𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰: 𝒗𝒆𝒔𝒕𝒊𝒅𝒐𝒔 𝒚 𝒆𝒔𝒎𝒆𝒓𝒂𝒍𝒅𝒂𝒔

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Abrió la puerta casi a tientas, cegada por los rayos del sol, para luego salir a la balconada

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Abrió la puerta casi a tientas, cegada por los rayos del sol, para luego salir a la balconada. Inspiró fuertemente el aire puro de aquella mañana primaveral, reconociendo con sorpresa dulces olores provenientes del jardín del palazzo que se extendía hasta donde la vista le alcanzaba. Multitud de personas rondaban por aquel extenso oasis de naturaleza que albergaban las altas tapias del edificio, como si fuera un edén que no se encontrara al alcance de cualquiera. La vegetación comenzaba a florecer y la estampa, adornada con el sol que comenzaba a incidir en él, le confería una visión idílica, propia de un cuadro del Paraíso Terrenal. Simonetta se encontraba extasiada. Apoyó sus desnudos brazos en la balaustrada de granito y apenas se percató de que la piedra estaba húmeda del rocío; tampoco se dio cuenta de que varias de aquellas personas que iban de un lado para otro en aquel extenso jardín habían alzado la mirada hasta el segundo piso del palazzo, contemplando a aquella misteriosa joven de cabellos dorados y piel blanca como el alba con cierta pizca de interés. Tampoco escuchó cómo alguien abría la puerta de su habitación y se acercaba sigilosamente al mirador.

- ¿Te agrada el jardín? - preguntó una dulce voz desde el marco de la puerta, sacando de su ensimismamiento a Simonetta, que pegó un pequeño bote, alejándose de la balaustrada.

Cuando se giró para ver quién había entrado tan abruptamente en sus dormitorios se encontró con una joven, no mucho más alta que ella, de cabellos color chocolate y mirada azul celeste, que la observaban con ternura. La había conocido la noche anterior; aquella joven, quien tenía la misma edad que Simonetta, dieciséis años, era la hija menor de Luca Pitti, Arabela. Su madre había fallecido al darle a luz, de modo que Concetta resultaba ser su madrastra, contrariamente a lo que habría creído al verlas juntas, pues ciertamente parecían asemejarse ligeramente. Sin embargo, según comprobó la joven al entablar conversación con ella a la hora de la cena, Arabela era una chica muy dulce, algo vergonzosa, pero tan agradable que Simonetta se había sentido acogida en seguida en aquella nueva residencia que, a partir de ese momento, tendría que llamar hogar. Concetta, sin embargo, apenas había reparado en su presencia.

- Sí, es maravilloso - contestó ella cuando se recuperó del susto -. Es como encontrarse en plena naturaleza salvaje.

Arabela rió ligeramente ante el símil y sus ojos azules se volvieron aún más pequeños.

- Es cierto, Simonetta. Pero ven, ven aquí, esto te sorprenderá aún más - la joven tomó su mano, acompañándola al otro extremo del balcón y señalando en la lejanía la ciudad de Florencia -. Estamos en uno de los palazzos más alejados del centro, pero tenemos la mejor vista de ella.

- ¿Ella? - Simonetta frunció el ceño, sin comprender.

- Sí, ella. Observa con atención.

Obediente, recorrió el paisaje con la mirada, intentando ubicar donde la joven señalaba y cuando la vio, enmudeció.

- Es preciosa - murmuró Simonetta.

La musa de FlorenciaKde žijí příběhy. Začni objevovat