinta negra a mano era lo que la emocionaba leer. No contenía demasiadas palabras: recibía una felicitación por terminar su trabajo en aquella campañan, hablaba de una próxima cita en un restaurante caro de la ciudad y que esperaba ver a su «duraznito» pronto. Firmana al final de la nota: Jude Law.
Había conocido al actor un par de meses atrás durante una sesión fotográfica para una reconocida marca. Tenía una gran habilidad con las palabras y una sonrisa amable, lo que hizo fluir la situación mucho más natural dentro del set fotográfico como fuera del mismo. Aún se encontraban explorando un poco lo que existía entre ellos y los frutos que podría brindar, por lo que aún no tenían un nombre oficial y tampoco lo exponían al público. Sin embargo, Gabrielle sí quería algo más serio.
—Diablos, Gaby. Tú si tienes suerte —Christine chasqueó la lengua a su lado, leyendo algunas de las palabas de la carta—. Si yo fuera tú ya le habría pedido el anillo... o un hijo.
—¡Hey! Eso es demasiado.
—Oh, vamos. Dime que no lo has pensado —la mujer señaló su dedo anular con desesperación.
—Nos estamos tomando nuestro tiempo; ambos lo hablamos y nos pareció bien hacerlo de esta forma.
—Si, si, si —ironizó su acompañante, regresando al sillón.
—No queremos la atención de la prensa aún; tú sabes, están nuestras carreras de por medio, sus hijos...
—Aburrido.
—No es aburrido, solo es responsabilidad.
—¿Al menos sus hijos lo saben? —Consultó levantando la cabeza desde el sillón.
—Aún no.
—Entonces no es oficial y ustedes dos sólo estan perdiendo el tiempo, ¡aburrido!
Gabrielle negó con la cabeza; no estaba molesta, pero esperaba que Christine pudiera entender mejor la posición en la que se encontraba, o brindarle un poco más de apoyo. Pero era algo difícil de conseguir con ella en algunas oportunidades.
Gabrielle solía anteponer su carrera a todo lo demás. Por esa razón había tenido pocas relaciones en su vida, y en contadas ocasiones se presentó con un novio ante las cámaras. Pero últimamente la castaña pensaba que quizá era momento de tomar ciertos asuntos con una seriedad mayor. Sin embargo, Jude no se sentía de la misma manera con cinco hijos que cuidar de los medios. Por esa razón, Gabrielle decidía esperar.
—¿Y quieres perderte la oportunidad de casarte con Jude por querer regresar a tu hogar? Debes estar mal de la cabeza —Christina parecía sorprendida al punto del enojo con las palabras de su compañera.
—No dije que «regresaría» a mi hogar, sino que me gustaría hacer una visita —explicó guardando la tarjeta en su bolso negro.
—¿Y qué tiene de especial Boston?
—No lo sé... Crecí allí, sé cada calle, cada cafetería, cada bar —hizo una breve pausa, presionando sus labios entre sí con cierta indecisión—. Allí tenía buenos amigos, me divertía mucho con ellos, y cuando me fui de allí todo se convirtió en trabajo.
—A eso se lo llama crecer —aseguró la mujer señalándola—. Vamos, ¿acaso no te diviertes conmigo?
—¡Por supuesto que sí!
—Entonces tienes todo lo necesario para ser feliz aquí y no en Boston.
Christine era directa, fuerte y cruelmente honesta. Ella consideraba que esa razón la llevaba a mantenerla cerca: era una de las pocas personas en el mundo de la moda que decía su verdad. Sin embargo, la verdad acompañado de poca empatía podía fallar. Sabía que muchos la consideraban «gruñona», y que era alguien «díficil para trabajar». Christine había perdido algunos trabajos a lo largo de su carrera por su personalidad, así como también, muchos otros decidían no contactarla. No era un gran secreto porque hasta las revistas de rumores y secretos de los famosos comentaban al respecto.
Ella sabía bien que podía ser un verdadero dolor en el trasero. Aunque tenía su lado divertido y ameno en las sesiones de fotos y en las fiestas a las que asistían por trabajo, también tenía un lado más infantil y hasta incómodo. Gabrielle tenía una ética de trabajo impecable que le abrió las puertas desde muy joven; Christine aún tenía problemas para tomarse las situaciones con seriedad.
—¿Realmente no hay nada que extrañes? —Consultó volviendo a la conversación anterior, a la par que guardaba algunos de los elementos esparcidos por la mesa.
—No lo creo —arrugó la frente unos pocos segundos—. Desearía comer como cuando era niña, ¿sabes? —levantó una ceja—. Podía comer una hamburguesa entera con papas en el desayuno y era feliz durante todo el día —movía sus manos mientras explicaba—. Ahora llego a comer una hamburguesa para el desayuno y estaría en el hospital con dolor de estómago durante toda una semana.
—Tampoco sería tan malo —la mujer levantó su brazo delgado y golpeó sobre su tríceps, demostrando la delgadez de su brazo.
—Esto no se mantiene a base de hamburguesas tampoco, cariño —guiñó un ojo para dar por sentado aquello. Gabrielle soltó una pequeña risa, pero aún parecía un poco distanciada—. ¿Qué es lo que tú extrañas exactamente?
Gabrielle la observó unos instantes con cierta indecisión. Jamás había contado demasiado de su infancia a la castaña que la acompañaba; Christine nunca preguntó, y ella prefería dejar algunas cosas en el pasado. Sí sabía detalles como que su padre abandonó a la familia cuando era una bebé y que su abuela la cuidó desde muy pequeña, o que su madre era la que siempre apostaba por la belleza de su hija para sacarlas de Boston. Pero nunca le comentó sobre su mejor amigo de la infancia, aquel quién había crecido para convertirse en un reconocido actor del momento, incluso mucho más famoso que ella. Pero la verdad era que aunque a veces quería mencionarlo, jamás se sintió lista para explicar la ruptura de su amistad en un verano efímero y triste en el último año de secundaria.
Pero evitando hablar de él también dejaba partes esenciales de sí misma. Esas partes genuinas, felices y sensibles de ella misma que existieron alguna vez.
—Creo que solo extraño quien era yo allí —murmuró poco después, moviendo su cabeza suavemente de un lado a otro—. Era muy distinta a quien soy ahora. Creo que solamente me gustaría volver a eso unos pocos minutos, recordar quien era allí.
Christine chasqueó la lengua mientras se colocaba su bolso sobre su hombro.
—Si tuviste que cambiar para estar aquí... quizá esto jamás fue lo tuyo —comentó caminando hacia la puerta—. ¿Terminaste? Realmente me quiero ir de aquí.
La mujer permaneció en su lugar con una expresión sorprendida ante las palabras de su amiga. En parte podía tener razón —su honestidad dura y poco empática podía presentar bastante lógica—, después de todo era bastante consciente de que cambió mucho desde sus años de secundaria. Pero no lo consideraba como un error; tenía todos los síntomas de ser su propia maduración. Había dejado todas las cosas infantiles detrás para enfocarse en un futuro que ella veía brillante en ese entonces.
El arreglo floral no era pesado pero sí incómodo para cargar entre sus brazos. Debió abrazarlo para llevarlo hasta su propio coche. Allí se despidió finalmente de Christine con un abrazo y mencionando una fiesta que se aproximaba y a la que ambas estaban invitadas. Ya dentro de su coche, acompañada de su asistente que conducía para ella, encendió la radio. Las letras blancas de la pantalla se encendieron mostrando la radio y la canción que apenas estaba iniciando a través de los parlantes. "I Knew You" de Seeing Hands junto a la portada rosada que parecía demasiado brillante. Era una melodía suave pero un poco animada, ideal para un viaje en coche en medio de la noche de vuelta a casa. Pero mientras más avanzaba la letra, más se sentía identificada Gabrielle con cada parte.
"Te conocía hace mundos atrás, y esperaba que tú pretendas que te conocía", comenzó a sonar solo unos segundos después. Las voces calmas acompañados de la guitarra que le daba a la canción un toque especial sin duda llegaba a erizar la piel de la mujer. "Te conocía", continuaba una vez más.
Su pecho se hundía a la par que su corazón parecía acelerarse. No estaba segura de si era cierta emoción o temor; estaba demasiado confundida aún.
Había recibido un mensaje de Chris Evans, su mejor amigo de la infancia, tras quince años sin contacto con él o con el resto de sus amigos de Boston. Parecía demasiado exacto, como si todos los planetas y las estrellas se hubieran alieneado para provocar ese mensaje para ella en un momento tan singular de su vida.
"Porque te conocía años antes y nunca le dijste a un amigo que te conocía". Gabrielle mordió su labio inferior con un poco de fuerza tras aquellas palabras. Minutos atrás entendió que jamás mencionó a Chris a nadie que perteneciera a su nueva vida. Y algo dentro suyo pensaba que él tampoco habló de ella con nadie más. Después de todo, toda su historia se encontraba en el pasado, ese lugar al que ella parecía temer tanto.
"Te conocía" repetía la canción mientras el ritmo finalizaba. Se encontraba en silencio en el coche, sentada en el lado del copiloto. No se animaba a mirar a su asistente porque sabía que podría llorar, por lo que se mantuvo firme en su lugar, mirando el camino hacia su hogar con añoraza.
El departamento estaba vacío y silencioso; las rosas de Jude se sentían como un fantasma de alguien que debería estar allí acompañandola pero estaba ausente por una razón desconocida. La soledad de su propio hogar la hacía sentir más triste.
Dejó sus cosas a un lado y se retiró los zapatos. Sus pisadas desaparecieron mientras se movía hacia el baño descalza. Pronto sólo se podía oir el ruido del agua impactando en el suelo y una suave voz que intentaba recrear la canción que escuchó en el coche. Lo hacía de forma casi inconsciente mientras su mente escarbava en el pasado sin control alguno, pero en esta oportunidad la castaña dejaba que ocurriera. Tras tanto años algunas cosas eran demasiado difusas como para tener una imagen clara. Sin embargo, las sensaciones parecían intactas dentro de su pecho.
Se dejó caer sobre su cama mientras secaba su cabello con una toalla blanca. Allí fue cuando finalmente prendió su celular y revisó a través de la aplicación de mensajes. El de Chris estaba justo allí aún, pero no había enviado nada más aparte de lo que ella leyó a la mañana. Aún así, sabía que el actor podía ver el pequeño mensaje gris de «leído» que la aplicación delataba. Tenía miedo de que estuviera enojado, o que se hubiera arrepentido de haberse puesto en contacto, pero no tenía forma de saberlo. Volvió a leer cada palabra escrita para ella y mordió su labio inferior con cierta fuerza.
Quería responderle; estaba segura de ello pero no sobre qué debía decir. Eran muchísimos años los que los distanciaron, que inició con una pelea y luego completo silencio. Eso los había llevado a caminos distintos —y claramente muy separaados—. Aparentemente ninguno quiso contactar al otro antes, pero era imposible no estar al tanto de la carrera del otro cuando los rostros aparecían en pósters, tráilers y películas. Chris había hecho un nombre por sí mismo y tenía reconocimiento internacional, algo bastante difícil de ignorar. Pero no sabía si había sido lo mismo para el actor.
¿Qué había llevado a Chris a enviarle un mensaje después de tanto tiempo? Aún parecía una mentira dentro de su mente, como si sólo fuera un espejismo de lo que su cerebro anhelaba durante los últimos días. Y estaba comenzando a creer que así era.
Durante los últimos días —quizás meses, quizás años—, Gabrielle no pudo evitar dejarse llevar por la nostalgia. Ahondaba en su pasado y en su vida en Boston antes de su fama, y así también , recordaba el grupo de amigos que formó. Sonya, Roger y Chris representaron una gran parte de su vida, con historias compartidas, risas, llantos y todo tipo de experiencias; repentinamente, todos se distanciaron. Pero Gabrielle entendía bien su participación en esa incomunicación; ella tampoco había hehco un esfuerzo real por ponerse en contacto.
En cuanto a Sonya y Roger sabía mucho menos que de Evans. Tras la pelea entre ambos, mantuvieron contacto un par de meses más, pero todo cambió cuando Gabrielle abandonó Bostos y se centró en su trabajo. Hasta donde sabía, ambos seguían en la ciudad en donde crecieron y seguían siendo amigos. Creía haber escuchado que Sony se hacía cargo del restaurante familiar y que Roger estudió alguna carrera sobre economía y finanzas.
No era la primera vez que pensaba en su hogar, pero si la primera vez que el sentimiento de nostalgia se apegaba a ella y la hacia sentirse extraña. Varios colegas lo habían notado pero ella había rechazado hablar con todos ellos. Solo con Christine se había animado a abrir un poco su corazón, pero tratar con ella solía ser bastante difícil de igual forma.
¿Qué habría sido de ella de haber decidido quedarse en Boston? ¿Hubiera permanecido allí durante mucho más tiempo, o la vida la hubiera llevado de una u otra forma a Nueva York? ¿Habría mantenido sus amistades? Mejor aún: ¿qué habría sido de su vida si no se hubiera peleado con Chris durante el último año de secundaria?
Ella consideraba aquel día como el punto de inicio de su nueva vida, y aunque casi ni recordara aquella pelea si recordaba las palabras hirientes de quien había sido su mejor amigo. Tras años pensando en ello, la modelo entendía que ambos tuvieron la culpa de dejar la relación de amistad de ambos a un lado, pero eran jóvenes e ingenuos, testarudos como emocionales. Dejaron que un pequeño error cambiara sus vidas drásticamente y no existía ninguna forma de arreglar lo dañado. Y era en su adultez cuando entendía que quizá podría haber sido distinto.
Fue un día de verano, uno de los primeros luego de terminar la secundaria. La temperatura parecía quemar suavemente la pien y mantenía a los jóvenes en las plazas, en las casas con piletas o tomando alcohol helado en las sombras de la calle. Había música en los puntos de encuentro entre los jóvenes, bebidas, patinetas y cuerpos sudados por las altas temperaturas. El grupo de amigos estaba próximo a reunirse con las clases ya terminadas y las elecciones de universidades para el futuro para salir de Boston, todos estaban deseosos por hablar con el resto. Sonya no tuvo tanta suerte, por lo que dijo que se las iba a apañar en la cafetería de su familia hasta volver a intentar en las universidades el siguiente año. Roger no fue seleccionado donde quería asistir, pero su segunda opción era muy buena. Chris había intentado en búsqueda de carreras de salud, pero no parecía demasiado convencido con sus opciones. Gabrielle ni siquiera lo había intentado, sabiendo que primero quería salir de allí. Y por esa razón, Gabrielle vio la oportunidad de salir de esa cuidad acompañada de su mejor amigo. Pero ella interpretó mal las razones por las cuáles Chris quería abandonar Boston.
Estaba segura de que él no había querido ser malo con ella durante esa tarde, pero todas las palabras que salieron de sus labios no fueron exactamente bellas y armoniosas para la mujer. Ella tampoco había sido amable con él, dejando salir un montón de palabras igual de hirientes. Y lo peor de ello es que recordaba bastante bien todo lo que se habían dicho, lo que volvía todo mucho más tedioso. También, sabía bastante bien —lo había pensado durante largos años— que si Sonya o Roger hubieran llegado a tiempo, las cosas hubieran sido completamente distintas.
Durante gran parte de su adolescencia había sido la "irresponsable", la "rebelde", y aquello surgió fuertemente como argumento de su mejor amigo. Probablemente tenía razón, en ese entonces Gaby era un completo desastre para ella y para otros —o al menos, así lo creía con su perspectiva madura—, pero jamás había imaginado que esa fuera la razón principal por la que terminaría separándose de sus amigos, aquellos que la habían apoyado en absolutamente todo, aquellos quienes estuvieron para ella cuando las cosas se pusieron mal tras la muerte de su abuela
Sonya y Roger habían sido el daño colateral de su pelea con Chris. Tomando toda esa ira que llenó su corazón, Gabrielle se fue de Boston sin mirar atrás, imponiendo distancia de la ciudad y todos sus habitantes. De un día para otro había empacado sus cosas y junto a su madre se mudó a Nueva York para dar inicio a su carrera, para convertirse en otra persona. La anterior muchacha punk y libre desapareció cuando comenzó a conseguir sus priemros trabajos dentro del ámbito, que la llevaron a donde estaba en aquel momento.
Intentó dormir, pero los pensamientos que rondaban su mente no le permitían quedarse quieta y mucho menos encontrar paz suficiente para conciliar el sueño. Su pasado se repetía para ella en su mente como una larga película, recordándole momentos en los que ella había sido feliz de verdad, en donde no había necesitado nada más que amistades para poder sentirse como en su hogar.
Sin poder resistir recostada mucho más, se levantó de la cama de dos plazas y se movió de forma directa hacia el enorme armario de pared donde tenía todas sus prendas elegantemente ordenadas y perfumadas. Abrió las puertas de par en par para ver dónde se encontraban sus cosas. Bajo la ropa que colgaban en perchas, cajas trasparentes contenían papeles importantes que no debía perder, y también, algunos de sus más preciados recuerdos.
Rebuscó entre las cajas dispuesta a encontrar aquello que sabía que había guardado años atrás. De algún modo creyó que sería lo único que calmaría su desesperación durante esa noche, pero no lo sabía con seguridad. Por esa razón, movía los papeles, las fotos e incluso algunas facturas del anterior departamento que no entendía porque las seguía guardando.
Se detuvo una vez que la vislumbró, pero no fue capaz de agarrarla en un principio. Observó los rostros cubiertos por una capa de color amarilla a causa del tiempo guardada —u olvidada—. Los reconocía demasiado bien y despertaban en ella un sentimiento cálido y agradable. No pudo evitar sonreír ampliamente al notar lo felices que eran siendo tan jóvenes, lo despreocupados y libres que se veían.
Finalmente tomó la fotografía entre sus manos y la levantó en el aire para observarla mejor bajo la luz de la lámpara de mesa. Los rostros casi infantiles de los presentes brillaban a la luz del sol de un verano en Boston, sonreían hacia la cámara con los ojos cerrados a causa de la enorme cantidad de luz solar que llegaba a ellos. Chris había saltado en el momento justo y su cuerpo parecía elevarse por encima del de ellos, mientras que Robert justo se encorvaba a causa de una carcajada inmortalizada. Sonya tenía el cabello corto suelto y los dientes chuecos aún, pero en la imagen apenas se notaba, y sin duda, estaba alegre junto a sus amigos.
Aquellos sin duda habían sido de sus años más felices de su vida. Tenía tantas anécdotas e historias interesantes con ellos que jamás se las había contado a nadie. Tenía tantos buenos recuerdos que nunca más había querido volver a recordar, e incluso, tenía un cariño inmenso por cada uno de ellos en su corazón a pesar del tiempo. Gabrielle entendía perfectamente que los extrañaba. Y por primera vez no pensó en su carrera primero, sino que dejó a su corazón decidir.
Sin poder quitar su sonrisa, se movió hacia su mesa de luz y colocó la imagen contra la lámpara con cuidado, para que pudiera mantenerse en pie al estar apoyada contra ésta. Con un suave temblor tomó el celular entre sus manos y lo encendió para buscar la conversación. Entró al chat que permanecía vacío de su parte y comenzó a escribir aún un poco indecisa. El primer mensaje lo borró, el segundo también. Tenía muchas cosas para decir, pero sin duda, un limitado espacio se había abierto para ella. Volvió a escribir otro mensaje y cambió algunas pocas palabras antes de enviarlo sin importar nada más. No pudo evitar soltar un pequeño grito de emoción al ver que el mensaje le había llegado, sabiendo que finalmente se contactaría con Chris tras largos y extensos quince años.
Era tarde en la noche, y se sentía cansada, pero su mente estaba completamente despierta. Mientras los minutos pasaban y ella caminaba dando vueltas por la habitación pintada en un azul opaco, entendía que probablemente estuviera durmiendo, porque no quería pensar que ahora él se había molestado por no responder. Mordió la uña de su dedo índice mientras esperaba impaciente, pero como el tiempo seguía pasando, decidió recostarse con el celular a su lado.
Gabrielle se durmió esperando la respuesta de su mejor amigo de la infancia. Y en sus sueños, bellos momentos junto a sus amigos se repetían, imposibles de detenerse. Ella volvía a ser una niña libre y molesta, y regresaba a Boston en búsqueda de aquellas aventuras que no había podido tener en cuanto abandonó a todos detrás.
Mensajes
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Gabrielle Davis
¡Hola Chris! Lo siento por no responder antes, ha sido un día muy largo.
Por supuesto que me acuerdo de ti ¿Cómo no lo haría?
Yo también me he sentido nostálgica últimamente Probablemente sea algo... ¿en el aire?
Sería genial que hablemos, ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que nos vimos.
Enviado.
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