Todito normal aquí.

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—¡Mierda, me raspa los dedos! —grité para hacerme oír sobre los gemidos de los zombies. Estaba usando un rallador de queso en la cara de uno, y las tiritas de carne se colaban por los agujeros, cayendo sobre mí. Al menos había conseguido algo de uno de los tributos muertos, porque todavía me quedaba un poco para conseguir alguno de los bolsos. Me daban bruta envidia los de Humor inteligente, esos perros hasta batidor manual tenían.

— Grrr —. Corrí cuando sentí algo tomándome la espalda.

—¡Atrás, fiambre, atrás! —Le pegué repetidas veces con el mango del rallador. Menos mal que era de los viejos.

—R... rata... mocos... aaaaaa.

Me paré en seco (no sin antes golpearlo de nuevo)... No podía ser, ¿o sí?

—¿Tío Guillermino? —sólo él me llamaba así en el pantano. Lo reconocí casi enseguida, de no ser por el gusano que le estaba comiendo las tres cuartas partes de la cara, lucía igualito.— ¡Pensé que te habías ido a la ciudad para ser cantante!

—Grr —. Blanqueó su ojo y movió la mano exageradamente, perdiéndola en el proceso. "Larga historia", le entendí.

—No me digas qué... —tomé la cabeza de otro no muerto y la estrellé contra una lápida sin mucha atención. Que no interrumpa— ¿El camión de correos? —Asintió repetidas veces. Sí, el único servicio de entrega postal en mi sitio, lo maneja un alcohólico ciego. Por suerte, siempre se queda dando vueltas en el límite entre nuestro distrito y el Capitolio, lo malo es que ya ha atropellado a cuatro modelos, un predicador y tres... cuatro cantantes. Seh, mejor quedarse en la casa. — Te dije que cruzaras corriendo —me palmeé la frente, ensuciándome accidentalmente con sesos ajenos.

—Grrr —. Se encogió de hombros y se los tuve que mover, porque se quedaron ahí.

—Tío, amaría quedarme a conversar, pero tengo que ir al mausoleo aquel —. Señalé.

—Grrr —.  Se dio vuelta lentamente y tomó algo del suelo. Luego me lo dio. ¡Era una de las mochilas!

—¡Gracias! ¿De dónde la sacaste?

Desvió la mirada como quien no quiere la cosa.

—Cena...

Ok, sin detalles.

—¡Muchas gracias, Tío! Si muero, prometo revivir aquí —. Saludé, al tiempo que fui a refugiarme a una tumba lejana.

Abrí el cierre rápidamente, y mis ojos se iluminaron con determinación: ¡Un martillo para milanesas!

—¡AGÁRRENSE TODOS, DESGRACIADOS! — Rugí. Y así, entre aullidos salvajes, dejé escapar mi pantanosa personalidad. Aplastando cráneos como los granos de mi hermana menor, terminé casi a la altura de los de Humor negro. Tal vez mi compañero no estaba, pero igualmente me aseguraría de sobrevivir, en su nombre.

—¡Esa mujer está loca! —comentó uno de ellos, ladeando la cabeza con pesadez y clavando una cuchara de madera en un torso— Qué agradable... aunque la mataré de todos modos... como a mi gato —. Se quedó mirando a la nada.

—¡NADIE TOCA A LOS GATOS! —Me impulsé desde una losa cual pantera en la selva.

Adiós, sesos de zombies.

Hola, sangre de tributos.

CONTINUARÁ... (O no XD).

Los Juegos del HumorWhere stories live. Discover now