01 | Hiel en sus labios 🔞

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Salir con el anciano era algo raro. La gente los miraba mal por la calle y más de una vez se habían acercado a Hidan para preguntarle si estaba bien con esto o Kakuzu lo estaba forzando. Cada día tenía que enfrentarse a la misma mierda. ¿Cómo iba a forzarle Kakuzu? La simple idea le parecía ridícula. Ese era el motivo de que casi siempre estuviese molesto con el mundo: las preguntas, las indagaciones de gente que no tenía nada que hacer con su vida privada. ¿Tanto les costaba callarse de una maldita vez?

Era él quien había estado persiguiendo al morenazo por los pasillos del instituto, reclamándole atención. No había llegado al extremo de estudiar para sus exámenes —ni siquiera el cuerpo trabajado de su profesor valía tanta dedicación—, pero sí se había quedado un rato más en clase cada vez que sonaba el timbre.

Buscaba cualquier motivo para hablarle. Recordó sonriendo el día en que le había pedido que volviera a dar la clase, sólo para él; la mirada de su ahora pareja había sido para pintarla en un cuadro. Aún podía visualizarlo: ceño fruncido, los labios apretados, tratando de adivinar qué cojones pretendía. No era ningún secreto que Hidan se saltaba la mitad de clases y suspendía cada examen, que lo habían expulsado ya en cuatro ocasiones por provocar peleas en el instituto sin más motivo que el de estarse aburriendo.

El albino le habría respondido gustosamente por qué le pedía esto —uh, moría por hacerlo—, pero Kakuzu no se había molestado en preguntar. Ese día desapareció por la puerta sin decir más palabra y dejó a Hidan decepcionado, fantaseando sobre cómo se verían sus pectorales marcados bajo una camiseta de deporte cubierta de sudor.

Lo mejor es que ahora sabía perfectamente cómo se veían. También sabía cómo era el cuerpo de Kakuzu sin ropa, mojado; sabía cómo era cuando tenían sexo y cuando se duchaban juntos. La verdad es que estaba viviendo en un pequeño paraíso. Volver a casa en el coche del mayor y empezar a besarle por el camino; escuchar sus quejas cuando el albino se comportaba como un crío; dormir envuelto en su fuerte abrazo. Hidan estaba muy feliz.

O lo estaría, si no existiera esa molestia constante que le había estado impidiendo dormir bien desde hacía unas semanas.

Hizo un mohín y se revolvió en la cama, recordando la última vez que habían tenido sexo en esta misma habitación. No en la cama, por supuesto; Kakuzu era un hombre rudo y le gustaba tomarlo contra la pared o en la mesa del despacho, para darle más morbo a la situación. No se quejaba. Nunca había sido una persona sensiblera, prefería el sexo duro antes que el condenado hacer el amor.

Pero esta vez se estaba sintiendo realmente mal. El día antes había aceptado su insatisfacción con la vida que llevaban, y desde entonces no se lo quitaba de la cabeza; que quería algo más, que no le bastaba con la polla de Kakuzu para sentirse bien.

Ah, el maldito le gustaba tanto que a veces se descubría dolido porque no le había preguntado por su día o no lo había besado antes de meterla. Pero ese fue el trato. Nada de mierdas románticas, había dicho Kuzu cuando se mudó a vivir con él después de golpear a su vieja con la fregona apestosa de casa. Sólo sexo, placer y hablar cuando fuese necesario, pero no iba a empezar una relación sentimental con un mocoso irritante como él.

—Como si yo quisiera algo tan patético —había replicado Hidan burlón esa vez. Oh, idiota. Ahora sufría un castigo divino por su condenada superbia.

Estaba molesto consigo mismo. No comprendía en qué momento los brazos musculosos del ateo habían dejado de ser un estorbo del que se quejaba por las noches para convertirse en el calor que lo ayudaba a cerrar los ojos y calmar su nerviosismo.

Ya eran las nueve y Kakuzu aún no llegaba de esa reunión importante que tenía con su familia todos los meses. Sabía que la mayor parte de sus ingresos venían de la empresa y que era normal que se alargase, pero le había prometido que hoy tendría tiempo para él. Gruñó en voz baja, cubriéndose la cabeza con la almohada de su novio. Se sentía olvidado y esto sólo lo enojaba más.

Bocabajo en la cama, su entrepierna rozaba con las mantas arrugadas que habían apartado de un manotazo aquella mañana antes de tener sexo —los jadeos guturales de Kuzu eran la forma más eficaz de quitarle el sueño— y salir rápidamente en dirección a la universidad. Suspiró pesado al recordar la forma en que el moreno lo había arrancado de la cama como si no valiera nada. ¿Por qué tenía que excitarle tanto que lo maltratara? Sería mucho más sencillo salir con una chica linda de la universidad que le permitiera metérsela cuando le viniera en gana y que después desapareciese con sus amigas estúpidas.

Se metió una mano bajo el pantalón holgado que llevaba y se tocó, sin llegar a masturbarse. Pensar en Kakuzu lo había puesto algo duro. No le apetecía aguantar la erección hasta que a su jodido novio se le ocurriera volver, así que apoyó la espalda en el cojín y se bajó los pantalones.

Acababa de cerrar los ojos para sentir mejor el placer cuando escuchó el ruido de las llaves girando en la cerradura de la puerta principal. Kakuzu volvía a casa, al fin. Una sonrisa se extendió por sus labios mientras tomaba su miembro con una mano, aumentando la excitación para cuando el moreno llegase al dormitorio.

No le costó nada estremecerse de placer con Kuzu tan cerca. Los recuerdos de esta mañana se mezclaban con lo que imaginaba que le haría ahora. Sabía que lo empotraría contra la pared. Iba a morder su cuello hasta dejarle sangre, hasta que gritara; siempre era así, era lo que los dos disfrutaban. ¿Gruñiría su nombre antes de correrse? Sólo había pasado una vez, pero ese había sido el mejor orgasmo de todos. ¿Cómo reaccionaría si le pidiera que pronunciase su nombre en cada jadeo? Se burlaría de él. Lo llamaría niñato estúpido. Oh, joder. Aún no se la había metido y ya estaba por venirse.

Se detuvo, respirando entrecortadamente. Quizás sería mejor terminar lo que había empezado. A Kakuzu le molestaría que se corriera enseguida, y aguantar después de masturbarse como lo había hecho sería doloroso.

Por eso esperó a que abriera la puerta en lugar de seguir pajeándose. El dolor, esa punta de sufrimiento era el mayor estímulo para perder los sentidos de placer cuando Kuzu le permitiera correrse en su juego de dominancia y abuso.

Los pasos de Kakuzu se acercaban por el pasillo. Jadeó de expectación, levantándose a tomar el pote de lubricante de la mesilla de noche y dejando que cayera una gran cantidad sobre su mano.

Oh, dios. Quería empezar ya. Llevaba demasiadas horas esperando por su regreso, Kuzu, joder, Kakuzu, nada lo satisfacía como él. Se había acostumbrado a ser sometido cada vez. Le gustaba que alguien fuera capaz de someterlo.

Se puso a cuatro patas sobre la cama y empezó a dilatar la pálida entrada que al moreno le gustaba tanto profanar. Se abría a la penetración de sus dedos. Estaba tan excitado que ni siquiera se sintió como una intrusión.

El primer gemido salió de sus labios en el momento en que Kakuzu abría la puerta. Levantó la mirada para sonreírle, sonrojado, hecho un desastre.

—K-Kuzu, me he preparado para ti —gimoteó. La fría mirada de su novio no hacía más que calentarlo, la erección estaba dolorosamente presente entre sus piernas temblorosas y llevó una mano hasta sus testículos para masajearlos de esa forma descarada que sabía que ponía al moreno.

—Estás hecho un asco. —La voz de Kakuzu expresaba el desprecio más absoluto. El albino tembló, excitándose más a cada segundo que pasaba bajo su duro escrutinio—. Córrete de una jodida vez. Mañana me levanto temprano, necesito dormir.

Se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo de la silla del rincón. Se quitó los zapatos de oficina, unas mierdas grises de tercera edad, y se deshizo de camisa y pantalones.

Hidan no procesó lo que le estaba diciendo hasta que se metió bajo las mantas y cerró los ojos, con el ceño fruncido.

—Espera. —Se incorporó un poco, quitando la mano húmeda de lubricante de su interior. Aún estaba tembloroso y excitado. De ninguna forma podría quitarse la calentura con una simple paja después de haber imaginado el condenado paraíso de la polla de Kakuzu—. ¿Qué coño estás diciendo?

—Cállate —gruñó el moreno—. No me apetece. Si vas a hacer mucho ruido, vete al baño o a donde sea, pero cállate.

La rabia le llenó los pulmones y se lanzó sobre Kakuzu para golpearlo, pero al mayor le bastó con una mano para quitárselo de encima. Pronto la vista se le volvió borrosa por las lágrimas. Era impotente contra su Kuzu. Odiaba con todo su ser a la persona de quien se había enamorado, y pensaba vengarse.

Lograría que se arrepintiera.

Amar sin corazón [Naruto: Kakuzu × Hidan]Where stories live. Discover now