Capítulo 15. Mi vecino es mitad cabra

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Solo recuerdo que el aire no entraba a mis pulmones, no me había dado cuenta de que era claustrofóbica hasta ese momento

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Solo recuerdo que el aire no entraba a mis pulmones, no me había dado cuenta de que era claustrofóbica hasta ese momento. La presión ocasionó que las paredes se cerraran a mi alrededor y que el espacio se encogiera. Salí corriendo por el pasillo y llegué al balcón, sintiendo el aire frío contra mis mejillas. 

Y me calmé un poco. 

Ahí arriba las ventiscas eran más persistentes que en la costa. Podía contemplar el océano, la playa, la isla a lo lejos, el morro con el castillo abandonado, y un paisaje que se extendía al infinito. Pero no me podía concentrar en eso. Mis ideas se golpeaban las unas con las otras, en una confusión que atolondraba mi mente.

¡Cierto! No sabes aún porqué hay un castillo abandonado en mi pueblo, olvidé explicarlo.

En caso de que seas una Criatura Gereliana ajena a la historia de Latinoamérica o un humano con muy poca cultura general, te daré un rápido resumen:

Cuando los españoles conquistaron a los indígenas, les implantaron sus costumbres y tradiciones, entre ellos andar en caballo y creer en Dios, larga historia; lo importante es que los señores de poder tenían sus hogares grandes y ostentosos, muy similares a castillos. Y un caballero de estos construyó su casa en la cima de un morro en nuestro pueblo, decorado y esplendoroso, similar a un palacio pequeño; en el cuál vivieron casi cinco generaciones. Tras la independencia del Perú, los españoles dejaron nuestro país y el castillo quedó como propiedad del pueblo. Primero fue una atracción turística, pero era muy difícil subir hasta la punta; luego la convirtieron en monumento, pero los borrachos se escondían ahí para tomar. Finalmente lo clausuraron y nadie lo volvió a retocar, la pintura se desprendió, las piedras perdieron su fuerza y quedó como un abandonado y triste castillo. Pese a todo, era de las pocas atracciones turísticas que teníamos, junto con el obelisco en la entrada del pueblo. Y nadie lo quería demoler.

Listo, acabó el momento cultural.

Volvamos con mi culpa por el secuestro de Hally.

Hally no era muy cercana a mí, pero con todo y su locura le había agarrado cierto cariño. Era mi única familia. La única persona mayor en mi vida. Ahora estaba en alguna parte, quizás herida, quizás moribunda, quizás ya muerta. Y era mi culpa. Esa era la opresión que me atormentaba, luego estaba toda la carga paranormal encima.

¿Cuántas cosas de las que me dijo eran reales? O por lo menos, ¿cuántas cosas me ocultó?

Unos pasos detrás de mí me llamaron la atención. Me volví hacia el sonido y me encontré con mi amiga pelirroja aproximándose. Me saludó agitando una mano. Se paró en el umbral de la puerta a la terraza y se apoyó en este.

—¿Qué haces aquí?

—Te acompaño —respondió, con suma tranquilidad—. ¿Cómo estás?

—No lo sé... —suspiré—, yo... sólo quería aire. Es todo.

Cremilia caminó hacia mí, me colocó la mano en el hombro y me sonrió. Sus ojos reflejaban compasión, reflejaban lo mucho que me conocía y que le preocupaba.

La Guarda del Balance (Memorias Gerelianas Vol.1) | EN PROCESOWhere stories live. Discover now