"Aquello era genial, oír el canto y soñar"

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" A los que hemos amado"

_El mate amargo es ese amigo tan sincero el que nunca abandona comentaba mi abuela mientras retiraba del fuego la pava cuya panza ya se ennegrecía por las brasas. Bajo el manto inmaculado de azahares que ofrecían los naranjos agregó, mirando hacia la profundidad del monte que yacía tras la tranquera del rancho

_ Siempre presta atención al silbido, basta con ver hacia donde corre el viento cuando andes por el monte mejor estar con todas las luces ,él tiene su idioma y es mejor entenderlo, también me decía

_ Cuando era solo un guri, decía la gente grande que sí, agarras un pañuelo y con él te ocultas la marca de bautismo que todos llevamos en la frente se puede ver al dueño de esa melodía, la cual se mezclaba con el canto de las aves o a menudo podía ser confundido con el extravagante canto del Crespín, extraño pájaro del monte, que a su vez tenia también una particular leyenda que entre palabras más o palabras menos decía:

El Crespín era un muchacho muy bueno pero, muy solitario que vivía en su rancho en medio del monte, rara vez entraba en contacto con otras gentes, y por demás tenía fama de solitario. En cierto momento el muchacho encontró el amor, una paisana tan o más solitaria. Un día la muchacha salió temprano en busca de leña sin volver nunca más. El muchacho que ya de por si era raro y solitario empeoro en su conducta. Pasaba las tardes afilando sus machetes, o tocando el acordeón, sin embargo siempre, se escuchaba un silbido que venía de su casa. Dicen los chismosos, que silbaba melodías inexistentes esperando que le respondiese la única persona que lo había querido y comprendido.

Así en la más completa soledad, el muchacho también partió muchos años después, y dicen los lugareños que el silbido aún se escucha durante algunas siestas. Sigue esperando que ella le responda, Tupa el dios de los guaraníes lo convirtió en un ave, para que así pudiese con su vuelo y canto encontrarla otra vez, Al ave jamás nadie lo ha visto. Dicen que su canto es por demás dulce aunque melancólico, y que es augurio de buen tiempo para quien lo escuche. Cuando canta el crespín la gente del campo se siente segura.

Se veía en la obligación de contarme esa historia a razón de que algún día hiciese lo mismo con mis hijos y nietos. Como antes había hecho con mi papa Braulio. No contaba con que no era yo alguien que se dejaba asustar por una de esas historias para niños tontos, con tal de que no escapen a la siesta, aunque no llegaba a los 13 años.

Era común escuchar a los perros gemir entre los tacuarales, lo que cuento aconteció, una de esas siestas que un perro huesudo que yo tenía del que ya no recuerdo el nombre, volvió medio tambaleando y paso varios días como tristón siempre, supe que tenía una sensibilidad especial

Una siesta de enero de esas que ponen a dormir a los adultos como anestesia divina, decidimos emprender la marcha con la firme intención de encontrarnos cara a cara con uno de los duendes del monte, y en lo posible capturarlo, así le demostraríamos a los adultos que todo eso era pura habladuría.

Enfilamos hacia los tacuarales donde se rumoreaba que solía estar.

Armados, con algo de caña y un montón de cigarros convenientemente armados por Tomás quien había observado a su abuelo y así aprendido el oficio. Partimos entonces el, yo, y Benito junto con su prima que si no venía de seguro nos mandaba al frente con los padres, de todas maneras era mejor ser multitud ya que no sabíamos con que podíamos encontrarnos uno nunca termina de conocer a las alimañas del monte.

Había visto como los hombres enloquecían de dolor si eran picados por alguna yarará, acaso algún tigre porque todavía sobrevivía alguno que otro a la caza furtiva y al desmonte.

Empezaba a anochecer en algún lugar entre la arboleda, la lluvia y el frío de repente comenzaron a azotarnos, al abrigo de un fuego improvisado mitad para darnos calor mitad para espantar mosquitos, caímos en la seguridad de que el duende y su leyenda eran puras patrañas.

Decidí ajustarme el pañuelo en la frente, y adentrarme aún más en el monte, nunca sabré porque decidí hacerlo solo, sin dejar de ver hacia atrás a mis amigos aun dormidos extenuados por el calor sofocante, recuerdo vagamente sus caras, quizás soñarían volver con cuantiosas aventuras que contar. Sin embargo el destino tenía otro designio. Tomas soñaba una vida en la ciudad, Benito estaba hecho a imagen y semejanza del campo. Yacían acomodados junto al tronco de un inga. Anduve varias horas y me había adentrado en lo más profundo del monte cuando ya el cansancio me vencía y sin saber exactamente donde me encontraba, di la orden al perro de que era momento de detenernos. Me apresure a caer en los brazos cálidos del sueño campestre de la siesta, cuando el extraño silbido comenzó a interactuar con mis oídos, inconscientemente recordé las palabras de Anselmo que mientras ensillaba el mate aquella tarde me dijo

_Cuando lo escuches silbando alegremente a lado tuyo seguí, es una buena manera de saber que lo mejor es alejarse de ahí, pero si lo llegas a escuchar de una manera como lejana y algo quejosa ya casi imperceptible, el mensaje ya no es el mismo, lo mejor sería alejarse. Sin darme cuenta pero a la vez completamente consciente de mis actos comencé a caminar, empecé a notar que a mis pasos los guiaba una cautivante melodía, afinada y perfecta la cual se mezclaba con voces imperceptibles, escuchaba a los padres de Tomas preguntarse, donde estaba su hijo. Cuando casi llegaba a la última barranca después de cuyo precipicio, solo hay tierra pantanosa en la que nadie se aventura, es que me di cuenta de que me hallaba librado a mi suerte, a los dioses que yo había ocultado con el pañuelo en mi frente. Mis músculos, nada me era propio, escuchaba un horrible canto susurrándome al oído, y quise detenerme pero fue imposible. Iba hacia una muerte segura, de repente el canto como chillido atroz, cesó y a lo lejos oí, las voces de mis amigos chapotear en los esteros pantanosos. Sentí un alivio como si el alma me volviese al cuerpo sentí, el abrazo de mi mama. Tuve la sensación de estar en mi casa, el aroma de las tardes polvorientas, de la resina de los eucaliptos que teníamos al fondo. La siesta lo cubría todo bajo un manto celeste, un sol rajando la tierra sin contemplación alguna de nuestras espaldas, al contraste de las aguas blancas del estero, tan blancas que dejaban ver el barro y las algas que cubren su lecho.

Al llegar al lugar de donde provenían las voces vi a al último de los cuatro casi completamente sumergido en una pequeña lagrima de agua cristalina, cubierto por esteros de agua traslucida, tanto como un trozo de vidrio, en el que podía observar a la perfección cada cabello suyo ondulando hacia el fondo, podía ver una mueca de miedo, que dejaba lugar al rigor mortis.

Aunque carece de profundidad es lo suficiente para ahogar a una persona de estatura media, lo que vi a su alrededor me congeló, la sangre para siempre.

Danzando sobre las aguas puras del arroyo y sin dejar de observar hacia el fondo del estero, llamado carambola vi al duende riendo a carcajadas, y emulando a la perfección las voces de toda nuestra gente, la gente que habíamos amado y que quizás no volveríamos a ver. Luego su voz se volvió áspera y quejosa que parecía escupir saliva y peste a cada grito, rugió:

¿Porque cantas triste crespín,

Porque cantas igual a mí ?

¿Acaso buscas alejarlos?

Patinaba y danzaba sobre el suave manto de estero, como si no pesase más de un miligramo.

Recuerdo su sombrero desproporcionadamente grande en comparación a su cuerpo y la oscuridad de un rostro vacío. Tan cierto como Anselmo diciendo tene, cuidado el duende puede imitar sonidos de animales y hasta voces de personas. Sin darme cuenta y enloquecido, por el sonido y las voces que escuchaba como estruendo en mis oídos, comencé a adentrarme también a la profundidad del estero, consciente de que era mi final y nada podía hacer para evitarlo como, si una música perversa de avisos y reclamos, de los padres de mis amigos, me empujase por la espalda hacia la muerte segura y no podía hacer nada para detener el tiempo.

El duende seguía Danzando y riendo a carcajadas como disfrutando nuestro infortunado destino. Lo último que recuerdo es a un ave de mirada altiva y vacía cantando sobre una rama a unos brazos de distancia, de mí, recuerdo su canto hermoso y salvador, acallando para siempre la voz burlona del duende que se alejaba, tras un halo de agua cristalina maldiciendo en lenguas que no existen. Volví muchas veces al mismo arroyo, nunca volví a cruzarme con el crespín, me salvo y eso fue todo, desde entonces nunca volví a ocultar la marca de mi nacimiento.

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⏰ Last updated: Apr 07, 2020 ⏰

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" A los que hemos amado"Where stories live. Discover now