Capítulo 1

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Una y mil noches de amor

La lealtad que sentía hacía su familia y la seguridad de que su amor por Luciano nunca sería correspondido, obligaron a Maria a aceptar la propuesta de matrimonio del príncipe Esteban. No esperaba ser feliz, así que en vez de esforzarse por conseguir algo tan utópico, puso todo su empeño en tratar de adaptarse a su nueva situación.
Sin embargo, poco a poco, fue descubriendo que al príncipe sí le importaban sus sentimientos y que el autoritario Esteban podía ser un complejo y encantador compañero. ¿Alguna vez la amaría a ella como había amado a Berah, su primera mujer?


Capítulo 1

La garganta de Maria se cerró cuando vio que el auto cruzaba las rejas de su casa. El Príncipe Esteban ibn Saud al Azarin llegaba. Se alejó de la ventana.
-¿Por qué te paras allí? -preguntó su hermana de quince años-. No podrás verlo.
-Creo que puedo esperar -replicó Maria, tensa y temblorosa. Maggie estaba acompañada de Joan, de doce años, y de Elaine, de cuatro, quien no sabía de qué se trataba tanto alboroto. Las tres trataron de ver lo que ocurría desde la ventana. Maria inhaló hondo y con lentitud. Lo que emocionaba tanto a sus hermanas era un purgatorio para ella. ¿Era eso real?, se preguntó, tensa. Vivía en Inglaterra, en los noventas, la era de la liberación femenina. ¿Cómo podía estar comprometida por convenio con un desconocido? Sin embargo, lo estaba.
-El auto se detiene... tiene una banderita en el cofre. Deben ser los colores de la familia real de Dharein -comentó Maggie-. El chofer está saliendo... abre la puerta trasera... puedo ver la pierna de un pantalón...
-Por el amor del cielo, calla -suplicó Maria con un sollozo. Maggie la vio hundirse en una silla y ocultar el rostro con las manos.
-No usa tocado -se quejó Joan.
-Cállate -ordenó Maggie-. Maria se siente mal.
-No puedes enfermarte ahora -Joan miró a su hermana mayor con horror-. Papá se pondrá furioso y mamá ya está en órbita como están las cosas.
-¡Maria! -exclamó Maggie-. ¡Esteban es guapísimo! No bromeo.
-El príncipe Esteban -corrigió Joan-. No puedes tener tanta confianza.
-Por favor, va a ser nuestro cuñado -protestó Maggie, sin pensar. Maria saltó. La cabeza le dolía. La mañana fue muy lenta. Nadie habló durante la comida. Maria no comió y su padre tampoco. Este no pudo soportar la mirada acusatoria de su hija y por fin se refugió en la biblioteca.
-De veras está guapo -Maggie tomó a su hermana del hombro.
-Entonces, ¿por qué no puede comprarse una esposa en casa?
-Maria siguió llorando y se cubrió el rostro con el pañuelo.
-¡Váyanse! -Maggie miró con enojo a Joan y Elaine-. Y no se atrevan a decirle a mamá que Maria está llorando.
-¿De qué tanto llora? -loan frunció el ceño-. Va a ser una princesa. Yo no lloraría, estaría feliz.
-Es una lástima que no hayas sido la mayor, ¿verdad? -Maggie abrió la puerta. La cerró con violencia. Avergonzada por su desahogo, Maria apartó los rizos rubios de la cara y se limpió los ojos.
-No puedo creer que esto esté pasando -confió-. Pensé que no se presentaría.
-Papá dijo que sí lo haría puesto que es una cuestión de honor
-Maggie parecía distante-. ¿No te es extraño recordar cómo nos reíamos cuando papá contaba una y otra vez la historia de la ocasión en que salvó la vida del rey Reija al detener una bala? Creo que la oímos miles de veces -exageró-. Y yo solía reír diciendo cosas horribles acerca de que serías la esposa número dos... ¡era una broma de familia!
Bueno, pues ya no era una broma, concedió Maria con tristeza. Treinta años atrás, Ernest Fernandéz era un joven diplomático que trabajaba en una embajada en los estados del Golfo. En los años que pasó en Medio Oriente, pasaba sus vacaciones explorando los países vecinos. En uno de esos viajes, se aventuró por la tierra de Dharein, en el sur de Arabia, en donde todavía había muchas tribus guerreras poco civilizadas. Su padre enfermó y pidió ayuda a un campamento nómada regido por el príncipe Achmed, hermano del soberano de Dharein, el rey Reija.
Temiendo por la condición del inglés, Achmed lo llevó al palacio en Jumani en donde recibió atención médica adecuada. Ernest recuperó la salud y antes de marcharse, fue invitado a participar en una partida de caza con la familia real.
En el desierto, alguien intentó asesinar a su real anfitrión. Los detalles de ese episodio eran vagos pues el padre de Maria tendía a adornar la historia, año con año. La versión más común era que, al ver brillar un rifle a la luz del sol, Ernest se lanzó, frente al rey y lo hizo caer al suelo, sufriendo una ligera herida en la cabeza. Lleno de gratitud, el rey Reija declaró en ese instante que su primer hijo se casaría con la primera hija de Ernest Fernandéz. En ese punto del relato, Ernest reía diciendo que ni siquiera estaba cansado, pero que era un gran honor, sobre todo porque era inglés y no árabe.
La historia sirvió para entretener a los invitados de la familia. Ernest no volvió a ver al Rey Reija. Se retiró del servicio diplomático tan pronto como su tío murió y le heredó una propiedad en Worcester. Sin embargo, doce años atrás, se divirtió cuando se enteró del casamiento dé Esteban con la hija del príncipe Achmed, Berah. Recibieron la noticia de un amigo diplomático. Desde entonces, la familia bromeaba con Maria, recordándole que el Corán permite a los practicantes del Islam cuatro esposas. Pero en realidad, nadie creyó que Maria se casaría con un príncipe árabe.
Sólo cuando Ernest tuvo problemas financieros, pensó volver a ver al rey Reija. Como este iría a Londres, Ernest hizo una cita con él, diciendo que le pediría un préstamo y que todo marcharía sobre ruedas.
Llegó a tiempo a la embajada de Dharein. Estaba muy optimista. Como hacía mucho tiempo que Ernest no hablaba árabe, el rey se comunicó con él gracias a un intérprete. Ernest enseñó con mucho orgullo las fotografías de sus cuatro hijas e hijo menor. Su anfitrión le informó que Esteban era viudo hacía cuatro años. Berah murió al caer de una escalera a la edad de veintiséis años.
-Claro que le ofrecí mi pésame... nunca se me ocurrió que el viejo cumpliera una promesa hecha treinta y cinco años antes. Pero no fue fácil mencionar el préstamo -confesó Ernest-. Casi desfallezco cuando me dijo que estaba muy avergonzado por no haber cumplido su palabra. No perdí tiempo en asegurarle que no estaba ofendido, pero seguía molesto, así que ya no hablé más del tema. Aun cuando me hizo preguntas sobre Maria, no supe lo que el rey tenía en mente.
Maria escuchó, pasmada al igual que su madre, mientras su padre llegaba al punto culminante del relato.
-Me dijo que lo que más quería, era ver a Esteban casado de nuevo Me estrechó la mano y el intérprete dijo "Es un trato" y yo dije "¿Cuál es el trato?" "Mi hijo se casará con su hija", contestó. ¡Que dé petrificado! -el padre se enjugó la frente sudorosa-. Empezó hablar del precio de la novia y las cosas salieron de mi control... aunque creo que nunca lo estuvieron, pues es un viejo ladino. Pero no veo qué pueda ganar él con esto. Creo que toma muy en serio su honor.
Maria volvió al presente y rió sin humor.
-¡Fui vendida! ¿Por qué pensé que la trata de blancas era cosa del pasado? Me sorprende que papá no haya pedido mi peso en oro
-Maria, no digas cosas horribles -reprochó Maggie.
Era algo horrible, se amargó Maria. ¿Por qué no pudo darle un préstamo el rey a su padre? ¿Por qué impuso condiciones? Pero sabía que su padre no estaba en posición de poder pagar un préstamo.
-Papá dijo que no estabas presionada y que sólo tú podías tomar la decisión. Lo sé porque escuché por la puerta de la biblioteca. No dijo que tenías que casarte con Esteban -añadió Maggie.

Una y mil noches de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora