Séptima Parte - (Alec's POV)

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De repente, el sonido de alguien aclarándose la garganta lo sacó de sus pensamientos. No fue hasta ese momento que reparó en la figura que se recortaba a la luz del pasillo, en el umbral de la puerta entreabierta.

Joder, no. Fue lo primero que acudió a su mente. Lo siguiente que supo, fue que estaba arrojando las cobijas al suelo y tropezando hacia el pasillo. Corrió detrás del brujo y lo sujetó por la manga.

-No te vayas. –susurró. Más que un pedido, era un ruego. No le había visto desde el día de la ruptura, y que Magnus estuviera allí, en el Instituto, buscándole a media mañana, significaba un rayo de esperanza para él.

Magnus le miró con ojos cansados. Tenía marcadas ojeras negras y Alec no pudo evitar notar que olía como si no se hubiera duchado por varios días. El cabello negro, sin sus particulares brillos y purpurinas, le caía en mechones desordenados sobre la frente. Vestía normal. Demasiado normal para ser Magnus. Alec había aprendido a acostumbrarse a sus exóticas y coloridas prendas, y verlo con un simple pantalón gris de chándal y una camiseta negra era casi shockeante. Le devolvió una mirada que rezaba en silencio una clara súplica.

-Quédate –volvió a susurrar. Magnus negó con la cabeza y esbozó una triste sonrisa.

-Sabes, para ser alguien tan inexperto en las relaciones, te conseguiste bastante rápido un nuevo novio –exclamó con un sarcasmo atenuado, señalando con la barbilla hacia la puerta de su habitación.

-No sé de qué estás hablando. –replicó  Alec, a la defensiva.

 -Hablo de Jace Lightwood, ¿lo recuerdas? Rubio, como de esta estatura, sarcástico e increíblemente arrogante. Creo que se conocen. O al menos estaban conociéndose muy bien cuando llegué. –contestó el brujo con sorna.

-Jace no es mi novio –protestó Alec, apretando los dientes. –Es mi parabatai.

Magnus soltó una carcajada seca, desprovista de toda gracia. –Así es, tu parabatai. Del que estuviste enamorado desde que tenías diez años. El mismo, déjame señalar, que acabo de ver semidesnudo compartiendo cama contigo mientras lo abrazabas y acariciabas su pecho, Alexander. He vivido lo suficiente para aprender a interpretar a las personas, se interpretar sus gestos, sus miradas. Y la forma en que mirabas a Jace hace unos minutos no es la forma en cómo miras a alguien que es sólo tu parabatai.

Alec no alcanzaba a procesar lo que Magnus estaba diciéndole. ¿Cómo podía contradecir al brujo cuando hacia tan solo cinco minutos estaba planteándose sus sentimientos hacia Jace? No encontraba las palabras para hacerlo, y se enfureció consigo mismo por no tener la facilidad de réplica que Jace tenía para todo; y descargó esa furia en lo que dijo a continuación.

-¿Qué te importa a ti de todos modos? ¿Qué derecho tienes a venir a meterte en mi vida? Tú me dejaste, ¿lo recuerdas? A ku cinta kamu –repitió las palabras de Magnus con voz burlona –Fue tú decisión.

-¡¿Mi decisión?! –el brujo casi gritaba, y sus ojos se estaban transformando, volviéndose más amarillos, más felinos; su marca de brujo resaltándose a medida que su enojo crecía. –Te olvidas que fuiste tú quien ofreció entregar mi inmortalidad a mis espaldas.

-¡Y me he disculpado medio millón de veces desde entonces! Te he dejado montones de mensajes y te he enviado más textos de los que puedo contar. Y has ignorado todos y cada uno de ellos. ¡¿Qué es lo que estás haciendo aquí si estás tan empeñado en sacarme de tu vida?! –Alec apenas podía contener las lagrimas mientras arrojaba aquellas palabras a la cara de Magnus. –Con quien me acuesto y con quien no definitivamente no es asunto tuyo.

-Te has acostado con él entonces.

-No… eso no es… yo no dije eso…

-Para, Alexander. –La voz de Magnus era serena. Inquietantemente tranquila. Como la sensación de silencio y quietud que se siente justo antes de la tormenta. Ese estado de reposo, de sosiego, precisamente en el momento previo al primer soplo de viento, al primer estallido del trueno. –Vine aquí a aceptar tus disculpas y a ofrecerte las mías. Vine a pedirte que lo intentemos otra vez. Vine a proponerte que dejemos el tema de mi inmortalidad fuera de nuestra relación. –Magnus hizo una pausa y la mirada de Alec se inundó finalmente de lágrimas. Ese rayito de esperanza que había asomado cuando le vio parado fuera de su habitación estaba creciendo. Si, si, si. Gritaba su mente, y su corazón coreaba al compás. Lo siguiente que el brujo dijo le cayó como un balde de agua helada y arrancó su ilusión de raíz. –Vine aquí a arreglar las cosas contigo. Pero es evidente que no vamos a hacerlo. No después de esto. Luego de tantos años viviendo, amando y sufriendo, aprendes una cosa: a no entregar tu corazón completamente a nadie. Sería un idiota aquel que después de haber pasado por tantos amoríos se entregara completamente aun a sabiendas de que va a sufrir. Déjame decirte algo: estuve a punto de ser ese idiota contigo. Cuando te besé por primera vez, pensé este es, este encaja, después de todos los tropiezos y la búsqueda, aquí está. –sacudió la cabeza mientras Alec sentía que cada trozo de su corazón se partía en mil pedazos, y cada uno de esos en un millón de pequeñas piezas más que volvían a romperse una y otra vez –No pude haber estado más equivocado, Alec. –dejó de hablar y su mirada se clavó en dirección a la habitación de Alec. El nefilim volteó a ver y se encontró con Jace apoyado en el marco de la puerta, observándolos con curiosidad mientras con una mano intentaba acomodarse el cabello alborotado. Tragó saliva y volvió su mirada hacia Magnus. –Anda, vuelve con él, Alexander. Hay cierta fragilidad en la fuerza de los Herondale que los hace atractivos, ¿cierto? Puedo entender por qué te gusta. Estoy seguro de que encontraran la manera de estar juntos. –miró nuevamente a Jace, luego a Alec, y luego dio media vuelta y se alejó. La mente de Alec volvió días atrás, al recuerdo de una escena similar: Magnus alejándose de él, dejándolo atrás, caminando fuera del resplandor de la luz mágica como si estuviera herido. Sólo que esta vez no caminaba como alguien herido. Caminaba erguido, como alguien que ha estado en muchas batallas, que ha sufrido tantas heridas que se ha vuelto inmune al dolor.

Fic JalecWhere stories live. Discover now