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Me costó meses y un corazón roto reconocer que me había enamorado de él; de su pelo rubio decolorado, sus ojos color nácar y su tan marcado acento cordobés. Podía asegurar que me gustaba cada gesto que hacía, cada expresión que soltaba o incluso sus estúpidas disputas con las mandarinas cada noche. Por eso, cuando me despedí de él me quedé vacía. Su frialdad se había clavado en mi pecho como puñales, y eso que lo peor aún estaba por llegar. Al principio, cuando vi por primera vez los vídeos de sus besos con Eva, quise creer que se trataba de un mal ángulo de la cámara. Pero mi auto engaño no duró mucho más.

– Anajú es como mi hermana mayor, nunca tendría nada con ella. – había aclarado ante miles de personas, después de haber afirmado que le había sido infiel a Aurora.

Me prometí a mi misma no entrometerme en su nueva relación, y mucho menos dejar entrever lo colgada que estaba de él. Seguía los consejos de mi hermana cuando interactuaba con él en twitter o instagram, y la verdad es que dejar de llorar me llevó semanas.

Ahora me sentía preparada. Creía estar lista para volver a esa academia dos meses después, plantarle cara a Hugo y Eva y llegar lo más lejos posible en ese concurso que tanto me había dado. Ahora viene el momento donde remarco la palabra "creía", porque todo eso se desmoronó en cuanto el coche aparcó frente a la academia más famosa de España. Como vivía en Barcelona fui la primera en llegar, y poco después llegó Sam con su tan radiante y característica sonrisa.

Apenas tuvimos tiempo de ponernos al día, pues los demás fueron llegando de uno en uno y todos queríamos saber lo máximo posible de cómo habían pasado el confinamiento nuestros compañeros.

Estaba en la cocina hablando con Mai cuando escuché su voz en el recibidor. Mis hombros se tensaron y pude notar que apreté la mandíbula inconscientemente. La chica del flequillo me miró con preocupación, ya que ella sabía por lo que había pasado durante las semanas anteriores.

– Estoy bien. – susurré dibujando una sonrisa en mi rostro.

Já, ni yo era capaz de creerme eso.

Miró de reojo a la cámara que nos grababa desde una esquina y apretó mi mano con disimulo.

– Vamos a saludar a Huguiti, que creo que acaba de llegar.

No soltó mi mano en lo que duró el recorrido de la cocina al recibidor. Deduje por su cara que quizá le estaba apretando demasiado, así que le solté. Dejé que ella saludara primero al cordobés y me quedé medio escondida detrás de Bruno y Sam, que conversaban de todo y nada al mismo tiempo y clavé los ojos en mis pies.

– ¿Estabas escondiéndote de mí? – su voz sonó calmada cuando se plantó a mi lado.

Abrí la boca lista para responder, pero no me salía nada. No sabía que decir.

– Claro que no. – miré a Mai suplicándole que me sacara de ahí, y al parecer lo captó al momento.

– Ay Juji, estoy súper cansada. ¿Me acompañas al baño y nos ponemos al día mientras me ducho? ¡Tengo que contarte un montón de cositis!

– ¿Ya me la vas a robar? – Hugo sonrió. – Al menos déjame darle un abrazo. Como te he echado de menos, Anajús.

Rodeó mi cuerpo con sus brazos y yo me quedé inmóvil. Deslicé despacio la mano por su espalda, acariciandole levemente. Su olor inundó mis fosas nasales y suspiré. Él olía a casa.

– Jujiti, ¿vamos? – Mai interrumpió nuestro abrazo.

Apunté mentalmente darle las gracias después y sin decirle nada más a Hugo, la seguí hasta el baño.

Esto me iba a costar más de lo que esperaba.

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