Capítulo 5: casualidad

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Ese día me levanté pronto, no podía dormir. El cambio horario me estaba empezando a dar problemas. Me vestí con unos pantalones cortos de deporte y una camiseta básica. Salí a dar un paseo por el barrio, di varias vueltas por las casas de los vecinos para conocer más o menos la zona, y saber ubicarme cuando tuviera que ir a ayudar con los preparativos. Hice varías fotos con el móvil y se las mandé a Sophie. En Londres eran las nueve de la noche, así que aún estaba despierta. La echaba de menos. A ella y a Lisa y Kendall. A todas mis compañeras de ballet, en general. Ellas eran mis únicas amigas, las únicas con las que me relacionaba. Sin darme cuenta, había llegado a la playa. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta. Mi móvil vibró con su respuesta y me senté en un banco para leerla.

Sophie:
Allí todo es precioso, qué tal los chicos?

Ese mensaje llevaba incluido al final un emoji con una carita pícara. Negué con la cabeza repetidas veces, mi amiga era una gran admiradora de los chicos, y una fanática del amor.

Yo:
Te recuerdo que solo llevo aquí un día.
Pero de momento me gustan.

Ese último mensaje fue un poco repentino. No pensaba mandarlo, pero entonces me acordé del chico de la playa. Era definitivamente muy guapo, así que... ¿por qué no decírselo a Sophie y que se muriera de la envidia?

Sophie:
Me encantaría estar allí contigo y verles también.

Este mensaje traía una carita triste. Pero no quería que la conversación tomara ese rumbo, si había algo que odiaba era que la que gente a la que quería estuviera triste por mi culpa.

Yo:
Intentaré conseguir buenas fotos, les verás no te preocupes.

Le mandé varios corazones y bloquée el móvil. Me puse en pie y me acerqué a una valla de madera que separaba la playa de la calle. Había alguien haciendo surf, y quería observarlo mejor. Apoyé los codos en la madera y sujeté mi cabeza con las manos. El paisaje era precioso. Las olas rompían con fuerza, el sol estaba terminando de salir, dándole el cielo un aspecto anaranjado. Había una suave brisa muy agradable y los pájaros paseaban por la arena de la playa, aprovechando que aún no había nadie.

El chico surfeaba las olas sin ninguna dificultad, debía tener años de práctica a sus espaldas. Aunque bueno, ¿aquí los niños no nacen con una tabla de surf bajo el brazo? Se movía con mucha agilidad y cogía sólo las olas que consideraba buenas. Al cabo de un rato de estar sobre la cresta de las olas, se sentó en la tabla supongo que a descansar. Y entonces, como si supiera que yo estaba allí, se giró y me miró fijamente. Era el chico de la pelota.

Enseguida me vi la vuelta y volví sobre mis pasos, alejándome de allí. ¿Qué hacía tan pronto despierto? ¿Me habrá reconocido? Había unos cuantos metros entre ambos. Cuando volví a casa eran casi las ocho de la mañana. Mi abuela ya estaba despierta preparando el desayuno.

—¡Buenos días! No sabía que habías salido.

Mordió su tostada y se sentó en un taburete. Todavía llevaba su pijama y unos rulos en la cabeza. Verla de esa manera me hizo gracia.

—Sí, me levanté pronto y fui a dar una vuelta. La playa es preciosa estando vacía. Aunque, bueno... ahora que te veo tú estás aún más guapa —admití, burlándome de sus rulos.

—Por graciosa ahora te haces tú el desayuno.

Me sonrió y después le dio un sorbo al café. Tomé nota de sus palabras y me tosté pan para desayunar yo. Seguimos hablando en el proceso, y consiguió hacer que me olvidara de Londres con sus bromas.

Our Last Sunset [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora