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Recuerdo aquel día fatal como el bien más preciado que jamás albergué en mi pequeño ser; pequeño, por no contener otra ambición que la miserable del amor y la de ser amada. Sin embargo, decir que mi ser era pequeño no sería del todo correcto, pues pese a tener ese mezquino propósito como único principio de mi vida, esta última había estado llena de pasiones, todas ellas igualmente miserables e intrascendentes, insignificantes. Era yo un ser monstruoso en cuanto a mi condición humana y todos aquellos aspectos que no estuviesen relacionados con mi sola ambición, los relegaba, al principio con excusas y remordimientos por parte de mi conciencia, pero con el paso del tiempo, este sentimiento de culpa se convirtió en indiferencia, y más tarde, en claro desprecio.

Crecí con todos los lujos que una persona podría imaginar y se puede decir que tuve una infancia feliz. Recibí una educación en nada menospreciable y los continuos viajes que realizaba con mis padres me permitieron obtener un punto de vista mucho más amplio que la mayoría de las personas de mi edad. Nadie habría nunca pensado, siquiera dudado un solo instante, que mi destino iba a ser el de una persona, mejor dicho, un desgraciado y ruin ser, hundido en lo más profundo de los vicios y revolcándose hasta el fin de sus días en el fango de las pasiones más despreciables que la mente del ser humano había podido concebir. Y sin embargo, ironía del destino, así fue, sin que nadie pudiese advertir ni advertirme de ello.

Lo había tenido todo, y más incluso de cuanto pudiera desear y esto hacía de mí alguien, si es que todavía puedo considerarme como tal, todavía más abominable si cabe

e indigno del más ínfimo gesto de compasión, no fuera más que una mirada. Y sin embargo, sin embargo y sin saber cómo, me encontré siendo una bestia inhumana parásito de la sociedad.



Ojos en la oscuridadWhere stories live. Discover now