LA MOSCA

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Siempre me han dado horror los timbres. Incluso durante el día, cuando trabajo en mi despacho, contesto al teléfono con cierto malestar. Pero por la noche, especialmente cuando me sorprende en pleno sueño, el timbre del teléfono desencadena en mí un verdadero pánico animal, que debo dominar antes de coordinar lo suficiente mis movimientos para encender la luz, levantarme e ir a descolgar el aparato. Y aún entonces, necesito hacer un verdadero esfuerzo para anunciar con voz tranquila: "Arthur Browning al habla". Con todo, no recupero mi estado normal hasta que reconozco la voz que se dirige a mí desde el otro extremo del hilo y no me siento absolutamente tranquilizado hasta que sé por fin de qué se trata.

En aquella ocasión, sin embargo, pregunté con mucha calma a mi cuñada cómo y por qué había matado a mi hermano, cuando me despertó a las dos de la mañana para anunciarme e atroz asesinato y para pedirme por favor que avisara a la policía.

-No puedo explicártelo por teléfono, Arthur. Llama al cuartelillo y ven después.

-¿No sería mejor que te viera antes?

-No. Es preferible prevenir a la policía sin perder un minuto. De no hacerlo así, van a imaginarse demasiadas cosas y a hacer demasiadas preguntas... Les va a costar bastante trabajo creer que lo he hecho yo sola. En realidad, convendría decirles que el cuerpo de Bob está en la fábrica. Tal vez quieran pasarse por allí antes de venir a buscarme.

-¿Dices que Bob está en la fábrica?

-Sí, debajo del martillo-pilón.

-¿Del martillo-pilón?

-Sí, pero no preguntes tanto. Ven, ven deprisa, antes de que mis nervios se nieguen a sostenerme. Tengo miedo, Arthur. ¡Compréndelo, tengo miedo!

Y, cuando colgó, también yo tenía miedo. Hasta aquel momento había escuchado y respondido como si se tratara de un simple asunto de negocios, y solo entonces empecé a comprender el verdadero significado de las palabras de mi cuñada.

Estupefacto, tiré el cigarrillo que había debido encender mientras hablaba con ella y marqué, dando diente con diente, el número de la policía.

¿Han intentado alguna vez explicar a un soñoliento sargento de guardia que acaban de recibir una llamada telefónica de su cuñada para anunciarles el asesinato de su hermano a golpes de martillo-pilón?

-Sí, señor, le comprendo muy bien. ¿Pero quién es usted? ¿Su nombre? ¿Su dirección?

En aquel momento, al otro lado del hilo, el inspector Twinker se hizo cargo del aparato y de la dirección de las operaciones. Él, por lo menos, pareció comprenderlo todo y me rogó que le esperara para que fuéramos juntos a casa de mi hermano.

Tuve el tiempo justo de ponerme un pantalón y un jersey, y de coger al pasar una vieja chaqueta y una gorra, antes de que un coche de la policía se detuviera frente a mi puerta.

-¿Tiene usted un vigilante nocturno en la fábrica, mister Browning? –preguntó al inspector mientras arrancaba-. ¿No le ha telefoneado?

-Sí... No. Efectivamente, es curioso. Aunque mi hermano ha podido pasar a la fábrica desde el laboratorio, donde generalmente se queda hasta muy tarde, a veces durante toda la noche.

-¿Entonces Sir Robert Browning no trabaja con usted?

-No. Mi hermano realiza investigadores por cuenta del Ministerio del Aire. Como necesitaba tranquilidad y un laboratorio cercano a un lugar donde pudiera encontrar en cualquier momento toda clase de piezas, pequeñas y grandes, se instaló hace algún tiempo en la primera casa que hizo construir nuestro abuelo, sobre la colina, cerca de la fábrica. Yo le cedí uno de los talleres antiguos, que ya no utilizamos, y mis obreros, trabajando bajo sus órdenes, lo transformaron en laboratorio.

LA MOSCA: Relatos Del AntimundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora